Padre biológico reaparece tras diez años: ¿debería romperse lo que se ha construido durante años?

El padre biológico reapareció después de diez años: ¿vale la pena destruir lo que se construyó con tanto esfuerzo?

—Cuando se casaron, Lucía apenas podía caminar —estaba en el último mes de embarazo—, recuerda con la voz temblorosa Esperanza Martínez, la madre de la joven. —¿Qué boda podía haber? Simplemente fueron al registro civil, firmaron y luego vinieron a mi casa. Pusimos algo de comida y lo celebramos en silencio. Una semana después, llegó nuestro Adrián.

Cuando le preguntan por qué su hija tardó tanto en casarse, Esperanza suspira. —Al contrario, todo fue muy rápido. Lucía supo que estaba embarazada cuando ya tenía tres meses. Vivía con el padre del niño, hacían planes para la boda… Pero él se acobardó. Le asustó la responsabilidad. Simplemente desapareció —hizo las maletas, la bloqueó en todas partes y se esfumó como si la tierra se lo hubiera tragado.

Lucía quedó destrozada. Embarazada, abandonada, con miedo al futuro. Y en ese momento tan difícil apareció Javier. Ella le contó toda la verdad desde el principio —no ocultó ni un solo detalle. Él la escuchó, lo pensó… y se quedó. La cuidó, la acompañó a las citas, cocinaba para ella, la consolaba. Poco después, le propuso matrimonio. Le dijo: *”El niño merece nacer en una familia de verdad”*.

Yo, la verdad, al principio no lo creí. Temía que detrás de su bondad hubiera algo oculto. Incluso intenté averiguar cosas sobre él —admite la madre con amargura—. Pero fue en vano. Javier no solo resultó ser un marido ejemplar, sino el mejor padre para Adrián.

Pasaron diez años. Adrián es un niño inteligente y educado. Estudia con Javier, van al cine, a la piscina, patinan juntos. El amor entre ellos es auténtico, real. Adrián llama *”papá”* a Javier —porque, en todo sentido, lo es. Y la madre de Javier, por cierto, adora a su nieto. Lo lleva los fines de semana, le hace regalos, le prepara sus pasteles favoritos.

Todo estaba en calma hasta que un día Lucía me mostró un mensaje: *”Hola. He visto fotos de nuestro hijo. Quiero conocerlo. Tiene derecho a saber quién es su padre verdadero”*. Lo escribía él —el padre biológico, el que huyó hace diez años dejando a una chica embarazada.

—¿Te imaginas? —se indigna Esperanza—. ¡Vio las fotos en redes sociales y de pronto *”despertó”*! Empezó a escribirle a Lucía, a exigir verlo, a decir que tenía derechos sobre el niño. Hasta publicó una foto de Adrián con el texto: *”Mi hijo”*. ¡Pero qué padre eres si en diez años ni siquiera recordaste que existía!

Lucía siempre compartió fotos de Adrián —en vacaciones, en el parque, en celebraciones. Estaba orgullosa de él. Pero nunca imaginó que eso daría pie a que un fantasma del pasado irrumpiera en sus vidas.

—Yo le dije enseguida: ¡Ni siquiera le contestes! —cuenta Esperanza—. ¡Él no es su padre! Pero Lucía duda. Me dice: *”Es su padre biológico, quizás Adrián tiene derecho a conocerlo…”*.

Javier, claro, se opuso. Él ha criado a Adrián desde que nació. Es el padre que no huyó cuando las cosas se complicaron. No solo le dio amor, lo ha educado. Y ahora… ¿debe quedarse al margen mientras un extraño decide entrometerse?

Cuando la madre de Javier se enteró, me llamó. Me pidió que hablara con Lucía. Me dijo: *”Tú lo entiendes, esto puede destrozarlo todo —la familia, la confianza, incluso el alma del niño. Adrián cree que Javier es su padre. ¿Para qué arruinarlo? ¿Por qué?”*.

Yo también intenté convencer a mi hija. Le expliqué que la sangre no lo es todo. Que un padre es el que está ahí. El que no te falla. El que te enseña a vivir. Todos —Javier, su madre, incluso yo— estábamos en contra.

Pero Lucía respondió: *”Os entiendo, pero soy su madre. Y debo darle a Adrián la opción de elegir. No voy a ocultarle la verdad. No dejaré que su padre biológico interfiera en nuestras vidas… pero darle la oportunidad de conocerlo es mi deber”*.

No sé si hace bien. Todo es demasiado frágil. El niño tiene diez años. Crece rodeado de amor. Si descubre que su *”papá”* no lo es, ¿no se le romperá el mundo? ¿Y si este hombre desaparece de nuevo, dejándole otra herida?

Pero… ¿y si Lucía tiene razón? ¿No es peor vivir con una mentira? Quizás Adrián quiera saber. O quizás, al enterarse, rechace al hombre que lo abandonó.

Ahora mismo, todo pende de un hilo. Y yo, como madre, solo rezo para que ese hilo no se rompa. Para que Javier siga siendo el verdadero padre de Adrián. Y para que Adrián, cuando sepa la verdad, elija con el corazón.

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Padre biológico reaparece tras diez años: ¿debería romperse lo que se ha construido durante años?