Con mi perro paseábamos por el parque cuando, de repente, se acercó a un mochila negra, la agarró y saltó a la fuente: entonces ocurrió algo inesperado.
Salí con mi perro a dar nuestro paseo habitual por el Retiro. El día era tranquilo, el aire fresco después de la lluvia, y el sonido del agua de la fuente resonaba con calma. Disfrutaba de la paz, sin pensar en nada malo. Pero, de pronto, el comportamiento de mi perro cambió bruscamente.
Se puso alerta, el pelo del lomo se erizó y las orejas se aguzaron. Lo vi detenerse de golpe, como si hubiera olido algo, y después salió corriendo con una fuerza inusual. Le grité confundido, pero no se detuvo. Sus movimientos eran rápidos y decididos, como si supiera exactamente adónde ir.
En cuestión de segundos, lo vi acercarse a una mochila negra abandonada en el césped, cerca del agua. Empezó a ladrar con fuerza, gruñir y retroceder, volviendo una y otra vez hacia aquel objeto. Miré a los lados, y el corazón se me encogió: no había nadie alrededor, nadie reclamaba aquella mochila.
Entonces sucedió lo que jamás hubiera imaginado. En lugar de alejarse o esperarme, mi perro agarró la mochila con los dientes. Grité, intentando detenerlo, pero parecía no oírme. Corrió hacia la fuente con aquel mochilón pesado, sin hacer caso a mis órdenes ni a mis llamadas.
En un instante, llegó al agua. Seguí gritando, casi sin voz por la desesperación. Pero él tomó una decisión. Sin dudarlo, saltó directamente a la fuente con aquella maldita mochila.
Me quedé allí, sin creer lo que veía, aturdido e impotente. Pero entonces ocurrió algo totalmente inesperado.
De repente, un estruendo sordo bajo el agua. Una onda expansiva elevó el chorro de la fuente aún más alto, salpicando todo alrededor, y el suelo tembló bajo mis pies. Había sido una explosión.
Solo entonces entendí: dentro de aquella mochila había un artefacto explosivo. El agua amortiguó la onda expansiva, dispersando la fuerza sin herir a las decenas de personas que paseaban cerca, ajenas al peligro.
Mi perro lo había sabido antes que yo. Sintió la amenaza donde yo solo vi un bulto olvidado. Su instinto y su valentía salvaron vidas.
Quedé paralizado junto a la fuente, con un nudo en la garganta. Poco a poco, comprendí: mi amigo, mi fiel protector, se había sacrificado por todos nosotros. Se fue como un héroe, haciendo algo que ni muchos hombres habrían hecho.
Ahora, cada vez que paso por esa fuente, recuerdo aquel día. El agua me parece un eterno recuerdo: de lealtad, de coraje y de cómo, hasta en sus últimos segundos, mi perro no pensó en sí mismo, sino en nosotros.