¿Por qué es tan difícil cuidar a los padres envejecientes?

Por qué es tan difícil cuidar de padres mayores

Dedicado a mis padres

Un día, ellos envejecerán. Y quizá tengas que encargarte de su cuidado. No solo es difícil, es una prueba que parte el corazón y pone a prueba el alma. Aunque tengas una relación cercana y cálida con ellos, necesitarás reservas infinitas de paciencia, responsabilidad y compasión. Se volverán frágiles, dependientes, y su mente empezará a esfumarse como arena entre los dedos. Ves su vulnerabilidad, sientes una mezcla de amor y pena, pero a veces la irritación te hierve por dentro y el cansancio te oprime el pecho. Sabemos cómo crecen los niños —las crisis de los tres, cinco, doce o dieciséis años—. Pero ¿qué pasa con los padres que envejecen? No estamos preparados.

Cuidarlos es una carga pesada. Pueden ser insoportables por tonterías: quejarse, empecinarse, negarse a seguir consejos sencillos sobre su salud. Son adultos y tratarlos como niños sería faltarles al respeto, pero sus debilidades son evidentes. Olvidan lo de ayer, incluso lo de hace una hora. La memoria flaquea y no recuerdan si apagaron el hervidor o cerraron la puerta. Repites lo mismo y ellos te miran con vacío en la mirada.

En cambio, el pasado lo recuerdan con claridad. Hablarán sin parar de su juventud, de cuando tú eras pequeño. Esas historias serán su refugio porque casi no les queda futuro, y lo saben. Contarán el mismo chiste una y otra vez, hasta que pierdas la cuenta. Agota, desgasta. Pero debes contenerte. Solo escucha. O finge que lo haces. A veces, es todo lo que necesitan de ti.

Cuidar de padres mayores es aún más duro si no fueron perfectos. En tu alma siguen vivas las heridas. No te entendieron, no te apoyaron, te juzgaron o incluso fueron injustos. El dolor que causaron no se va. Te enfadas, la indignación te quema, y ahora debes invertir en ellos tiempo, fuerzas y dinero. ¿Cómo aceptarlo? ¿Cómo perdonar?

Puedes trabajar en esos sentimientos. Habla con un psicólogo, comparte con amigos, escribe una carta donde sueltes todo lo acumulado. Pero no esperes que cuidarlos cure tus heridas. Acepta que te hicieron daño, pero no se lo devuelvas. No repitas sus errores. Y no exijas que admitan su culpa. Parece que sus disculpas aliviarían tu carga, pero es una ilusión. Perdonar es tu trabajo interno, no depende de sus palabras.

Cuidar de ellos te quita tu propia vida. Tienes planes, sueños, obligaciones, pero en vez de eso, debes estar a su lado. Ves cómo se apagan y, de pronto, entiendes: pronto no te abrazarán, ni te darán consejos, ni te mirarán con esa calidez que te protegía de niño. Su mirada puede volverse extraña, y en ella no te reconocerás. Ese pensamiento te destroza.

Pero mientras estén aquí, aunque débiles e indefensos, sentirás que no estás solo. Mamá y papá siguen contigo. Esa idea te da fuerzas, te devuelve algo olvidado, cálido, de tu infancia lejana. Mientras vivan, podrás seguir siendo su hijo, aunque sea un poco, en esos momentos frágiles.

Los miras, a personas cuyo tiempo se acaba, y piensas en tus hijos, que tienen toda la vida por delante. Ellos se van, se hacen independientes, mientras tus padres dependen más de ti. Estás entre el principio y el final, entre el amanecer y el ocaso. Es extraño, incómodo, aterrador. Y de pronto lo entiendes: un día, tú serás igual. Y quizá alguien esté a tu lado.

Qué suerte sería encontrar a alguien dispuesto a escuchar tu historia por centésima vez sin poner los ojos en blanco. Alguien paciente, como tú intentas serlo ahora. Cuidar de tus padres no es solo una obligación. Es un recordatorio de que todos estamos conectados, de que el tiempo es implacable, y de que el amor, incluso el más complicado, es lo que nos hace humanos.

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