Recuerdo que, por más veces que le rogué a mi suegra que no se presentara a deshoras, no me hizo caso. Por alguna razón que nunca comprendí, ella creía tener derecho a entrar sin avisar a nuestra casa. Nuestro hijo, el pequeño Luis, apenas cumple un año. Lo he acostumbrado a una rutina estricta; si no se duerme a eso de las ocho de la noche, prefiero no acostarlo y pasar dos horas de auténtico tormento.
No servía de nada discutirlo con ella. Por mucho que le suplicara que no llegara tan tarde, no escuchaba. No entendía que no era buena idea visitar al nieto de un año a esas horas.
Trabajo hasta tarde le decía. Se queda media hora, juega con él, le saca una sonrisa, lo altera un poco y luego paso la mitad de la noche intentando bajarlo a la cuna. Después se vuelve inquieto y llora.
¿Qué podía hacer?
Aquella noche, como de costumbre, inicié el ritual de acostar al bebé. José y yo ya habíamos elegido una película para ver. De repente se escuchó el timbre. José abrió la puerta y encontró a su madre, Carmen, de pie en el umbral.
Me invadió una mezcla de ira y frustración. Luis estaba en plena fase de dentición y se revolvía sin tregua; cada hora de silencio era un tesoro. Intenté calmarme, porque había que mantener la compostura: al fin y al cabo, era la madre de mi marido.
Fingí un dolor intenso, me llevé la mano a la mejilla y grité:
¡Ha llegado a la hora exacta! Me duelen los dientes, no lo soporto, no quiero ir sola al dentista. Quédese un rato con el bebé y luego nos vamos.
José no comprendió nada, se cambió deprisa y salimos de casa.
¿Qué espectáculo es este? le preguntó José, perplejo.
Al menos podremos ir a algún sitio solos. Y no te olvides de apagar el móvil le contesté.
Volvimos a casa pasada la medianoche. Carmen tuvo que tomar un taxi para regresar. El bebé yacía en su moisés, rodeado de pañales sucios y ropa manchada. Juguetes, mordedores y sonajeros formaban un caos artístico, todo disperso por el suelo.
Carmen lucía exhausta; el maquillaje corría por sus mejillas y su vestido estaba manchado de papilla. Desde entonces, sus visitas son más escasas y, sobre todo, más temprano.







