Perdí al amor de mi vida por un solo error

 

Nunca imaginé que todo acabaría de esta manera. Que un solo momento de debilidad bastaría para destruir lo que más amaba. Que una simple acción, un mensaje inofensivo, se convertiría en mi mayor error.

Conocí a Valeria en una aplicación de citas. Al principio, nuestras conversaciones eran ligeras, llenas de bromas y mensajes que se alargaban hasta la madrugada. Pero con el tiempo, se volvió algo más. Ya no era solo una chica con la que hablaba por costumbre. Era alguien a quien esperaba cada día, alguien que había comenzado a ocupar un espacio en mi corazón sin que me diera cuenta.

Valeria vivía en un pequeño pueblo cerca de Sevilla, mientras que yo trabajaba como mecánico en un taller de la ciudad. Mi trabajo era agotador: dos días de trabajo sin descanso, dos días libres. Durante mis turnos apenas teníamos tiempo para hablar, pero en mis días libres siempre encontraba la manera de verla. A veces conducía hasta su casa, otras veces ella venía a verme. Cada momento juntos se sentía único, como si el resto del mundo desapareciera cuando estábamos uno al lado del otro.

Pensaba que nada podía separarnos.

Pero estaba equivocado.

El mensaje que lo cambió todo

Era una noche como cualquier otra. Había pasado el día entero en el taller, con las manos manchadas de grasa y el cuerpo agotado. Me senté en el coche antes de volver a casa y saqué el móvil para revisar mis notificaciones. Fue entonces cuando lo vi.

Un mensaje.

De una desconocida.

Abrí la conversación y vi su foto de perfil.

Era hermosa. Pelo largo, ojos oscuros, una sonrisa cautivadora. El tipo de mujer que, en cualquier otra circunstancia, nunca se habría fijado en alguien como yo.

Y, sin embargo, me había escrito a mí.

Debería haberlo ignorado.

Debería haber borrado el mensaje sin pensarlo dos veces.

Pero no lo hice.

Respondí.

Al principio, fue una conversación trivial. Algunas preguntas, un par de chistes, comentarios sin importancia. Pero había algo en ella… Algo en su manera de escribir, en sus palabras, que me atrapó.

Revisé su perfil. Parecía real. Fotos antiguas, publicaciones de años atrás, amigos que comentaban sus fotos.

No vi ninguna señal de peligro.

Así que seguí escribiéndole.

Una llamada que destruyó todo

Al día siguiente, recibí otro mensaje.

“Si quieres, llámame.”

Me quedé mirando la pantalla por un largo rato.

Y luego, sin pensarlo demasiado, marqué su número.

Su voz…

Era dulce, seductora, envolvente. Hablaba con una seguridad que me desarmó de inmediato. Se reía con facilidad, sus palabras fluían con naturalidad. Hablamos de todo y de nada. De viajes, de sueños, de cosas que queríamos hacer en la vida.

Y entonces llegó la pregunta que lo cambió todo.

“¿Cuándo nos vemos?”

Titubeé.

Pero luego escuché su respiración al otro lado de la línea y un susurro que me hizo estremecer.

“Me encantaría verte.”

Le propuse encontrarnos en una cafetería en el centro de Sevilla, un lugar donde solía ir con Valeria.

Pero en ese momento, no pensé en ello.

Debería haberme dado cuenta.

Debería haber sabido que algo no estaba bien.

El instante que lo destruyó todo

Esa noche me preparé como si fuera una cita real. Me duché, elegí mi mejor camisa, me perfumé. Y, sin siquiera pensarlo, compré un ramo de rosas rojas.

Me senté en una mesa junto a la ventana y esperé.

Y entonces la vi.

Pero no era la mujer con la que me había citado.

Era Valeria.

El tiempo pareció detenerse.

Estaba allí, de pie, a solo unos pasos de mí. Sus brazos cruzados, su rostro inexpresivo.

No gritó.

No lloró.

Solo me miró.

Y yo lo supe.

Era una trampa.

Una prueba.

Y la había fallado.

Se acercó lentamente.

Quise decir algo. Explicarlo. Decirle que no significaba nada.

Pero, ¿de qué habría servido?

Sacó un pequeño papel de su bolso y lo dejó sobre la mesa, frente a mí.

Su voz fue tranquila, pero más fría que el hielo.

“No digas nada. Ya no importa.”

Se dio la vuelta y se marchó.

Yo no me moví.

No la seguí.

Solo me quedé allí, mirando ese papel sin abrirlo.

Porque ya sabía lo que decía.

Esa noche, Valeria me borró de su vida.

Bloqueó mi número.

Eliminó todas nuestras fotos.

Se desvaneció como si nunca hubiera existido.

Y yo supe que nunca la recuperaría.

Un final sin vuelta atrás

Han pasado dos años.

Tengo otra relación, otra vida.

Pero, en las noches silenciosas, mi mente siempre vuelve a ese momento.

A su mirada.

Porque la traición no empieza cuando se concreta.

Empieza en el instante en que la permites en tu mente.

Con un mensaje.

Con un segundo de curiosidad.

Con un solo paso en falso.

Y cuando lo das… ya has perdido.

Así que si alguna vez te encuentras en mi lugar, detente.

Piensa.

Porque hay errores que no se pueden enmendar.

Yo ya aprendí la lección.

Espero que tú no tengas que aprenderla del mismo modo doloroso.

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Perdí al amor de mi vida por un solo error