Padre, conócela, será mi esposa y tu nuera.

Papá, quiero que la conozcas. Será mi esposa y tu nuera.
¡Papá, te presento a mi futura esposa, tu nuera, Esperanza! exclamó Mario, radiante de felicidad.
¿Qué? preguntó el profesor, doctor en letras, Ramón Robles, con incredulidad. Si esto es una broma, no tiene ninguna gracia.

El hombre miró con desprecio los dedos toscos de su “nuera”, manchados de tierra bajo las uñas. Le parecía que aquella chica no sabía lo que era el agua y el jabón.

*Dios mío ¡Qué bien que mi querida Isabel no vivió para ver esta vergüenza! Criamos a este muchacho con las mejores maneras*, pensó, amargamente.

¡No es una broma! respondió Mario con firmeza. Esperanza se quedará con nosotros, y en tres meses nos casaremos. Si no quieres venir a mi boda, me las arreglaré sin ti.

¡Hola! sonrió Esperanza, dirigiéndose a la cocina con familiaridad. Traigo empanadas, mermelada de frambuesa, setas secas fue enumerando los productos que sacó de su bolsa gastada.

Ramón se llevó una mano al pecho al ver cómo la mermelada manchaba el blanco inmaculado del mantel.

¡Mario! ¡Despierta! Si esto es por venganza, es demasiado cruel ¿De dónde sacaste a esta ignorante? ¡No permitiré que se quede en mi casa! gritó el profesor.

Amo a Esperanza. ¡Y mi esposa tiene derecho a vivir en mi casa! respondió el joven, con una sonrisa burlona.

Ramón entendió que su hijo se burlaba de él. Sin discutir más, se encerró en su habitación en silencio.

Desde hacía poco, la relación con Mario había cambiado. Tras la muerte de su madre, el chico se volvió rebelde. Abandonó la universidad, hablaba con grosería a su padre y llevaba una vida despreocupada.

Ramón esperaba que su hijo cambiara, que volviera a ser el joven inteligente y bondadoso de antes. Pero cada día se alejaba más. Y ahora traía a esa campesina a su casa. Comprendió que su padre jamás aceptaría su elección, así que había invitado a quien nadie entendería

Poco después, Mario y Esperanza se casaron. Ramón se negó a asistir, rechazando a la nuera no deseada. Le enfurecía que el lugar de Isabel, una excelente ama de casa, lo ocupara esta muchacha sin educación, incapaz de hilar dos palabras.

Esperanza, ignorando la hostilidad de su suegro, intentó agradarle, pero solo empeoró las cosas. Ramón no veía en ella nada bueno, solo ignorancia y malos hábitos.

Mario, fingiendo ser un hombre ejemplar, volvió a beber y emborracharse. Su padre oía sus peleas con Esperanza y se alegraba en secreto, esperando que la joven se marchara por fin.

Ramón, su hijo quiere divorciarse ¡Me echa a la calle, y estoy embarazada! lloró Esperanza una tarde, desesperada.

Primero, ¿por qué a la calle? Tienes donde ir Y lo del embarazo no te da derecho a quedarte aquí. Lo siento, pero no me meteré en vuestros asuntos dijo él, satisfecho de librarse de ella.

Esperanza, humillada y sin entender por qué su suegro la despreciaba desde el primer día, recogió sus cosas. No comprendía por qué Mario la trataba como a un perro, abandonándola a su suerte. ¿Acaso ser campesina la hacía menos persona? ¿No tenía corazón?

***

Pasaron ocho años Ramón vivía en una residencia de ancianos. Su salud había empeorado, y Mario, aprovechándose, lo internó para evitar responsabilidades.

El anciano aceptó su destino, sabiendo que no había vuelta atrás. En su vida, enseñó amor y respeto a miles, recibiendo cartas de agradecimiento de sus alumnos Pero con sus hijos, había fracasado.

Ramón, tienes visita dijo su compañero de habitación al volver de un paseo.

¿Qué? ¿Mario? exclamó, aunque sabía que era imposible. Su hijo nunca iría a verlo

No sé. Solo me pidieron avisarte. ¿Qué haces ahí? ¡Ve a ver!

Ramón tomó su bastón y caminó lentamente hacia la entrada. Al verla a lo lejos, la reconoció.

Hola, Esperanza murmuró, bajando la cabeza. La culpa lo invadió al recordar a aquella joven sincera a la que había despreciado.

¡Ramón! se sorprendió ella. Está muy cambiado ¿Enfermo?

Un poco sonrió con tristeza. ¿Cómo? ¿Cómo me encontraste?

Mario me lo dijo. Sabe que no quiere tratar con su hijo. Pero el niño siempre pregunta por su abuelo habló con voz temblorosa. Perdone si molesto.

¡Espera! rogó Ramón. ¿Cómo está él, Juan? Recuerdo la última foto, tenía tres años.

Está ahí, en la entrada. ¿Quiere verlo?

¡Por supuesto!

Entró un niño moreno, idéntico a Mario de pequeño. Juan se acercó tímidamente al abuelo que nunca conoció.

¡Hola, nieto! Qué grande estás lloró Ramón, abrazándolo.

Pasearon por el parque otoñal junto a la residencia. Esperanza le contó su vida dura: la muerte temprana de su madre, criar sola a su hijo y trabajar la tierra.

Perdóname, Esperanza. Fui un necio. Creí que la educación lo era todo, pero ahora sé que lo que importa es el corazón confesó el anciano.

Ramón, tenemos una propuesta dijo ella, nerviosa. Venga con nosotros. Estamos solos, y a Juan le haría bien tener familia.

¡Abuelo, ven! Iremos a pescar, a buscar setas En el pueblo hay mucho espacio rogó Juan, tomando su mano.

¡Vamos! sonrió Ramón. Fallé con mi hijo Pero intentaré hacerlo mejor con mi nieto. Además, nunca he vivido en el campo. ¡Seguro me gustará!

¡Claro que sí! rió Juan.

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Padre, conócela, será mi esposa y tu nuera.