Padre… Lucía nos ha pedido que no vayamos a la boda… Dice que le dará vergüenza presentarnos, unos padres de pueblo. ¿Cómo puede ser, Valeriana? Yo llevaba esperando este día tanto tiempo, ver a mi hija casada. Y ahora no quiere vernos, se avergüenza de nosotros… ¿Qué ha pasado con ella?
¡Hola, mamá! ¿Sabes qué? ¡Víctor me ha pedido que me case con él! ¿Te lo imaginas? ¡Siempre soñé con esto, entrar en su familia!
Valeriana estaba feliz por su hija. Una chica lista, guapa, su Lucía. Ella y su padre siempre la habían apoyado. Después del instituto, Lucía soñaba con entrar en una escuela de modelos, su físico y belleza lo permitían.
Pero hacía falta dinero para los estudios. Su padre vendió las vacas y los cerdos, y con eso justo alcanzaron para pagar la matrícula. Lucía apenas volvía al pueblo, la vida en Madrid la atrapó como un torbellino. Empezó a trabajar en sesiones de fotos y desfiles. Sus padres se alegraban de que tuviera dinero.
Víctor era el único hijo de un empresario importante, un hombre que no le negaba nada. Lucía nunca presentó a sus padres a su prometido, ni los invitó a la ciudad. Siempre con excusas: no tenía tiempo, su vida con Víctor era muy agitada, viajaban mucho al extranjero.
Valeriana trabajaba de limpiadora en un colegio y a menudo presumía con fotos de su hija.
Valeriana, ¿por qué Lucía no trae a su novio a conocernos? ¿Será que le da vergüenza de sus padres?
¡Qué dices, Ana! Lucía nos quiere mucho, a su padre y a mí.
Pero si ni recuerdas cuándo fue la última vez que vino. ¿Llama al menos?
La semana pasada llamó, ¿sabes? Se casa. Tenemos que pensar con su padre cómo conseguir dinero para el regalo y buscar ropa bonita.
***
Lucía, ¿cuándo vendrás con tu novio a presentárnoslo? Tu padre ha hecho su plato estrella, le encantaría compartirlo con su yerno.
Mamá, ¿para qué? Él no bebe. No tenemos tiempo para ir, estamos organizando la boda, hay mil cosas por hacer.
¿Cuándo es la boda, hija? Nosotros también tenemos que prepararnos, comprar ropa…
Mamá, escucha… Mejor que no vengáis a la boda. Víctor viene de una familia adinerada, allí estará toda la alta sociedad, y vosotros… Con papá siempre huele a establo. ¿Te imaginas el contraste? Vosotros vestís y actuáis como gente de pueblo. ¿Sabes cómo me sentiría?
Está bien, hija. No nos verás.
Valeriana no sabía cómo decírselo a su marido. Él llevaba tanto esperando ese día, ver a su hija con el vestido de novia, desearle felicidad. Toda la pared de la casa estaba llena de fotos de Lucía, él recordaba cada fecha y se perdía mirando a su preciosa niña.
Padre… Lucía nos ha pedido que no vayamos a la boda… Dice que le da vergüenza de nosotros.
¿Cómo puede ser, Valeriana?… Yo tanto esperé este día… Y ahora no quiere vernos, se avergüenza… ¿Qué hemos hecho mal?
Alejandro palideció. Valeriana le dio un vaso de agua y sus pastillas, tenía problemas del corazón.
Alejandro, no te alteres… No iremos, no pasa nada.
Esa noche tuvieron que llamar a urgencias, el disgusto había sido demasiado fuerte.
¿Sabes qué, Valeriana? Iremos igual a la boda y la felicitaremos, ¡tenemos derecho! ¡Que no nos diga ella lo que podemos hacer!
Valeriana no quería, pero sabía que no podría detenerlo. Encontrar la fecha y el restaurante no fue difícil. Víctor era una persona conocida, y en internet había información sobre la boda. Valeriana pidió ayuda en el trabajo, pues en casa no tenían internet.
Pidió prestado un vestido elegante a una amiga, compraron un traje nuevo para Alejandro, y el día de la boda partieron hacia Madrid. Entraron en el restaurante cuando la fiesta estaba en pleno apogeo, los invitados brindaban por los novios.
Con un ramo de flores en las manos, Valeriana y su marido entraron sigilosamente. Cuando el presentador preguntó si alguien más quería felicitar a los novios, Alejandro exclamó:
¡Nosotros queremos!
El presentador los invitó a pasar.
¡Víctor y Lucía, felicidades por vuestro matrimonio! Que viváis muchos años juntos y felices, y que vuestros hijos nunca olviden sus raíces, de dónde vienen, y que honren y respeten a sus padres. ¡Que sean muy felices!
Alejandro dejó el ramo sobre la mesa de los novios y, tomando a su mujer del brazo, salió del salón.
Víctor miró a Lucía con sorpresa.
¿Quiénes eran esas personas, Lucía?
Son… mis parientes.
Víctor corrió tras Alejandro y Valeriana.
¡Esperad, quedaos en la boda! Lucía me dijo que no tenía familia, que sus padres habían fallecido, que no tenía a nadie.
¿Que habían fallecido? ¡Estamos vivos!
¿Sois los padres de Lucía? ¿Cómo es posible? ¿Por qué nos mintió?
Se avergüenza de nosotros, Víctor. Somos gente sencilla, no estamos hechos para la alta sociedad, no tenemos dinero, no sabemos comportarnos… Por eso mintió, para no sentirse humillada.
Lo siento mucho… No lo sabía… Perdonad.
Víctor, veo que eres un buen hombre. No guardes rencor a Lucía, ¡sed felices!
No, por favor, quedaos. Tenemos que arreglar esto. ¡Venid con nosotros!
No, no queremos arruinar el día de nuestra hija. Si no quería vernos, no debimos venir.
Pasaron tres meses. Lucía no llamó, no visitó a sus padres.
Valeriana tendía la ropa en el patio cuando un taxi se detuvo. Lucía bajó con una maleta. Valeriana siguió colgando la ropa.
Mamá, hola. He venido. ¿No te alegras?
Hola. ¿A qué has venido?
¿Qué dices? He venido a casa.
Ah… ¿A casa, dices?
¿Y papá? ¿Está dentro?
Tu padre está en el cementerio.
¿Qué clase de broma es esta, mamá?
No es una broma. Aunque tú nos enterraste antes, tu padre murió hace dos meses. No pudo soportar la traición de su hija. Y yo no te lo perdonaré jamás. Me has quitado a mi marido y a mi hija. Vete, aquí no tienes sitio.
Lucía entró en la casa. Silencio. La cama de su padre ya no estaba. Sus fotos habían desaparecido de las paredes. Todo le resultaba ajeno, como si nunca hubiera vivido allí.
Mamá, no pude venir antes. Víctor y yo estuvimos tres meses en una isla, no había buena cobertura. Él se enfadó mucho por mi mentira. Y además… Nos divorciamos. Somos demasiado diferentes, tres meses juntos bastaron para darnos cuenta. Pensaba irme al extranjero, firmar con una agencia. El mundo no se acaba en Víctor.
Vive como quieras, Lucía. Adiós.
La verja se cerró. Se fue.
Valeriana entró en casa y rompió a llorar. ¿Qué le había pasado a esa niña que fue tan cariñosa y buena en su infancia? Ya no tenía hija, tendría que acostumbrarse. Lucía había tomado su decisión. Lloró mientras miraba por la ventana. Mejor la soledad que una hija así.