¿Por qué deberías dejar de invitar a gente a tu casa? Desde mi experiencia

Decidí, como quien atraviesa un espejo, no invitar nunca más a nadie a mi casa. No es por escasez de euros ni por ahorrar la cartera; mi vivienda en las afueras de Madrid cuenta con un patio de olivos, una cocina que huele a azahar y una mesa siempre dispuesta a recibir platos.

En el sueño, paso horas en la cocina preparando tapas, paellas y churros, y después me veo arrastrando la escoba por pasillos que se alargan como serpientes. Cocinar no es mi pasión, aunque lo haga como una alquimista; pasar medio día entre sartenes y vapor me agota, y para mis hijos, Alba y Iker, y para mi marido Luis siempre encuentro una excusa nueva, pero para los invitados prefiero no gastar energía en complacer a todos.

Cuando llegan amigos y parientes, la casa se vuelve un escenario de sombras que se desplazan sin permiso. Los niños corren, dejando juguetes como constelaciones sobre la alfombra; la ropa de cama se cambia como si el tiempo quisiera borrar huellas. Manchas aparecen en los manteles y en las cortinas, y una vez una vasija de rosas cayó de la repisa, esparciendo tierra que tuve que recoger y volver a plantar la flor, mientras la ventana susurraba que nada quedaba intacto.

No puedo vigilar a los niños de los demás, y sus padres, inmersos en charlas con conocidos, no los sujetan. Así, además de cocinar, termino reorganizando los muebles que se han desplazado como piezas de un rompecabezas invisible. Los invitados, curiosos, tantean los armarios, piden ver el interior de los cajones y, con una sonrisa, inspeccionan la cocina como si fuera un tesoro arqueológico. Cada rama de los geranios colgantes es arrancada por alguna mano que quiere llevarse un recuerdo.

A veces me pregunto si soy yo la que falla, si mi forma de recibir a los demás está mal. Pero al ver la multitud que ha cruzado mi umbral, comprendí que ya no quiero destinar mi fuerza a cocinar y luego limpiar hasta que la casa recupere su silencio. Prefiero encontrarme con un café en una terraza de la Gran Vía, pasear por el Retiro y volver a casa a un dominio de paz, donde el polvo no sea testigo de visitas y la tranquilidad sea la única invitada permanente.

Rate article
MagistrUm
¿Por qué deberías dejar de invitar a gente a tu casa? Desde mi experiencia