El joven estudiante, desesperado, se casó con una mujer rica de 76 años, y una semana después de la boda, ella le hizo una propuesta sorprendente.
Marcos, de 23 años, apenas podía mantenerse en pie. Su vida se había convertido en una lucha interminable: su madre había enfermado gravemente y llevaba años sin poder trabajar, su hermana pequeña necesitaba atención constante, comida, ropa y ayuda con los estudios.
Todos los gastos medicinas, tratamientos médicos, facturas, comida recaían sobre sus hombros. Trabajaba en lo que podía: repartidor, mozo de almacén, dando clases particulares a otros estudiantes. Pero el dinero nunca era suficiente.
Las deudas crecían, los intereses lo ahogaban, y cada noche Marcos se preguntaba: «¿Cuánto más podré resistir?».
Un día, un amigo lo presentó con una mujer peculiar. Tenía 76 años, pero conservaba una mente lúcida, un humor refinado y una presencia imponente. Era multimillonaria, acostumbrada al lujo y a la admiración, pero también a una soledad profunda. En su primera cena juntos, Marcos comprendió que no era solo una anciana adinerada, sino una mujer inteligente, segura, que sabía escuchar y valorar a quien tenía frente a ella.
Cuando ella le propuso matrimonio, pasó noches enteras sin dormir. Su corazón vacilaba, pero su razón lo empujaba a aceptar. Las imágenes de su madre enferma y su hermana pidiéndole dinero para los libros lo perseguían. Al final, dijo que sí.
«Viviré unos años con esta mujer se convenció. A cambio, mi familia no volverá a sufrir».
Una semana después de la boda, Marcos se adaptaba a la vida en la mansión, fría y metódica. Dormían en habitaciones separadas, hablaban poco, solo durante el desayuno o la cena, pero nunca como marido y mujer.
Hasta que una noche, ella lo llamó a su estudio y le hizo una oferta que lo dejó sin aliento.
Marcos sintió el peso de su mirada mientras ella lo observaba por encima de sus gafas. Finalmente, habló:
«No tengo herederos. Ni marido, ni hijos. Y sé muy bien por qué te casaste conmigo. ¿Crees que no lo noté? Necesitabas dinero, no a mí».
Marcos intentó defenderse, pero ella alzó una mano, imponiendo silencio.
«No te justifiques. No te juzgo. Al contrario, admiro tu honestidad contigo mismo. Por eso te propongo un trato. Hasta que yo muera, te quedas a mi lado. Para el mundo, somos marido y mujer. Pero no exijo intimidad ni amor. Seguiremos durmiendo separados. Solo una condición: me serás fiel. Ni una amante, ni un escándalo. Basta con una sospecha para que lo pierdas todo».
Hizo una pausa y añadió, con voz suave pero firme:
«Y otra cosa no desees mi muerte. Si alguna vez se descubre que mi fallecimiento no fue natural, tu herencia irá a la caridad. No quiero un asesino, solo un compañero. Alguien que me haga sentir menos sola».
Marcos calló. Sentía alivio, miedo, incluso un extraño respeto hacia aquella mujer que lo había calculado todo.
«Piénsalo, Marcos concluyó ella. Tendrás más de lo que soñaste. Pero solo si cumples con tu palabra».
Sabía que su respuesta no solo decidiría el futuro de su familia, sino también el suyo propio.