Querido diario,
Hoy vuelvo a sentir la frustración de que para mi madre cuidar de mi hija sea una imposibilidad. Todos los amigos tienen madres que se encargan sin problemas de sus nietos; mi madre, en cambio, repite siempre lo mismo: Es tu hija, yo crié a la mía. Almudena, mi niña de cinco años, ya asiste a la guardería. Hace dos años, al acabar mi permiso de maternidad, regresé al trabajo como profesor de educación primaria y, por la naturaleza de mi puesto, me es muy difícil ausentarme con frecuencia. En esas ocasiones me vendría genial contar con la ayuda de mi madre.
En invierno dispongo de bastante tiempo libre, ya que no tengo casa de campo para escaparme. Mi madre pasa el día en casa, entre la televisión y las llamadas telefónicas con sus amigas; no parece haber otra ocupación que le interese. La semana pasada fuimos al oftalmólogo y descubrimos que Almudena tiene problemas de visión. Llamé a mi madre para decirle que tendríamos que llevar a la niña a la clínica durante diez días. La recogemos de la guardería a la una y la llevamos por la mañana a la clínica; todo está a la vuelta de la esquina: guardería, clínica y la casa de mi madre.
Sé que mi hija está bien educada y que mi madre lo sabe. No es gruñona, no hace ruido, no crea líos y come lo que le damos. Sin embargo, ella muestra una clara aversión a ayudarme. Un día necesité su apoyo porque mi marido y yo teníamos que ir a trabajar.
Sería genial que mi madre pudiera venir y echarnos una mano unos días, pero no está en condiciones de hacerlo. Afortunadamente contamos con familiares cercanos que pueden apoyarnos cuando hace falta. Mi abuela, Doña Concha, vive al lado y últimamente no tiene nada que hacer, así que tendría sentido que ella cuidara al bebé mientras trabajamos. No tendría coste extra, ya que está a un paso, y nos aliviaría bastante el estrés.
Desde que mi madre está jubilada le ayudo económicamente. Le envío dinero cada mes y pago el alquiler de su piso dos veces al mes. Cuando mi marido y yo vamos de la compra, la llevamos y ella paga todo ella misma. En todas las fiestas le regalo presentes muy caros, y ella parece dar por sentado que es mi obligación alimentarla y pagarle el alquiler porque soy su hijo. No lo entiendo; mi hija es mi responsabilidad, no un peso que deba soportar por deber filial.
Me pregunto si las abuelas están obligadas a ayudar a sus hijos o si lo hacen por cariño. ¿Es justo? Me duele mucho; me esfuerzo al máximo por mi madre y siento que no lo valora.
He aprendido que, aunque el amor familiar es fuerte, es necesario poner límites claros y reconocer que cada generación tiene sus propias responsabilidades. No puedo seguir sacrificándome sin que haya reciprocidad ni reconocimiento.
Hasta mañana.







