La hermosa y libre Alba se enamoró, y lo hizo de un guapo como Íker, tanto que hasta a ella misma le sorprendió. Trabajaba en un salón de belleza, él llegó para cortarse el pelo y se sentó en su sillón.
—Por favor, más corto—dijo él con educación, mirándola a los ojos, y entre ellos saltó una chispa, tan intensa que casi ardía.
—Madre mía, qué guapo es, y esos ojos…—pensó Alba.
—Vaya, qué belleza trabaja aquí. Nunca había venido, fue cosa del destino. Menos mal que entré. Solo falta saber si está soltera… Aunque seguro tiene novio, las chicas así nunca están solas—pensaba Íker mientras Alba le arreglaba el pelo.
Terminó rápido el corte, pero luego se arrepintió:
—Podría haber tardado más, pero bueno, solo es otro cliente.
Íker no quiso dejar escapar a una chica tan guapa y decidió esperarla al salir. Miró el horario del salón y, satisfecho, se fue a la oficina, donde acababa antes.
Al terminar su turno, Alba salió y lo vio allí, con un ramo de flores. Se acercó sonriendo:
—Hola, esto es para ti—le tendió las flores.
—¿Para mí? ¿Por qué?—preguntó sorprendida.
—Por el corte, me encantó—se rio él, y ella también—. ¿Estás libre? ¿Tomamos algo en una cafetería?
—Vale, por mí bien—aceptó, aunque pensó—: ¿De verdad está soltero?
En el café hablaron con naturalidad. Íker era divertido y buen conversador. La hizo reír hasta olvidar todo lo demás. Desde esa noche empezaron a salir. Ella esperaba que la dejara, pero su relación seguía, y además, él era cariñoso y atento.
Pasó el tiempo. Empezaron a hablar de vivir juntos y casarse. Alba sabía que su belleza le traería problemas. Dondequiera que fuesen, habría mujeres que se fijarían en él, y de eso estaba segura. Hasta se negó a casarse por eso.
—Albita—así la llamaba a veces—, ¿qué te inventas ahora?—preguntaba él con sinceridad.
—No sé… No puedo casarme contigo porque eres… guapo. Y a los hombres guapos no se les puede confiar. Veo cómo te miran—confesó.
—Alba, ¿qué quieres que haga? ¿Que me desfigure?
Ella lo miraba y sabía que lo amaba con locura, cada parte de él: esos ojos oscuros y ardientes, su mirada cálida bajo las pestañas espesas, sus rasgos perfectos. Íker era bueno y fiel, y aparte de ella, solo le gustaban los ordenadores.
Pero al final cedió y aceptó casarse. Se dieron el sí.
—Albita, mi amor, eres la mujer más bella del mundo—la abrazaba él, repitiéndoselo—. No hay nadie como tú—y ella se derretía.
Aunque sabía que era guapa y que los hombres la miraban, para ella solo existía su marido. Y veía cómo otras mujeres lo admiraban.
En el salón entró una nueva compañera, Lucía, una chica habladora y simpática. Un día, durante el descanso, vio a Íker llegar a buscar a Alba para comer en un café cercano.
—¡Dios mío, qué guapo!—exclamó Lucía al verlo salir del coche y tomar la mano de Alba.
Íker iba a veces al salón en su hora libre.
—¿Quién es ese?—preguntó sorprendida a una compañera.
—El marido de Alba—le respondieron.
—¿Su marido? ¡No puede ser!—Lucía parecía desconcertada.
Nadie lo sabía, pero desde ese día no tuvo paz. Quería conquistar a ese guapo, era una depredadora y no se detendría ante nada. Hablaba con Alba de su marido, incluso la provocaba.
—Alba, ¿no tienes miedo de que te lo quiten? Tener un marido así es peligroso.
—No, no tengo miedo—respondía Alba, aunque por dentro ya sentía el gusanillo de la duda.
Lucía no la dejaba en paz, sacando el tema cada día.
—Albita, ¿todo bien con Íker? ¿Aún no te lo han robado?
—No, todo perfecto—contestó Alba con una mirada que dejó a Lucía desconcertada—. No lo creerás, pero mi marido solo me quiere a mí—añadió.
Lucía entendió que la había molestado.
—Alba, no te enfades. Me malinterpretaste. No quiero a tu marido—se justificó.
Pero Alba empezó a inquietarse. Lucía era demasiado insistente. Se quejaba en silencio:
—¿Por qué hay gente que se mete en la vida ajena? Íker y yo somos felices, nos da igual lo que piensen.
Pero Lucía no paraba.
—Alba, perdona, pero los hombres guapos son un riesgo.
—Lucía, ¿hablas por experiencia? ¿Algún hombre te hizo daño?—preguntó Alba.
—Me pasó. Estuve con uno guapo como un dios, pero era un desastre. Las mujeres se le tiraban, y él no decía que no. Luego se sorprendió cuando lo dejé.
—Pero no todos son así—defendió Alba—. No todos son un donjuán.
Un día, Alba salió a comprar cuando Íker llegó sin avisar, pensando que estaría allí. Al no encontrarla, se fue. La llamó y supo que estaba en el supermercado.
—Pensé que podríamos comer algo.
—Íker, ¿por qué no llamaste? Además, no lo hablamos esta mañana, y necesitaba comprar. Bueno, ya estoy en caja.
Al volver al salón, Lucía le dijo:
—Tu guapo vino. Hay que reconocerlo, es un bombón—dijo con voz melosa.
—Lo sé, me llamó. ¿Quería algo?—preguntó Alba deliberadamente.
—No, pero se quedó un rato—Alba notó que Íker le había impresionado, y Lucía no paraba de preguntar por él.
Esa noche, durante la cena, Íker la hizo reír, y Alba preguntó:
—¿Por qué te quedaste en el salón si no estaba?
—¿Yo? No me quedé, pero tu compañera…
—¿Lucía? Dicen que no le gustan los hombres.
—Pues no lo parece. En seguida me tiró los tejos… Me fui.
Alba no insistió, pero le preocupaba, aunque sabía que su marido la amaba. Pero Lucía… Alimentaba sus celos y seguía preguntando.
—Alba, ¿por qué no tienen hijos?—decía Lucía—. Aunque, claro, con hijos es más difícil separarse. Íker es tan interesante…
Hasta otras compañeras le llamaban la atención a Lucía. Alba aguantaba, aunque por dentro hervía.
—Todos los hombres son iguales, y el tuyo no es la excepción. Algún día te será infiel. No quiero entristecerte, Albita, pero cuando no estabas, no se comportó como un marido ejemplar. Esas miradas, esos comentarios…—provocaba Lucía, buscando que Alba entrara en pánico.
Esa noche, Alba se lo contó a Íker.
—Vaya zorra esa Lucía. Se me colgó del cuello, y cuando le recordé que soy casado, empezó a inventar cosas. Salí corriendo—dijo él.
Alba reflexionó y decidió ponerlos a prueba. Unos días después, pidió a Íker que pasara por el salón después de comer. Viendo su coche desde la ventana, le dijo a Lucía que saldría un momento, pero en vez de eso, entró por la puerta trasera y se escondió.
—¿Dónde está Alba?—oyó la voz de Íker.
—¡