¿Por qué hemos cambiado tanto? Cuando era niño, la gente era más amable…

¿Por qué hemos cambiado tanto? Cuando era niño, la gente era más amable…

Me he estado haciendo esta pregunta desde hace tiempo.

En otra época, el mundo era distinto. La gente era diferente.

Recuerdo cuando la bondad no era solo una bonita palabra, sino un modo de vida.

Nadie esperaba agradecimientos por ayudar.

Nadie ignoraba las desgracias ajenas con indiferencia.

Veía a los vecinos acudir en auxilio unos de otros, no porque “así debía ser”, sino porque era lo correcto.

¿Pero ahora?

Simplemente pedí tres peras… Vivo en un pequeño pueblo.

Una casa modesta, una pensión humilde, pero me basta.

Aquí hay silencio, tranquilidad, la naturaleza está cerca, justo lo que necesito.

Hace unos días iba caminando por la calle y vi un árbol enorme, cargado de peras.

Maduras, amarillas, colgaban en pesadas racimos, y bajo el árbol ya había un manto de frutos caídos.

Cerca trabajaba el dueño del huerto, un hombre mayor, de mi edad más o menos.

Saludé y le pregunté amablemente:

—Hermano, ¿puedo coger un par de peras? ¡Se ven deliciosas!

Parecía simple, ¿verdad?

Pero su reacción…

Se volvió bruscamente y me miró con tal desagrado que me incomodó por un instante.

—¡Vendidas! —respondió tajante—. ¡El cliente vendrá pronto a recogerlas!

No me dio tiempo a decir nada.

Se volteó como si fuera un mendigo que amenazaba su tesoro.

Me di la vuelta y seguí mi camino, sintiéndome como un ladrón.

Un delincuente solo por pedir tres peras.

¿Cuándo dejamos de ser humanos?

Recordé cómo en mi infancia había un enorme manzano en el patio.

Crecía entre dos casas, y cualquiera podía tomar una manzana, nadie preguntaba, nadie prohibía.

Los vecinos, si alguien lo necesitaba, traían sacos de patatas, leche, pan.

Si alguien tenía un problema, todos se reunían y ayudaban con lo que podían.

¿Y ahora?

Ahora contamos cada céntimo.

Nos hemos vuelto amargados, codiciosos, temerosos de que otros tengan más que nosotros.

Escondemos nuestros huertos, nuestras cosechas, nuestros ahorros, como si pudiéramos llevárnoslos a la tumba.

El viejo vecino y las manzanas…

Recordé un incidente de hace muchos años.

Un niño del vecino pidió una manzana a un anciano.

El anciano vivía solo en su casa, y su manzano estaba tan cargado de frutos que se pudrían bajo el árbol.

El niño no robó.

No entró al huerto en secreto.

Lo pidió cortésmente.

Pero el anciano se enfureció.

Cogió un palo, lo agitaba y gritaba que si alguien se acercaba a sus manzanos, los “mataría a todos”.

El niño huyó llorando.

Y el viejo vivió unos años más.

Después se fue.

Y las manzanas que defendió con tanto ahínco se pudrieron.

Nada se fue con él: ni su huerto, ni su avaricia, ni su voz airada.

Los manzanos ahora están abandonados.

Pero a veces, cuando paso por su casa, pienso: ¿valió la pena?

¿Dónde perdimos la bondad?

Miro al mundo y no lo reconozco.

En algún punto, perdimos algo valioso.

Cuando era niño, me enseñaron que una persona debe ayudar a otra.

Que si tienes un trozo de pan de sobra, debes compartirlo.

Que si tienes un huerto lleno de frutas, debes dar al menos una a quien la pida.

Mamá siempre decía:

—Si puedes hacer una buena acción, hazla. Seguro volverá a ti.

Y yo lo veía.

Veía cómo la gente se ayudaba y luego recibían ayuda.

Veía cómo la bondad se transmitía de uno a otro, como un boomerang.

Pero ahora…

Ahora medimos todo con dinero.

Tememos que alguien se aproveche de nuestra bondad.

No confiamos en nadie, incluso aquellos que solo piden una pera.

Hemos levantado muros, alrededor de nuestras casas, alrededor de nuestros corazones.

Pero la vida no son billetes.

Por más que tengamos, nos iremos con las manos vacías.

No nos llevaremos ni la cosecha, ni la cuenta bancaria, ni los metros cuadrados de la vivienda.

Pero podríamos dejar calor detrás.

Podríamos pasar a otros lo que nos hace humanos.

Pero en cambio, nos vamos con frío, lleno de desconfianza, resentimiento y envidia.

No sé si se puede corregir esto.

Pero sé una cosa:

Si puedes hacer una buena acción, hazla.

Aunque sea para no irte con los dientes apretados y el corazón vacío.

Rate article
MagistrUm
¿Por qué hemos cambiado tanto? Cuando era niño, la gente era más amable…