**Pelos en el plato: cómo las discusiones por el gato arruinaron el amor**
—Iker, te lo pido por última vez. ¡Cambia de tema! Prometiste que no volverías a hablar mal de mi hijo. —María intentaba mantenerse serena, pero la voz le temblaba.
—No hablo mal, hablo con la verdad —replicó Iker, irritado—. Vive a tu costa y tú, en vez de verlo, te derrites. ¿No te das cuenta de que lo estás criando como un vago?
—¡Basta! ¡No quiero seguir con esto! —María casi gritó—. Mi hijo es estudiante. Mientras estudie, yo lo mantendré. No necesito tu permiso.
—¿O sea que mi opinión no cuenta? —se indignó Iker—. ¿Solo aceptas halagos? Pues lo siento, cariño, pero tendrás que contar conmigo.
—¡No tendré que! —cortó ella—. Si no paras ahora mismo, me voy. ¡Otra vez! Hace dos semanas juraste que no lo volveríamos a discutir. ¿O ya no te acuerdas?
—¡Claro que me acuerdo! —rugió él—. Pero ¿cómo callarme si se comporta así? Tú te dejas la piel por él, y él ni lo valora.
—¿Quién te dijo que no lo valora? —María temblaba de rabia—. Adrián me quiere y me lo agradece todo. ¡Cierra la boca! ¡Se acabó la discusión!
Dio media vuelta y se refugió en la cocina para calmarse. Pero Iker, cargado de indignación, la siguió.
—María, ¿ni siquiera me escuchas? —su voz sonó casi suplicante—. ¿No me merezco eso?
—¡Primero ten un hijo, críalo, y luego opinas! —le espetó—. ¡Tus palabras no son más que envidia.
Iker tenía una hija de su primer matrimonio, pero hacía ocho años que no la veía: su ex se había mudado a otra ciudad cuando la niña tenía apenas dos años.
—¿Envidia? —Iker se quedó atónito—. ¿Crees que envidio a tu mocoso? ¡Qué absurdo!
—¡Pues claro que sí! —replicó María—. ¡Tiene veinte años y tiene más que tú!
—¿El que su madre le pague el piso y le llene la cuenta? ¿Eso se supone que debo envidiar? —preguntó con sorna.
—¡Pues parece que sí! —replicó ella—. Si no, ¿por qué te molesta tanto?
—¡Solo intento hacerte ver que lo has malcriado! —insistió él.
—¡Pues lo malcrío y lo seguiré haciendo! Es mi único hijo y puedo permitírmelo —zanjó María.
—¡Ah, claro! ¡Eres toda una millonaria! —se burló Iker.
Todo había empezado de otra manera. María ni siquiera entendía cómo habían vuelto a discutir por Adrián. Estaban tranquilos, viendo la tele, cuando salió un anuncio de un sillón de masajes. A Iker le entusiasmó la idea de comprar uno, hasta encontró un modelo barato.
María no se opuso, pero le recordó:
—Mejor esperemos un poco. Ahora no podemos gastar tanto, con mi sueldo retrasado. Quizá tenga que pedirte algo.
Ella nunca le pedía dinero. Rara vez le retrasaban el sueldo, pero esta vez fue así. María trabajaba desde casa, solo salía para comprar. Pasaba los días tecleando en el portátil, revisando documentos, pero el sueldo merecía la pena —un 50% más que el de Iker. No eran millones, pero le alcanzaba para el alquiler, la comida y ayudar a Adrián.
—María, ¿no crees que si te faltara dinero, alguien podría buscarse un trabajo? —dijo Iker con indirecta.
—¿Te refieres a Adrián? —frunció el ceño—. Ya te dije que no quiero. Lo mandé a estudiar, no a gritar «¡Caja libre!».
—¡Es un hombre! ¡Debería entender que el dinero no cae del cielo! —se indignó Iker.
—¡Lo entiende perfectamente sin tus lecciones! —replicó ella.
—No entiende nada mientras tú se lo des todo servido —insistió él.
—¡No es asunto tuyo! ¡Ya basta, me sacas de quicio! —gritó María.
La pelea duró media hora más. Para calmar los ánimos, María preparó té y unos bocadillos.
—Aquí tienes —dijo, acercándole el plato.
Iker lo rechazó con gesto asqueado.
—No quiero… —empezó, pero de pronto vio algo—. ¡Mira! ¡Pelos en el plato! ¡Tu gato me saca de mis casillas! ¿Por qué hay tanto pelo? ¿Ni siquiera limpias?
—¡Limpio dos veces por semana! ¡No puedo más! —contestó María, sintiendo cómo el enfado volvía a hervirle.
—¡Pero si estás en casa todo el día! ¿Tan difícil es pasar la fregona? —soltó él.
—¡No estoy en casa sin hacer nada! ¡Trabajo y gano más que tú! —saltó ella.
Iker palideció. Ya le molestaba que ella ganara más, pero ese tono despectivo fue la gota que colmó el vaso.
—¿O sea que ahora ya no soy un hombre? —preguntó entre dientes.
—¡Yo no he dicho eso! —cortó María—. ¡Me has sacado de quicio! A mí también me gustaría vivir en una pureza de hospital… ¡si alguien más limpiara! ¡Fregar no es solo cosa de mujeres!
—¿Yo he dicho que lo sea? —replicó él.
—No lo has dicho, pero dime: ¿cuántas veces has limpiado desde que vivimos juntos? ¡Ni una! ¡Y llevamos seis meses aquí! —le recordó ella.
Iker se quedó pensando. Era verdad: nunca lo hacía, pero no iba a admitirlo.
—¡Ay, qué delicada! ¡Pasar la mopa es una hazaña! —se burló—. ¡Y yo, por cierto, no ensucio!
—¡Yo tampoco! —replicó ella—. Pero tú quieres que ande con la bayeta todo el día, que lave los cristales dos veces por semana y friegue el suelo dos veces al día. ¡Yo desde el principio te dije que eso no pasaría!
Cuando Iker le propuso mudarse juntos, María fue clara: limpiaría dos veces por semana, con horario. Lo demás, no era su problema.
—¡No sabía que tu gato iba a llenar la casa de pelos! —siguió él.
—¡No los esparce a propósito! ¿Los buscas con lupa? —se indignó ella—. ¡Y deja de gritar, que asustas a mi gato! ¡Mira, se ha escondido bajo el sofá!
Efectivamente, Bigotes los observaba con los ojos como platos, sin atreverse a salir.
—¡Ay, qué sensiblito! —se rió Iker—. ¡Ni al gato ni al hijo sabes educar! Uno maúlla toda la noche y el otro te deja sin un euro sin remordimiento.
—¿Otra vez con Adrián? —explotó María—. ¿Por qué no sales a dar un paseo? ¡Airearte te vendrá bien!
—¡No me voy a ningún sitio! ¡Este es mi piso! —declaró él.
—¿Ah, sí? ¿Y que lo pagamos a medias no cuenta? —le recordó ella.
—¡Yo vivía aquí antes, así que es mío! —zanjó.
—Pues mañana me vuelvo con mi hijo —gritó María, entrando en el baño y cerrando de golpe.
—¡Vete! A ver quién te aguanta con cuarenta y tres años —le espetó Iker.
María ya no soportaba más. Y todo había empezado tan bien…
Nació en un pueblo de Toledo. Allí se enamoró, se casó, tuvo a—¡Adiós, Iker! —dijo María mientras cerraba la puerta con un suspiro de alivio, segura de que, al fin, su felicidad no dependía de nadie más que de ella misma y su hijo.