¿Por qué deberíamos recibir visitas? ¡Ni siquiera los recuerdo!
– ¡Marisela, buenos días!
– ¡Hola! – respondió Marisela con sorpresa. El número no se identificó, y la voz era desconocida, pero usaron su nombre.
– Soy la tía Elisa de Barcelona, tía de Alejandro. No pudimos asistir a vuestra boda y ahora que hemos terminado con unos asuntos, decidimos ir de visita para conocer a los nuevos familiares.
Marisela, sorprendida, no sabía qué responder. No sabía que Alejandro tenía una tía en Barcelona. Había pasado más de un año desde la boda y nunca se había mencionado a la tía ausente.
– Creo que se ha equivocado de número.
– ¿Eres Marisela?
– Sí, pero nunca escuché que Alejandro tuviera una tía en Barcelona.
– ¿Alejandro Díaz es tu esposo?
– Sí, es mi esposo.
– Y yo soy su tía.
– Muy bien, que usted sea su tía, pero no necesita visitarnos.
– ¿Por qué?
– No trabajamos y no recibimos visitas.
– Vaya, qué hospitalidad, no lo esperaba…
– Lo siento, no tengo tiempo para hablar.
Con esto, Marisela colgó la llamada. No era una mujer tímida y siempre podía defenderse.
– Lo que nos faltaba, visitas. Le preguntaré a Alejandro sobre la tía de Barcelona en casa – decidió, y continuó con sus cosas.
Por la tarde, llamó su suegra.
– ¡Hola Marisela! Hace tiempo que no pasáis por aquí.
– ¡Hola, Carmen! Mañana iré, les llevaré provisiones y vitaminas.
– Gracias, Marisela. Tenemos de todo, solo los extrañamos. ¿Te llamó Elisa?
– Me llamó una mujer, decía ser tía de Alejandro y quería visitarnos. Dije que no estábamos para recibir visitas.
– Me acaba de llamar, quejándose de que fuiste grosera.
– Carmen, ¿cómo podría ser grosera? Usted me conoce bien.
– Precisamente, porque te conozco – dijo irónicamente su suegra.
– Ahora estoy conduciendo. Mañana hablamos.
A Marisela no le fue fácil ganarse a su suegra al principio. Alejandro había crecido en una familia militar. Su padre, Don Javier, era un hombre estricto, y el hijo siempre se comportó adecuadamente en su presencia. Pero el padre solía salir mucho de viaje por trabajo.
En ausencia de su padre, Alejandro era incontrolable.
El control constante de su madre lo irritaba profundamente. Cuanto más lo cuidaba su madre, más rebelde se volvía, haciendo novillos en la escuela y saltándose sus entrenamientos deportivos. La madre nunca se quejaba al padre, sabía que el castigo sería severo y le daba pena su hijo.
Ya adulto, Alejandro seguía bajo la supervisión de su madre. Ella lo llamaba varias veces al día y lo encontraba a menudo saliendo del trabajo, simulando que pasaba por casualidad.
Sus amigos se iban casando y, cerca de cumplir treinta, su madre empezó a temer que su guapo e inteligente hijo se quedara soltero. Ella misma ya le buscaba novia entre las hijas de sus amigas, lo que solo provocaba risas en él. Y las novias, a pesar de la apariencia y encanto del galán, no se juntaban en fila.
Finalmente, llegó el esperado anuncio. Alejandro dijo que presentaría a sus padres a su novia el fin de semana.
Su padre aprobó la elección, pero a su madre no le gustó la novia. Carmen estaba acostumbrada a decidir todo en la familia, y los hombres obedecían.
Con el comportamiento de Marisela quedó claro que dominar a su nuera no era posible. Al ver cómo Alejandro la trataba con amor y ternura, Carmen la consideró una rival.
Marisela se manejaba con confianza, no necesitaba los consejos de su suegra, y si surgían disputas, Alejandro siempre estaba del lado de su esposa.
Vivían en el apartamento de Alejandro, comprado con la ayuda de sus padres antes de casarse.
Al principio, la suegra se presentaba sin previo aviso para verificar el orden, pero Marisela lo dejó claro en un tono muy convincente.
– No venga sin avisar y en nuestra ausencia, de lo contrario nos veremos obligados a recogerle las llaves o cambiar las cerraduras.
– Este apartamento no solo es de mi hijo, también es nuestro. Ayudamos a Alejandro a comprarlo. Así que tengo el derecho de venir cuando quiera.
– Explíqueme: ¿con qué propósito y qué hace usted aquí?
La suegra se desconcertó. Decir que venía a comprobar el orden era incómodo y ridículo. Y Marisela continuó.
– Ahora soy la dueña de este apartamento por derecho de esposa de su hijo. Y exijo que se respeten mis condiciones. Las llaves están para casos de emergencia, no para venir en nuestra ausencia.
– Soy la madre, criamos y le dimos todo a nuestro hijo. Tú llegaste a esta casa todo ya estaba listo…
Marisela interrumpió.
– ¡Gracias por criarlo! Pero fue mi marido quien me trajo aquí, y como su esposa, soy la dueña. No acepto otras condiciones.
Alejandro apoyó a su esposa y su madre se sintió ofendida. Pero la joven pareja no prestó atención a sus quejas. Carmen se molestó durante un par de semanas y luego lo aceptó.
Ya no abría la puerta con su llave, venía cuando Marisela estaba en casa y llamaba antes de llegar. Marisela siempre la recibía bien, ofreciéndole té o una copa de vino.
Al principio, la suegra podía hacer algún comentario sobre el desorden, pero Marisela nunca se ofendía, sabía cómo convertir los comentarios en una broma o ofrecerle ayuda.
– Lo siento, no tuve tiempo, estaba abrumada en el trabajo. Si no se siente cómoda, siéntase libre de poner en orden, no me ofenderé, me gustaría descansar.
– ¿No tienes nada listo para comer? ¿De qué te alimentas?
– Hay de todo en la nevera, quien primero tiene hambre, cocina. No te preocupes, coge lo que desees.
Poco a poco, la relación cambió y se hicieron amigas, Carmen disfrutaba llevando regalos.
Marisela y Alejandro también solían ir a cenar a la casa de los padres, llevando víveres a Carmen quien, tras la jubilación de su esposo, necesitaba atención.
– ¿Qué te llevo, mamá, si yo paso en coche? No cargues bolsas.
Esta vez, Marisela había quedado a cenar solo con Carmen. También dejó comida hecha para Alejandro, para que Marisela no tuviera que cocinar en casa. Y, cómo no, salió el tema de la tía.
– ¿Qué te dijo la tía Elisa?
– Quería venir de visita, le dije que no estábamos para recibir a nadie.
– Hiciste bien. ¿Cómo consiguió tu número?
– No tengo ni idea.
– Me volvió a llamar. Es mi prima. No mantenemos mucho contacto. Tuvo dificultades, se divorció y su segundo matrimonio tampoco fue bien. Ahora vive en Cataluña, se ha vuelto a casar. Su hija quiere entrar este año en la Universidad Complutense.
– ¿Y nosotros qué?
– Quiere visitarnos, encontrarse. Solo tiene a su hija y está preocupada. Le gustaría que alguien eche un ojo a la niña.
– Dile que quiere que nos cuidemos de su hija.
– No es cómodo no ayudar a la familia.
– ¿Incomodo para quién? ¿Cuándo fue la última vez que habéis hablado? Alejandro ni las recuerda. ¿Tenemos dirección suya? – Sin esperar respuesta, Marisela añadió: – No busquemos problemas. No las conozco y nunca antes había oído hablar de ellas.
Despidiéndose de su suegra, Marisela se marchó. En casa le contó a Alejandro sobre la llamada, él no le dio importancia y la historia quedó olvidada, pero no terminó.
Pasó una semana, sábado de descanso. Marisela y Alejandro no tenían planes, decidieron dormir y descansar. Al mediodía llamaron al timbre.
Marisela estaba en la cocina, Alejandro no quería levantarse del sofá.
– ¿Esperas a alguien?
– ¡No! Abre tú, tengo las manos llenas.
– ¿Para qué, si no esperamos a nadie? – Gruñó Alejandro y fue a abrir.
En la puerta había tres personas. Alejandro supo al instante que era la tía Elisa con su familia. La reconoció porque hacía mucho tiempo la había visto, era niño por entonces.
– No esperaban, pero aquí estamos – dijo Elisa, animada, entrando con bolsas mientras su marido bajaba por más cosas.
– Sí, realmente, no esperábamos a nadie hoy – lamentó Marisela. Observando en silencio un rato, mirando a su marido. No había nada más que hacer que invitarlos a pasar.
– Bueno, queridos invitados, pasen – lo dijo con ironía – Así que, entiendo que tú eres la tía Elisa.
– Sí, Elisa García. Esta es mi hija Inés y mi esposo Jaime. No tengan miedo, no estaremos mucho.
Marisela dejó que los invitados se lavaran y les invitó a la mesa, señalando que llegar sin invitación era una falta de educación.
– No los esperábamos y no hemos preparado nada, así que tendrán que conformarse con lo que haya en la nevera.
– Nosotros también traemos cosas. Lo bueno, casero. Criado por nuestras manos.
Tía Elisa comenzó a sacar las bolsas, colocando alimentos como quesos, embutidos en la mesa. El aroma de los ahumados caseros llenó el lugar. En la siguiente bolsa había miel, mermelada y frutas secas.
– ¡No necesitábamos tanto! No tendremos espacio para guardarlo.
– Compartan con los padres. Aquí tienen todo de tienda, esto es casero, sin químicos. La mermelada y los encurtidos se pueden guardar fuera del frigorífico.
Mientras Marisela organizaba las bolsas con los invitados, Alejandro llamó a su madre. Ella y su padre ya iban en camino. Elisa aclaró enseguida.
– La razón no solo es conocernos y ver a la familia. Este año Inés termina la escuela y quiere ingresar a la universidad. Nos gustaría que conocieran a la familia por si surge algún problema. En la universidad hay residencia, vivirá allí. Es una buena chica, muy lista.
La incomodidad inicial desapareció. Elisa García era encantadora, Alejandro y su marido también hicieron buenas migas. Llegaron los padres de Alejandro.
La reunión fue alegre. Marisela se relajó y se unió de buen grado. Todos disfrutaron de los manjares caseros de Elisa. El queso ahumado, el lomo, las salchichas, todo estaba delicioso.
La visita inesperada se convirtió en un cálido encuentro familiar. Compartieron historias de sus familias y recuerdos de juventud. Elisa con nostalgia recordó su casa de infancia.
– Me gustaría volver a mi pueblo, hace mucho que no voy. Todo el mundo se ha mudado a la ciudad, seguro.
Carmen invitó a los familiares a pasar la noche en su casa, ya que allí estarían más cómodos. Decidieron que Inés se quedaría con los jóvenes mientras Elisa y Jaime irían a casa de Carmen. El domingo, Marisela y Alejandro llevaron a Inés a conocer el centro de Madrid, visitaron la Puerta del Sol, el Palacio Real, el Parque del Retiro.
El lunes temprano, Elisa y su marido regresaron a buscar a Inés. Marisela y Alejandro despidieron a sus familiares y se apresuraron a trabajar. Comenzaba una nueva semana laboral.
Por la noche, Marisela y Alejandro comentaron la inesperada visita. Ella encontraba extraño que hubieran ido a su casa y no a la de sus padres.
– Gente agradable, me alegro de haber conocido a la familia. ¿Por qué no mantenían contacto?
– No sé, deberíamos preguntarle a mi madre. Recuerdo que estaba en segundo de primaria cuando tía Elisa y la pequeña Inés nos visitaron por última vez.
– Nos invitaron a visitarlos. Podríamos ir este verano al mar en coche y parar un par de días en su casa. De vuelta podríamos llevar a Inés a Madrid si logra ingresar.
Inés logró entrar a la universidad. Se quedó con ellos unos días antes de mudarse a la residencia. A veces los visitaba. El viaje al mar tuvo que esperar porque Marisela y Alejandro estaban esperando a un nuevo miembro en la familia.