¿Por qué mi hermana soltera de 32 años cree que el apartamento de mamá debería ser sólo suyo? Busco tu ayuda y consejo

Oye, tengo que contarte algo que me está rompiendo el alma. En un pueblecito cerca de Segovia, donde los chopos susurran historias antiguas, mi vida a los 37 años se ha vuelto un lío por un conflicto familiar que no me deja dormir. Me llamo Lucía, estoy casada con Javier, y tenemos dos hijos, Carmen y Pablo. Mi hermana pequeña, Marta, de 32 años y soltera, de repente ha decidido que el piso de nuestra madre debe ser solo suyo. Esto no va solo de un piso, va de justicia, de amor y de los lazos que nos unen. No sé qué hacer, necesito un consejo.

La familia que éramos

Mi madre, Carmen López, es nuestro pilar, nuestra roca. Tiene 65 años y vive sola en su piso de dos habitaciones, que consiguió hace años. Marta y yo crecimos allí, y cada pared guarda recuerdos de nosotras. Yo siempre fui la hermana mayor, la responsable, la que ayudaba a mamá incluso después de casarme y tener hijos. Marta, en cambio, es más independiente: estudió en Madrid, trabaja en marketing, vive de alquiler y no tiene planes de formar una familia.

Javier y yo tenemos una hipoteca que nos ahoga, pero aún así, voy a ver a mamá todas las semanas, le llevo la compra, la ayudo con las facturas y la acompaño al médico. Marta aparece menos, siempre está liada con el trabajo, sus planes o sus viajes. Nunca la juzgué, cada una lleva su vida como puede. Pero lo que ha dicho del piso lo ha cambiado todo.

El conflicto que nos separa

Hace un mes, mamá mencionó que quería hacer testamento. Quería dejarnos el piso a las dos, a partes iguales, para que ninguna se sintiera menos. A mí me pareció justo. Pero Marta, al oírlo, se enojó: “Mamá, ¡eso no tiene sentido! El piso debería ser mío. Lucía ya tiene marido, hijos y casa, y yo estoy sola, lo necesito más”. Sus palabras me dejaron helada. ¿Acaso casarme significa que pierdo mi derecho?

Intenté hablar con ella: “Marta, las dos somos hijas por igual, ¿por qué quieres quedártelo todo?”. Ella me soltó que su vida era más difícil: sin pareja, sin hijos, y que el piso era su única seguridad. “Tú no pasas apuros, Lucía, pero yo podría quedarme en la calle”, me dijo. Su egoísmo me dejó sin palabras. ¿Los años que he dedicado a mamá no cuentan? ¿Que tenga familia significa que no merezco nada?

El dolor que no se va

Mamá está destrozada. Llora sin entender por qué discutimos. “Solo quiero que estéis unidas”, dice, pero Marta sigue presionándola para que cambie el testamento. Veo que mamá duda, y eso me parte el corazón. Siempre quiso más a Marta, la pequeña, la “despreocupada”, pero nunca me importó. Ahora, sin embargo, me siento traicionada. Mi hermana, a la que defendía de niña, ahora me ve como una rival.

Javier está furioso: “Lucía, ¡no cedas! Es tu derecho”. Mis hijos son pequeños, pero pienso en ellos. Ese piso podría ser su tranquilidad en el futuro, sobre todo con esta hipoteca que nos come. Pero Marta solo piensa en sí misma. Cuando dice que “yo ya me apaño”, me duele. Sí, me apaño, pero a base de cansancio, de noches sin dormir, de sacrificios por mi familia y por mamá.

¿Qué hago?

No sé qué camino tomar. ¿Ir al notario y pelear por lo justo? Me parece frío, y yo solo quiero que esto no destroce a mi familia. ¿Hablar otra vez con Marta? Pero no escucha, está convencida de que tiene la razón. ¿Convencer a mamá de que no cambie el testamento? Temo que eso la hará sufrir. ¿O dejarlo correr, que Marta se quede con todo? Pero perdería no solo el piso, sino también la fe en mi familia.

Mis amigas me dan consejos opuestos. Una me dice: “Lucha, es lo que te corresponde”. Otra: “Déjalo, no arruines la relación con tu hermana”. Pero, ¿cómo olvidar esta rabia? A los 37 años solo quiero paz, pero no a costa de mi dignidad. Marta quizá tenga miedo, ¿pero por qué su miedo importa más que el mío? ¿Los años que cuidé a mamá no valen nada?

Mi grito por justicia

Esta historia es mi forma de pedir ayuda. Marta quizá no quiera hacerme daño, pero su egoísmo está rompiendo nuestra familia. Mamá nos quiere a las dos, pero su indecisión me duele. No quiero pelear, pero no puedo permitir que borren mi vida de un plumazo. A mis 37 años, quiero que mis hijos vean a una madre fuerte, quiero que mi familia vuelva a estar unida.

Necesito que me digas: ¿qué debo hacer? ¿Cómo defiendo lo mío sin perder a mi hermana y a mi madre? Soy Lucía, y estoy en una encrucijada donde cada paso duele. Ayúdame a encontrar el camino que devuelva la calma a mi corazón.

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