**Diario Personal**
Lo encontró al doblar la esquina de una casa. Solo estaba corriendo de un montón de basura a otro, buscando algo de comer. Fue entonces cuando se topó con un gatito gris y diminuto.
El pequeño gateaba por el asfalto, maullando desesperado. Un perro grande, sucio y flaco, de color bueno, ni él mismo sabía si era rojizo o gris. El polvo lo cubría tanto que era difícil distinguir su verdadero tono. Se detuvo, y el gatito
Al verlo, el gatito chilló y se arrastró hacia él. El perro gruñó, pero el pequeño no se asustó.
*¿Qué demonios?* pensó el perro. *Justo lo que me faltaba. ¡Oye, oye! Tu madre vendrá pronto. No te acerques.*
Intentó apartar al insistente gatito con la pata, pero el pequeño ni caso. Se acurrucó contra esa pata grande y sucia, agarrándose con sus diminutas garras, y se quedó callado.
*Bueno* pensó el perro. *Esperaré a que vuelva su madre y me iré.*
El gatito se acomodó y se durmió, tranquilo y feliz. El perro, de color indefinido, también se tumbó a esperar.
Pero la espera se alargó demasiado. O, más bien, la madre nunca llegó.
Pasó el día, llegó la noche, y ella no apareció. El perro lo entendió: algo malo le había pasado.
El gatito despertó y empezó a hurgar con el hocico en el vientre del perro. Tenía hambre.
*Otro problema* pensó el perro. *¿Qué hago ahora? ¿Dejarlo aquí para que muera de hambre?*
Bueno
Lo llevaría al contenedor cerca del restaurante. Ahí tiraban cosas ricas, y en ese cubo grande había un agujero. Era donde él buscaba comida.
*Lo alimentaré y lo dejaré ahí. ¿Acaso voy a cargar con él?*
Agarró al gatito por el pescuezo con los dientes y se puso en marcha. No estaba lejos. Lo dejó entre unos arbustos para que no se escapara mientras él rebuscaba entre los desechos.
El perro se movía nervioso, escuchando cada maullido angustiado. El gatito gris lo buscaba. Llamaba a su madre.
*Maldita sea* maldijo el perro para sí. *¿Qué madre ni qué nada?*
Encontró unos yogures abiertos y sin terminar. Regresó y, con la lengua, recogió la masa dulce y calórica, pero no se la comió. Untó el hocico del gatito, que lamía feliz y ronroneaba.
*Perfecto. Así está bien.*
El perro se alegró.
*Así comerá.*
Luego, el gatito trepó al costado cálido del perro, se aferró a su pelaje sucio con las uñas y se durmió.
*Bueno* pensó el perro. *Esperaré hasta mañana. Lo alimentaré y después después me iré.*
Por la noche, el gatito despertó y maulló. Lloraba, y el perro lo lamía para calmarlo.
Solo al amanecer se durmió. Cuando el perro abrió los ojos, se encontró con la mirada del gatito gris. Este le tocó la nariz húmeda con el hocico y maulló:
*Mamá.*
Y entonces el perro lo entendió. No se iría. No lo abandonaría.
Así comenzó todo.
Encontró comida más blanda o la masticaba para su pequeño felino. El gatito comía, se acurrucaba, abrazaba a su madre perruna, jugaba con su cola y dormía sobre ella. Y al perro le dio una extraña paz. Como si hubiera encontrado un hogar.
Comían juntos, dormían juntos. El resto del tiempo, el perro jugaba con el gatito, haciéndolo correr y saltar.
*Si vamos a esto, que aprenda a sobrevivir.*
El verano pasó. El gatito creció. El perro
El perro adelgazó aún más. Pero llegó el otoño, y con él, lluvias interminables. Encontrar rincones secos y cálidos se volvió difícil. A veces, el perro abrazaba a su pequeño, protegiéndolo del frío y la humedad. Temblaba, pero seguía lamiendo al gatito. Lo importante era mantenerlo caliente y alimentado.
El perro se resfrió. Estornudaba, tosía. Le goteaban los ojos y la nariz. El gatito lo miraba preocupado.
*Mamá, mamá. ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?*
*Nada, cariño* respondía el perro. *No te preocupes. Todo está bien. Acércate, te daré calor.*
Entre lágrimas y mocos, no se dio cuenta
Llovía, y, para colmo, ese basurero no tenía comida. Debían ir a otro.
Como siempre, agarró al gatito por el pellejo con los dientes y lo llevó.
El agua corría por la acera y la calle. El cielo otoñal lloraba sin parar, y sus lágrimas caían sobre la cabeza y el lomo del perro. Pero él solo pensaba en una cosa:
*Mi pequeño no debe mojarse las patitas y enfermar.*
Quería cruzar rápido la calle, y por eso
Por eso no vio el coche que dobló la esquina.
Gracias a Dios, el coche iba despacio. Los limpiaparabrisas no daban abasto con el agua.
El golpe no fue fuerte, pero suficiente para que el parachoques lo lanzara a la acera.
El conductor se detuvo y bajó. Se acercó al perro, que yacía sobre el costado izquierdo, con una pata trasera herida.
*Déjame ver* dijo el hombre, pero el perro
Apretó algo contra su pecho y gruñó con ferocidad.
*No temas* dijo el conductor con voz suave. *Soy médico. Déjame revisar tu herida.*
La lluvia arreció.
El médico se estremeció con el agua que le corría por la espalda. El perro apretó aún más lo que escondía y cerró los ojos.
*¿Qué es eso?* se sorprendió el hombre. *¿Qué ocultas?*
Miró con cuidado y suspiró. Bajo las patas del perro herido, dos ojos felinos lo observaban.
*Ah, ya veo. Vamos.*
Se quitó el abrigo, lo extendió sobre el asfalto mojado y colocó con cuidado al perro encima. Los subió al asiento trasero y arrancó.
En la clínica de su amigo veterinario no había nadie.
*Llueve* dijo el veterinario. *¿Y esto qué es?*
El médico no respondió. Entró en la sala de exploración y dejó sobre la mesa al perro empapado, que aún abrazaba a su cría felina.
*Interesante* se sorprendió el veterinario. *¿Lo atropellaste?*
*Yo* admitió el médico.
El veterinario tomó al gatito de las patas del perro y se lo dio al médico.
*Siéntate ahí y no estorbes.*
Sus manos ya preparaban una inyección y los instrumentos.
El gatito forcejeaba por escapar y correr hacia su madre.
*¡Mamá! ¡Mamá!* maullaba. *¡Estoy aquí! No temas. Vuelvo.*
*Tranquilo* lo calmó el hombre. *Tu amigo estará bien. Está en buenas manos.*
Lo apretó contra su pecho, y el gatito no apartaba la vista de su madre perruna. Aquel señor de bata blanca hacía cosas con ella.







