¿Por qué venir de visita? ¡Ni siquiera te recuerdo!

¿Por qué venir de visita si ni siquiera los conozco?

– ¡Mariella, buenos días!

– ¡Hola! – Respondió sorprendida Mariella. El número no se mostraba, la voz era desconocida, pero la llamaron por su nombre.

– Soy tía Luisa de Sevilla, la tía de Álvaro. No pudimos ir a su boda, pero ya hemos terminado nuestros asuntos y hemos decidido visitarles. Queremos conocer a la nueva familia.

Mariella no supo qué responder ante la sorpresa. No sabía que Álvaro tenía una tía en Sevilla. Había pasado más de un año desde la boda, y nunca se había hablado de una tía ausente.

– Creo que se ha equivocado de número.

– ¿Usted es Mariella?

– Sí, pero nunca había oído que Álvaro tuviera una tía en Sevilla.

– ¿Álvaro Gómez es su esposo?

– Sí, es mi esposo.

– Pues yo soy su tía.

– Muy bien que sea su tía, pero no hace falta que vengan.

– ¿Por qué?

– No trabajamos y no recibimos visitas.

– Vaya hospitalidad, no me lo esperaba…

– Perdóneme, no tengo tiempo para hablar.

Con esto Mariella colgó la conversación. No era una chica tímida y siempre sabía cómo defenderse.

– Lo que nos faltaba, visitas inesperadas. Ya le preguntaré a Álvaro sobre la tía de Sevilla. – Decidió, y siguió con sus asuntos.

Por la tarde llamó su suegra.

– ¡Hola, Mariella! Hace tiempo que no pasan por casa.

– ¡Hola, Isabel! Mañana paso, les traigo víveres y he comprado vitaminas.

– Gracias, Mariella. Tenemos de todo, solo que les echamos de menos. ¿Te ha llamado Luisa?

– Llamó una señora que se presentó como la tía de Álvaro, quería venir de visita. Le dije que no estamos en condiciones para recibir visitas.

– Me ha llamado quejándose de que le hablaste mal.

– Isabel, ¿cómo voy a hablarle mal? Usted me conoce.

– Justamente por eso te digo. – Respondió irónicamente la suegra.

– Estoy conduciendo. Hablamos mañana.

Mariella y su suegra no tuvieron una buena relación desde el principio.

Álvaro creció en una familia militar. Su padre, don Pedro, era muy estricto, y enseñó a su hijo a ser disciplinado. En su presencia, Álvaro siempre se portaba de la mejor manera. Pero el trabajo de su padre le obligaba a ausentarse por largos periodos en maniobras y misiones.

En su ausencia, Álvaro era incontrolable. El constante control de su madre le incomodaba mucho. Cuanto más intentaba ella protegerle, más travieso se volvía. Faltaba al colegio y no acudía a las actividades deportivas. Su madre no decía nada a su padre, sabía que el castigo sería severo y le compadecía.

De adulto, Álvaro seguía bajo la atenta mirada de su madre. Le llamaba varias veces al día, y a veces le esperaba a la salida del trabajo, simulando que pasaba por allí.

Los amigos de Álvaro se casaron todos, y con casi treinta años, su madre temía que su hijo guapo y listo se quedara soltero.

Ella misma empezó a buscarle pareja entre las hijas de sus amigas, pero eso solo le parecía gracioso a Álvaro. A pesar de su atractivo carisma, las pretendientas no hacían fila.

Llegó el momento tan esperado. Álvaro anunció que presentaría a sus padres a su novia el fin de semana.

El padre aprobó la elección de su hijo, pero a su madre no le gustó la novia. Isabel estaba acostumbrada a tomar todas las decisiones en la familia, y los hombres le obedecían.

Al observar a Mariella, comprendió que no podría manejar a su nuera. Notando el amor y cariño con el que Álvaro trataba a Mariella, la madre sintió que era una rival.

Mariella se conducía con seguridad, no necesitaba consejos de su suegra, y si había algún desacuerdo, Álvaro siempre apoyaba a su esposa.

Vivían en el apartamento de Álvaro, comprado con la ayuda de sus padres antes de la boda.

Al principio, su suegra podía llegar sin previo aviso a cualquier hora para comprobar el orden, pero varias veces Mariella le dejó claro con una voz convincente:

– No venga sin avisar ni en nuestra ausencia, de lo contrario, tendremos que pedirle las llaves o cambiar la cerradura.

– Este piso no solo es de mi hijo, también es nuestro. Ayudamos a Álvaro a comprarlo. Así que tengo derecho a venir cuando quiera.

– Explique: ¿cuál es su propósito y qué quiere hacer aquí?

La suegra vaciló. Decir que iba a revisar la limpieza era incómodo y hasta gracioso. Mariella continuó:

– Ahora yo soy la dueña de este piso como esposa de su hijo. Y exijo que respete mis condiciones. Las llaves son para emergencias, no para venir a su antojo en nuestra ausencia.

– Yo soy la madre, criamos y dimos a nuestro hijo todo. Tú viniste a este hogar con todo ya hecho…

Mariella interrumpió:

– Criaron a su hijo, gracias. Pero a este hogar me trajo mi esposo, y como su mujer, soy la dueña aquí. No estoy de acuerdo con otras condiciones.

Álvaro apoyó a su esposa, y la madre se sintió ofendida. Pero la joven pareja no prestó atención a sus lamentos. Se molestó un par de semanas y luego aceptó las condiciones.

Ya no volvió a abrir la puerta con su llave, y solo acudía cuando Mariella estaba en casa, llamando antes de ir. Mariella siempre la recibía bien, le ofrecía té o una copa de vino.

Al inicio, la suegra hacía comentarios sobre el desorden en la casa, pero Mariella no se molestaba, sabía cómo transformar las críticas en bromas o ofrecerle ayuda.

– Disculpe, he estado muy ocupada en el trabajo. Si le incomoda, ordene, no me molestaré, necesito descansar.

– ¿No han preparado nada? ¿De qué comen?

– Hay de todo en la nevera; quien tenga hambre, cocina. No se preocupe, tome lo que quiera.

Las relaciones con su nuera acabaron mejorando, tanto que incluso se hicieron amigas. La suegra iba a verles con gusto llevando algunas delicias.

Y Mariella y Álvaro visitaban a la madre para cenar con frecuencia, llevándole víveres. El padre, aunque retirado, seguía trabajando y a la suegra le hacía falta atención.

– ¿Qué le traigo? Estoy en coche, no cargue con bolsas.

En esta ocasión, Mariella pasó a ver a su suegra, cenaron juntas. También le llevó comida para su hijo, para que Mariella no tuviera que cocinar en casa. Cómo no, la conversación se dirigió a la tía.

– ¿Qué te dijo tía Luisa?

– Quería venir de visita. Le dije que no estábamos para recibir visitas.

– Hiciste bien. ¿Y cómo consiguió tu teléfono?

– No tengo idea.

– Me llamó otra vez. Es mi prima. Casi no hablamos. Ha pasado muchas dificultades, se divorció, su segundo matrimonio tampoco resultó. Ahora vive en Andalucía, parece que se volvió a casar. Tiene una casa, huerto, animales. Su hija quiere ingresar a la Universidad de Salamanca este año.

– ¿Y nosotros qué?

– Quiere venir, encontrarse. Solo tiene una hija y está preocupada. Quiere que alguien cuide de la niña.

– Dígale que simplemente quiere alojar a su hija con nosotros.

– No es fácil no ayudar a la familia.

– ¿Por qué no? ¿Cuándo fue la última vez que hablaron? Álvaro ni la recuerda. ¿Tiene su dirección? – Sin esperar respuesta, continuó Mariella. – No busquemos problemas. No los conozco ni sabía de tal familia.

Mariella se despidió de su suegra y se fue. En casa le contó a Álvaro sobre la llamada, pero él no reaccionó y la historia pareció olvidada aunque no terminada.

Pasó una semana, era sábado y no tenían planes para el fin de semana; decidieron descansar, dormir. Al mediodía tocaron el timbre.

Mariella estaba en la cocina, a Álvaro no le apetecía levantarse del sofá.

– ¿Esperas a alguien?

– ¡No! Abre tú, tengo las manos sucias.

– ¿Para qué, si no esperamos a nadie? – refunfuñó Álvaro y fue a abrir.

En la puerta había tres personas. Álvaro dedujo que era tía Luisa con su familia, pero la reconoció apenas, porque la había visto hacía mucho tiempo cuando era pequeño.

– No nos esperaban, pero aquí estamos. – Dijo animadamente, entrando en el piso con las maletas. El hombre fue por más cosas al coche.

– Sí, la verdad, no esperábamos a nadie hoy. – Respondió Mariella con tristeza. Observó en silencio por un rato, mirando a su marido. No quedó más que invitar a los huéspedes a entrar.

– Bueno, queridos invitados, pasen. – Dijo con ironía. – Entiendo, usted es tía Luisa.

– Sí, soy Luisa Fernández, esta es mi hija Isabel y mi esposo Juan. No se preocupen, no será por mucho tiempo.

Mariella dejó que sus invitados se asearan del viaje y los invitó a la mesa, señalando que llegar sin invitación no era muy educado.

– No les esperábamos y no preparamos nada, pero conformense con lo que hay en la nevera.

– Nosotros trajimos todo. Venimos con regalos, todo bueno y casero. Cultivado con nuestras propias manos.

Tía Luisa empezó a desempacar las bolsas, sacando a la mesa productos, quesos, embutidos. El aroma de ahumados caseros llenó la cocina. En la siguiente bolsa había miel y mermelada.

– ¿Por qué tanto? No vamos a poder comérnoslo todo, ni hay espacio para guardarlo.

– Compartan con tus padres. Aquí tienen todo de tienda; esto es casero, sin químicos. Las mermeladas se conservan fuera de la nevera.

Mientras Mariella y sus invitados vaciaban las bolsas, Álvaro llamó a su madre; ya venían en camino. Tía Luisa aclaró la situación:

– La razón de la visita no solo es conocer a la familia. Este año Isabel termina el colegio y quiere estudiar en la Universidad. Queremos presentarla a la familia, por si surgen problemas. La universidad tiene residencia, vivirá allí. Isabel es buena niña, muy lista.

Pronto desapareció la incomodidad. Luisa Fernández resultó ser agradable, Álvaro encontró tema de conversación con el marido. Llegaron los padres de Álvaro.

La velada fue animada. Mariella se volvió más amable y sonrió de verdad. Todos apreciaron las delicias de Luisa. El queso manchego ahumado, la paletilla y los chorizos fueron muy buenos.

La inesperada visita se convirtió en una reunión familiar cálida. Compartieron historias de sus familias y sus vidas, recordaron su juventud y novedades sobre los conocidos. Luisa habló con nostalgia de su hogar en el pueblo.

– Quisiera volver a mi pueblo, hace mucho que no he estado.

La suegra invitó a los familiares a quedarse en su casa, ya que aquí sería incómodo. Decidieron que Isabel se quedaría con los jóvenes y Luisa con su esposo irían a la casa de la suegra. El domingo Mariella y Álvaro pasearon con Isabel por Madrid, mostrándole la Puerta del Sol, la Gran Vía y el Retiro.

El lunes por la mañana, Luisa y su esposo recogieron a Isabel. Mariella y Álvaro despidieron a los familiares y se apresuraron al trabajo. Comenzaba otra semana laboral.

Por la noche, después del trabajo, Mariella y Álvaro hablaban sobre la inesperada visita. Le parecía extraño que ellos vinieran a su casa y no a la de su suegra.

– Son agradables, me alegra haberlos conocido. ¿Por qué no se han visto en tanto tiempo?

– No lo sé, habrá que preguntar a mamá. Yo iba en segundo curso cuando tía Luisa y la pequeña Isabel nos visitaron.

– Nos invitaron a visitarlos. Podríamos ir. En verano podríamos ir en coche al sur, parar unos días en su casa. De regreso, podríamos llevar a Isabel a Madrid. Espero que ingrese en la universidad.

Isabel ingresó a la universidad. Se alojó unos días con ellos y luego se mudó a la residencia. A veces iba de visita. A Mariella y Álvaro su viaje al sur se tuvo que posponer: la familia esperaba un nuevo miembro.

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¿Por qué venir de visita? ¡Ni siquiera te recuerdo!