¿Por qué van a venir a visitarme? ¡Ni siquiera los recuerdo!
– ¡María, buenos días!
– ¡Hola! – respondió María sorprendida. El número no se identificó, la voz era desconocida, pero se dirigieron a ella por su nombre.
– Soy la tía Isabel de Salamanca, tía de Fernando. No pudimos asistir a su boda, ahora que hemos resuelto algunos asuntos, decidimos visitarlos para conocer a los nuevos familiares.
María, sorprendida, no sabía qué responder. No estaba al tanto de que Fernando tuviera una tía en Salamanca. Había pasado más de un año desde la boda, y nunca se habló de una tía ausente.
– Creo que se ha equivocado de número.
– ¿Tú eres María?
– Sí, pero no he oído que Fernando tenga una tía en Salamanca.
– ¿Fernando Gutiérrez es tu esposo?
– Sí, es mi esposo.
– Pues yo soy su tía.
– Me alegra saber que es su tía, pero no hace falta que venga.
– ¿Por qué?
– No trabajamos y no recibimos visitas.
– Vaya, qué hospitalidad… no me lo esperaba…
– Perdone, no tengo tiempo para hablar.
Con esto, María colgó la llamada. Ella no era una persona tímida, siempre podía defenderse.
– Justo lo que nos faltaba, visitas. En casa le preguntaré a Fernando por esta tía de Salamanca. —Decidió, y siguió con sus cosas.
Por la tarde, llamó su suegra.
– ¡Hola, María! Hace tiempo que no nos visitáis.
– ¡Hola, Carmen Sánchez! Pasaré mañana a llevarle unos alimentos y vitaminas que compré.
– Gracias, María. Nosotros tenemos de todo, solo la extrañamos. ¿Te ha llamado Isabel?
– Me llamó una señora, dijo que era la tía de Fernando y quiere venir de visita. Le dije que no estamos para recibir visitas.
– Me ha llamado ahora mismo, quejándose porque le hablaste de forma grosera.
– Carmen, ¿cómo podría ser grosera? Usted me conoce bien.
– Exactamente, por eso lo digo. – Respondió irónicamente la suegra.
– Ahora mismo voy conduciendo. Mañana hablamos.
A María no le resultó fácil llevarse bien con su suegra al principio.
Fernando había crecido en una familia militar. El padre, Enrique, era un hombre estricto que enseñaba a su hijo a ser ordenado. En su presencia, Fernando se portaba de la mejor manera. Pero Enrique solía irse seguido por su trabajo.
En ausencia del padre, Fernando se volvía muy rebelde.
El constante control de su madre lo irritaba bastante. Cuanto más lo cuidado ella, más rebeldías cometía: faltaba al colegio y los entrenamientos deportivos. La madre no lo contaba al padre, sabiendo que el castigo sería severo, y lo protegía.
Ya de adulto, Fernando seguía bajo el cuidado de su madre. Ella lo llamaba varias veces al día, podía esperarlo en el trabajo, fingiendo casualidad.
Todos los amigos de Fernando se casaban, pronto él cumpliría treinta años y la madre empezó a preocuparse de que su guapo e inteligente hijo se quedara soltero.
La madre misma comenzó a buscarle novia entre las hijas de sus amigas, lo que solo le causaba gracia a Fernando. Además, a pesar de la belleza y encanto del pretendiente, no había una fila de novias.
Finalmente, el momento esperado llegó. Fernando les dijo que el fin de semana presentaría a su novia.
El padre aprobó la elección de su hijo, pero a la madre no le gustó la novia. Carmen estaba acostumbrada a tomar todas las decisiones en la familia, los hombres solían obedecerla.
Por el comportamiento de María, entendió que no podría manejarla. Observaba cómo Fernando la trataba con amor y ternura, y la veía como una rival.
María era segura de sí misma, no necesitaba consejos de la suegra, y si había discusiones, Fernando apoyaba a su esposa.
Vivían en el piso de Fernando, comprado con la ayuda de sus padres antes de casarse.
Al principio, la suegra podía llegar en cualquier momento sin aviso para revisar el orden, pero después de un par de veces recibió una advertencia clara de parte de María.
– No venga sin avisar o en nuestra ausencia, de lo contrario tendremos que cambiar la cerradura o solicitarle las llaves.
– Este piso es no solo de mi hijo, sino también nuestro. Lo ayudamos a comprarlo. Tengo derecho a venir cuando quiera.
– Explíquese: ¿para qué y qué viene a hacer aquí?
La suegra se quedó sin palabras. Decir que venía a revisar el orden sería incómodo y ridículo. María continuó.
– Ahora soy la dueña de este piso por ser la esposa de su hijo. Exijo que se respeten mis condiciones. Las llaves las tiene para emergencias, no para venir aquí a cualquier hora.
– Yo soy la madre, lo criamos y lo proveímos de todo. Tú llegaste a esta casa con todo ya listo…
María la interrumpió.
– Le agradezco que lo criara, pero mi esposo me trajo a esta casa y como su esposa yo soy la dueña aquí. No aceptaré otras condiciones.
Fernando apoyó a su esposa y la madre se ofendió. Pero la joven pareja no prestó atención a sus ofensas. Ella se molestó un par de semanas y al final lo aceptó.
Nunca más abrió la puerta con su llave, visitaba cuando María estaba, llamando antes. María siempre la recibía bien, la invitaba a té o una copa de vino.
Al principio, la suegra podría hacer una crítica del estado del hogar, pero María nunca se ofendía, sabía convertir las críticas en bromas o invitarla a ayudar.
– Disculpe, no he tenido tiempo, estoy abrumada en el trabajo. Si no está cómoda, adelante, puede ordenar, no me enfadaré, necesito descanso.
– ¿No tienen nada preparado, qué comen?
– En la nevera hay de todo, quien tiene hambre, cocina. Coja lo que quiera, no sea tímida.
Poco a poco, la relación con la nuera cambió. Incluso se hicieron amigas, y la suegra disfrutaba visitando con regalos.
Y María y Fernando visitaban a su madre, llevándole alimentos. El padre, ya jubilado, seguía trabajando, pero la suegra necesitaba atención.
– ¿Qué necesita que le traiga? Estoy en coche, no hace falta que cargue bolsas.
Así, en esta oportunidad, María pasó por casa de su suegra, cenaron juntas. También le dejó comida preparada a Fernando para que María no tuviera que cocinar en casa. Y por supuesto, hablaron sobre la tía.
– ¿Qué te dijo la tía Isabel?
– Quería venir de visita. Le dije que no estamos para recibir visitas.
– Bien hecho. ¿Cómo supo de ti?
– Ni idea.
– Me llamó de nuevo. Es mi prima. Casi no tenemos contacto con ella. Ha pasado por dificultades, se divorció de su esposo, el segundo matrimonio tampoco resultó. Ahora vive en Castilla La Mancha, parece que se volvió a casar. Tiene su propia casa, huerto, animales. Su hija quiere estudiar este año en una universidad en Madrid.
– ¿Y nosotros qué?
– Quería venir, encontrarse. Solo tiene una hija y está preocupada. Quiere que alguien la cuide.
– Quiere dejar a su hija en nuestra casa.
– No es fácil no ayudar a la familia.
– ¿Qué tiene de incómodo? ¿Cuándo fue la última vez que contactaron? Fernando no los recuerda. ¿Tiene su dirección? – Sin esperar respuesta, continuó María. – No busquemos problemas. Nunca he oído sobre esta familia.
Despidiéndose de su suegra, María se marchó. Le contó a Fernando sobre la llamada, quien no reaccionó mucho y el asunto quedó olvidado, pero no terminado.
Pasó una semana, llegó el sábado. María y Fernando no hicieron planes para el fin de semana, decidieron descansar. Al mediodía alguien tocó el timbre.
María estaba en la cocina, y a Fernando no le apetecía levantarse del sofá.
– ¿Esperas a alguien?
– ¡No! Abre, tengo las manos sucias.
– ¿Por qué, si no esperamos a nadie? – refunfuñó Fernando, y fue a abrir.
En el umbral había tres personas. Fernando intuía que era la tía Isabel con su familia, la reconoció al instante porque la había visto solo cuando era pequeño.
– Ustedes no esperaban, pero aquí estamos. – Dijo ella alegremente, entrando con las bolsas, mientras el hombre bajaba por más cosas.
– Sí, realmente, hoy no esperábamos a nadie. – Dijo María con tristeza. Observó durante un rato, mirando a su esposo. No le quedó más remedio que invitar a los invitados a pasar.
– Bueno, queridos invitados, pasen. – Dijo con ironía. – Entiendo que usted es tía Isabel.
– Sí, Isabel Casado, esta es mi hija Paula y mi esposo Arturo. No se preocupen, no estaremos mucho tiempo.
María los dejó lavarse el polvo del camino y les invitó a la mesa, señalando que llegar sin avisar es de mala educación.
– No se les esperaba y no tenemos nada preparado, así que tendrán que conformarse con lo que hay en la nevera.
– ¡Tenemos de todo! Trajimos regalos. Todo casero, hecho por nosotros.
La tía Isabel se puso a desempacar las bolsas, sacando comidas caseras, quesos y embutidos. La cocina se llenó del aroma de ahumados. En otra bolsa había miel, mermeladas y frutas secas.
– ¡Madre mía! No podremos terminarlo todo.
– Compartidlo con vuestros padres. Aquí todo es de tienda y esto es casero, sin químicos. Las mermeladas y conservas se guardan sin nevera.
Mientras María y los invitados desempacaban, Fernando llamó a su madre, sus padres ya venían en camino. La tía Isabel aclaró en ese momento.
– El motivo de nuestro viaje no es solo conocernos y ver a la familia. Este año Paula acaba el instituto. Quiere entrar en la universidad. Por eso quisiéramos presentarla a la familia, por si surgen problemas. A veces hay residencias en la universidad. Mi hija es una buena chica, brillante.
Al cabo de un rato, la incomodidad desapareció. Isabel Casado era una persona simpática, Fernando y su esposo también congeniaron bien. Llegaron los padres de Fernando.
La reunión se volvió amena. María relajó y sonrió. Todos disfrutaron de las delicias de Isabel Casado. El queso ahumado, el jamón casero y los embutidos estaban deliciosos.
La inesperada visita se convirtió en un cálido encuentro familiar. Hablaron de sus familias y los años pasados. Recordaron su juventud y compartieron noticias de parientes conocidos. Isabel Casado recordó con nostalgia la casa de su niñez.
– Quisiera volver a mi pueblo, hace tiempo que no he estado. Seguro que todos se han ido a la ciudad.
La suegra invitó a los parientes a pasar la noche en su casa, ya que aquí sería estrecho. Decidieron que Paula se quedaría con los jóvenes, mientras Isabel y su esposo irían a dormir con la suegra. El domingo, María y Fernando pasearon con Paula por Madrid para mostrarle la Plaza Mayor, el Prado y El Retiro.
El lunes por la mañana, la tía Isabel y su esposo pasaron a buscar a Paula. María y Fernando despidieron a la familia y se apresuraron al trabajo. Comenzaba otra semana laboral.
Por la noche, tras el trabajo, hablaron de la inesperada visita. A María le resultaba extraño que vinieran a su casa en lugar de ir a ver a la suegra.
– Son gente agradable, me alegra haberlos conocido. ¿Por qué no mantuvieron el contacto durante tanto tiempo?
– No lo sé, hay que preguntarle a mi madre. Yo iba en segundo de primaria cuando tía Isabel y una pequeña Paula nos visitaron.
– Nos invitaron a visitarlos. Podríamos ir. Este verano podríamos ir en coche al mar y parar unos días en su casa. Luego, de regreso, llevar a Paula a Madrid. Espero que ingrese en la universidad.
Paula entró a la universidad. Se quedó con ellos unos días antes de mudarse a la residencia. A veces pasaba de visita. María y Fernando tuvieron que posponer su viaje al mar por la llegada de un nuevo miembro a la familia.