Para mí, dar a luz. Sabes que no puedo tener hijos…

**Diario de un hombre**

El primer día de clase en la universidad comenzó con una conferencia. Elena se perdió por los pasillos hasta encontrar el aula correcta. Apenas se sentó en el último asiento de la primera fila cuando entró el profesor. Se presentó y explicó lo que estudiarían durante el año. Advirtió que los exámenes incluirían temas de sus clases, no de los libros. Recomendó asistir ahora para evitar buscar respuestas en internet más tarde.

De pronto, la puerta se abrió y entró una chica deslumbrante. El aula estalló en risitas. El profesor se volvió hacia ella.

—¿Vienes a la conferencia? ¿Cómo te llamas? —preguntó con severidad.

—Carmen María Ruiz —respondió sin inmutarse.

—Bien, Carmen María. Esta vez te perdono. La próxima, no llegues tarde. No tolero retrasos —dijo, mirando al aula—. Esto aplica para todos. No repetiré lo que ya expliqué. Siéntate.

Carmen se deslizó hacia la primera fila, evitando el ruido de sus tacones. Elena le hizo espacio.

—Hola. ¿Qué dijo? ¿Amenazas? —susurró, radiante como un pájaro de fuego.

—Calla, nos echará —repuso Elena.

En el descanso, se presentaron. Carmen era de Toledo, viajaba cada día en tren. No calculó bien el tiempo y llegó tarde. Elena, de Segovia, vivía en la residencia universitaria.

Carmen era alegre, despreocupada con los estudios. No entendía cómo Elena pasaba días enteros con libros.

—¿Qué importa un diploma con honores? Lo importante es casarse bien —decía.

—Prometí a mi madre estudiar. Ella me crió sola. Entró en la universidad, se enamoró, quedó embarazada… y él la abandonó. Fue difícil para ella. No quiero repetir su historia —contestó Elena.

—Vivirás agobiada por los libros. ¿Cuándo disfrutarás? —replicó Carmen.

—Cuando me gradúe —rió Elena.

A pesar de sus diferencias, se hicieron amigas. Elena asistía a todas las clases y ayudaba a Carmen, que faltaba para bailar o salir con chicos. Muchos le advertían a Elena que Carmen se aprovechaba de ella.

—¿Y qué? La amistad raramente es desinteresada —respondía.

En cuarto año, Carmen se enamoró y abandonó los estudios. De no ser por Elena, la habrían expulsado. Al inicio del último curso, Carmen quedó embarazada.

—Quería abortar en secreto, pero Sergio se enteró y se enfureció. Me caso. Serás mi testigo —anunció.

Celebraron una boda bulliciosa antes de Año Nuevo. Carmen dio a luz un niño antes de los exámenes finales. Los profesores, compadecidos, le aprobaron con lo justo.

Elena se graduó con honores y planeaba volver a Segovia.

—¡Con ese diploma, Madrid te abre puertas! ¿Qué harás en Segovia? Hablaré con Sergio. Su padre tiene una empresa, te contratará —insistió Carmen.

—Mi madre me espera…

—Ella querrá lo mejor para ti. Gana experiencia y dinero. Además, Sergio tiene un amigo soltero. ¿No prometiste vivir después de graduarte? —Carmen sonrió—. No te dejo ir.

Elena se quedó en Madrid. Sergio habló con su padre, y la contrataron. Se destacó en el trabajo, aunque su vida personal seguía vacía.

Carmen tuvo un segundo hijo y se quejaba:

—Sergio quiere una niña ahora. ¿Voy a parir cada año? —decía, agotada.

Elena se casó con el amigo de Sergio, pero no podía tener hijos. Los médicos confirmaron que nunca sería madre. Aceptó su destino, aunque su matrimonio fracasó cuando su esposo la dejó por otra.

Mientras, Carmen y Sergio se mudaron a una casa en un barrio exclusivo. Al visitarlos, Elena vio la habitación infantil, decorada con nubes y fotos de los niños. Le ardieron los ojos.

—Eres afortunada —murmuró.

—Afortunada… Sergio solo me quiere para tener hijos. Viaja constantemente. Estoy sola —Carmen suspiró—. Estoy embarazada otra vez.

—¿Y abortarás? —preguntó Elena, tensa.

—Sí. Si vuelve a ser niño… Sergio me dejará.

Elena la miró fijamente.

—Ten esta hija. Para mí. Sabes que no puedo ser madre… ¿De cuánto estás?

—Diez semanas.

—Vámonos a Segovia. Dile que quieres visitar a mi madre. Nadie sabrá nada. Yo criaré a tu hija —rogó Elena.

Carmen se negó al principio, pero Sergio aprobó el viaje. Todo fue fácil. Elena estaba feliz: pronto tendría una hija.

El embarazo transcurrió sin problemas. Un día, en el campo, Carmen sintió dolores. Dio a luz prematuramente a una niña frágil.

—¿Para qué la quieres? Podría estar enferma —dijo Carmen, renunciando a ella sin vacilar.

La niña sobrevivió. Elena la llamó Lucía y se mudó a Segovia, dedicándose por completo a ella. Carmen no llamó, prefiriendo olvidar.

**Quince años después**

Bajo un olivo en una humilde casa de campo, una mesa esperaba. Lucía, ahora adolescente, bebió té con aburrimiento mientras su madre servía. Un hombre robusto contaba historias.

Tras la cerca, Carmen observaba a escondidas, estudiando el rostro de Lucía. Finalmente, empujó la verja. Elena, pálida, la reconoció.

—¿Cómo nos encontraste? Pasa, siéntate —dijo, presentándola a su familia con voz temblorosa.

Carmen no apartó los ojos de Lucía.

—Mamá, ¿puedo ir con Marta? —preguntó la chica, incómoda.

—Ve —asintió Elena, aliviada.

El esposo se excusó para dejarles hablar.

—¿Por qué viniste? —preguntó Elena, seria.

—Por mi hija.

—Es mía. Renunciaste a ella. Vete.

—No tengo a nadie más —Carmen rompió en llanto—. Mi hijo mayor vive en Suecia. El menor murió en un accidente. Sergio me dejó. Si no me la devuelves…

—No es tuya —replicó Elena, pero con menos fuerza.

—Déjala estudiar en Madrid. Prometo no decirle la verdad. Solo quiero estar cerca.

Elena recordó sus súplicas años atrás. Se sentó junto a Carmen y lloró con ella.

Al final, Lucía se mudó a Madrid. Carmen cumplió su promesa: nunca reveló ser su madre. Después de graduarse, Lucía se casó y tuvo una hija, Ágata.

Carmen, que una vez rechazó la maternidad, encontró alegría en su nieta. Elena visitaba con frecuencia. Las tres mujeres amaban a Ágata, quien creció rodeada de cariño.

Tarde o temprano, los secretos salen a la luz. Pero esa es otra historia.

**Reflexión final:**
La vida da vueltas inesperadas. A veces, lo que rechazamos se convierte en lo que más anhelamos. Y en el perdón, incluso en silencio, hallamos paz.

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MagistrUm
Para mí, dar a luz. Sabes que no puedo tener hijos…