Padres o divorcio: el ultimátum final

En un pequeño pueblo del sur de España, donde las calles se pierden entre el aroma de los naranjos y el calor del verano da paso a las brisas frescas de la tarde, Lucía y Javier llevaban cinco años casados. Su acogedora casa en el centro del pueblo era para Lucía un refugio que había decorado con esmero. Pero una noche todo cambió.

Javier regresó del trabajo y, durante la cena, habló de la difícil situación de sus padres. Habían construido una gran casa de dos plantas en las afueras, soñando con una jubilación tranquila. Pero con el invierno, aquel lugar se convirtió en un palacio helado: la calefacción consumía sus ahorros, y la pensión apenas daba para vivir. Sin más opción, sus suegros pidieron quedarse con ellos durante el frío. Al escucharlo, Lucía sintió cómo la ira le subía a las sienes.

—¡No puedo aceptar que tus padres vengan a vivir aquí! —dijo con voz temblorosa—. Ni traiga a su mastín. No soy su criada para limpiar tras ellos y aguantar sus humores. Cuando necesitamos ayuda, tu madre nos cerró la puerta. ¡Que asuman ahora las consecuencias!

Esperó una discusión, súplicas, pero Javier, mirándola fijamente, pronunció palabras que resonaron como un trueno:

—O mis padres se mudan con nosotros, o nos divorciamos.

Un silencio sepulcral llenó la estancia. Lucía sintió que el suelo cedía bajo sus pies. No creía que su marido la obligara a elegir. Pero no iba a ceder. ¿Recibir a su suegra y su enorme perro, acostumbrado a un patio amplio, en su pequeña casa? Era demasiado. La relación con su suegra siempre fue tensa; la mujer jamás ocultó su desprecio, creyendo que Lucía no era digna de su hijo. Imaginar a esa mujer dominando su hogar la llenaba de rabia.

—Tus padres tienen otros dos hijos —contestó con frialdad, apretando los puños—. Que vayan con ellos. No sacrificaré mi paz por quienes nunca me valoraron. Esta casa es mía, y solo yo decido quién entra.

Recordó a Javier cómo sus padres presumían su casa, construida para impresionar a los vecinos, sin pensar en los gastos. ¿Y ahora ella debía solucionar sus problemas? No. No permitiría que su vida se convirtiera en un infierno por su orgullo.

Javier calló, pero su mirada era firme. Lucía entendió que aquel ultimátum no era una amenaza vacía. Tenía que elegir: doblegarse y perderse a sí misma, o defender su espacio, arriesgando su matrimonio. Su corazón se partió, pero supo que no había vuelta atrás.

Rate article
MagistrUm
Padres o divorcio: el ultimátum final