Pasteles y otros desengaños

**Pastel y otras decepciones**

Hoy he visto cómo se rompe algo que creía inquebrantable.

Elena batía la nata para el bizcocho, con movimientos precisos, como un relojero. El pastel para su hija, Lucía, debía ser una obra maestra: tres pisos, mousse de vainilla, frambuesas frescas y delicados rizos de chocolate. Hoy Lucía cumplía dieciocho años, y Elena esperaba que este postre—el mejor de sus veinte años como pastelera—derritiera el muro que había crecido entre ellas en el último año.

—Mamá, ¿aún no has terminado?— Lucía entró en la cocina, sus zapatillas chirriando sobre el linóleo. —¡Vega ya está de camino y aquí sigue todo patas arriba!

—Casi listo— respondió Elena, secándose las manos en el delantal. —¿Qué te parece?

Lucía echó un vistazo rápido al pastel, su rostro permaneció impasible.

—Bueno… está bien. Pero Vega dice que estos pasteles ya no se llevan. Ahora lo moderno es el minimalismo, sin tantos… adornos.

Elena sintió que la cuchara en su mano pesaba el doble.

—No son solo adornos, Lucía. Son tus diseños favoritos, como el pastel de tus diez años. ¿Te acuerdas?

—Mamá, tenía diez— Lucía puso los ojos en blanco. —Vale, voy a ordenar el salón. Papá ha vuelto a llenarlo de papeles.

Se marchó, dejando atrás un rastro de perfume y la sensación de que Elena hablaba con el vacío.

A las seis, el salón brillaba con globos, guirnaldas y una mesa con aperitivos. Elena colocó el pastel en el centro, las frambuesas reluciendo bajo la lámpara como pequeños rubíes. Recordó cómo el año pasado Lucía había rechazado la celebración familiar para ir a un bar con amigos. *”Soy adulta, mamá”*, había dicho. Elena había ahorrado durante meses para este pastel, renunciando a zapatos nuevos y sus cursos de repostería, para que hoy todo fuera perfecto.

El timbre la sacó de sus pensamientos. Lucía corrió a abrir, y entró Vega—alta, con uñas rosas y una mirada que escaneaba todo como un detector de fallos.

—Guau, ¿eso es el pastel?— Vega se detuvo frente a la creación de Elena, inclinando la cabeza. —Lucía, ¿en serio? ¡Esto es para niños!

—Es lo que le gusta a mi madre— Lucía soltó una risita, pero sus mejillas enrojecieron. —Le encantan estas cosas… retro.

—¿Retro?— Vega rió, su voz cortante como cristal. —¡Parece de los noventa! Ahora llevan los *naked cakes*, solo frutas y nada de crema. ¿Verdad, Lucía?

Elena apretó el delantal, sintiendo que la cocina se encogía.

—Hola, Vega— forzó una sonrisa. —Es el pastel que a Lucía siempre le ha gustado. Toda la vida le ha encantado la vainilla y las frambuesas.

—*Le ha gustado*— Vega remarcó las palabras, mirando a Lucía. —Pero los gustos cambian, ¿no? Ahora Lucía va de vegana, ¿verdad?

Lucía dudó, jugueteando con su pulsera.

—Bueno, no exactamente… Pero Vega tiene razón, mamá. ¿El año que viene podrías hacer algo más moderno?

A Elena se le encogió el corazón, pero asintió.

—Vale, Lucía. Por ahora, recibamos a los invitados.

El salón se llenó de risas y música. Elena repartía canapés, ignorando cómo Vega susurraba a Lucía señalando el pastel. Su marido, Javier, estaba en un rincón, absorto en su portátil. Su *”proyecto urgente”* siempre era más importante que la familia.

—Elena, ¿todo bien?— Javier levantó la vista un segundo. —El pastel está espectacular, como siempre.

—Gracias— respondió ella sin entusiasmo. —¿Me ayudas con las bebidas?

—Ahora, solo termino un correo— volvió a hundirse en la pantalla.

Elena regresó a la mesa, donde Vega hablaba a gritos de *”fiestas in”*.

—En Madrid hay ahora bodas con pasteles sin gluten ni azúcar, de matcha— decía, —eso es *tendencia*. Pero esto…— señaló el pastel con desdén, —parece hecho por una abuela.

Los invitados rieron. Lucía enrojeció pero calló, retorciendo el mantel.

—Vega, es el pastel de mi madre— murmuró. —Se ha esforzado.

—¿Esforzarse?— Vega arqueó una ceja. —Lucía, hay que estar *al día*. ¿Quieres que tus dieciocho parezcan una fiesta infantil?

Elena sintió arder sus mejillas. Quiso protestar, pero al mirar a Lucía, que bajó la vista, se contuvo.

La peor parte llegó al apagar las velas. Elena empujó el carrito con el pastel; sus manos temblaban. Los invitados guardaron silencio, los móviles apuntando a Lucía. Las velas se encendieron, su luz reflejada en los ojos de su hija, como antaño.

—Lucía, pide un deseo— susurró Elena, con un nudo en la garganta.

—Espera— Vega interrumpió, su voz rasgó el aire. —¿Son velas normales? ¡Lucía quería bengalas! ¿No te lo dijo?

—¿Bengalas?— Elena se quedó helada. —Lucía, no me dijiste…

—¡Porque siempre haces lo que quieres!— estalló Lucía, temblando. —¡Pedí algo simple, moderno, y tú con tus pasteles de boda! ¡No soy una niña!

Los murmullos crecieron. Elena sintió que el suelo cedía.

—Solo quería que te gustara— su voz casi no se oía. —Es tu sabor favorito…

—¿Favorito?— Lucía soltó una risa amarga. —¡Hace un año que no como frambuesas! Vega tiene razón, vives en tu mundo.

—Tranquila— Vega le puso una mano en el hombro, como dirigiendo una orquesta. —Apaguemos las velas y olvidemos esto. Total, nadie se lo comerá.

Elena buscó a Javier, pero él solo se encogió de hombros.

—Elena, no dramatices. Deja que las chicas se diviertan.

—¿Divertirse?— Elena avanzó hacia el pastel, temblando. —He planeado esto durante meses. Ahorré, estudié técnicas nuevas… Y tú, Vega, ¿quién eres para decidir aquí?

Vega alzó la barbilla, su sonrisa fría.

—Soy su amiga. Y tú, Elena… solo su madre, que no entiende que su época pasó.

El silencio pesó. Lucía miró al suelo, retorciendo su pulsera.

—Lucía— Elena se dirigió a ella, —di algo. Es tu día. ¿Qué quieres?

Lucía calló, sus labios temblaron. Vega tosió, presionando.

—Mamá— finalmente susurró, —quiero hacerlo *a mi manera*. Sin tus pasteles. Sin tus… expectativas.

Algo se quebró dentro de Elena. Recordó cuando, años atrás, Lucía se enfermó tras una pelea con Javier, y ella horneó un pastel para verla sonreír. Su hija la abrazó entonces, diciendo: *”Eres la mejor madre”*. Ahora, de esa niña no quedaba nada.

—Bien— se quitó el delantal lentamente. —Entonces no me necesitas.

Empujó el carrito hacia la cocina. Los invitados se apartaron. Vega bufó. Javier al fin levantó la vista.

—Elena, ¿exageras? Es solo un pastel.

—NoElena cerró la puerta de la cocina, apoyó la espalda contra la madera y dejó que las lágrimas quemaran sus mejillas, sabiendo que algunas heridas no se curan con azúcar ni con tiempo.

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