El Padrastro
¡Porque no tienes derecho a acosar a una chica joven! exclamó Carlos, subiéndosele el tono.
¿Qué-é-é?
¡Le has llenado la cabeza a Ana! ¿Crees que no se nota que para ti no es solo tu hijastra?
Pedro no pudo contenerse; con una mano agarró al muchacho por la chaqueta y con la otra se preparó para darle un buen golpe.
¡Pepe! lo detuvo la voz asustada de Ana. Él soltó a su rival.
Pedro se casó con Marta cuando su hija, Ana, tenía diez años.
La niña recordaba bien a su padre biológico, fallecido dos años antes, y al principio miró con recelo al nuevo esposo de su madre.
Pero Pedro supo ganarse su confianza.
Ana no lo llamaba “papá”, pero el cariño con que decía “Pepe” dejaba claro que eran familia.
Fue gracias a Ana que lograron salvar su matrimonio cuando, seis años después de la boda, Pedro cometió la estupidez de engañar a Marta en una fiesta de la empresa con una compañera, Inés.
Él había bebido demasiado, se dejó llevar por la euforia del momento
Apenas recordaba lo sucedido, pero alguien se lo contó a Marta.
El escándalo fue monumental. Pedro se disculpó, suplicó perdón.
Marta no quería escucharlo y amenazó con el divorcio.
Discutían cuando Ana estaba en el colegio, pero la chica, sensible y observadora, notó la tensión y se entristeció mucho.
Solo por Ana te perdono dijo Marta entre dientes. Pero es la primera y última vez.
Pedro se maldijo mil veces, compensó su error dedicando más tiempo a la familia y, con alivio, vio que la mirada de Ana recuperó su brillo.
Pero la niña creció y, a los 18 años, llevó a casa a un novio para presentarlo.
Carlos no le cayó bien a Pedro desde el primer momento: delgado, inquieto, arrogante, siempre con una sonrisa burlona.
Por Ana, que lo miraba con ojos enamorados, Pedro se contuvo.
Ani, ¿estás segura de que es él? preguntó en voz baja cuando el chico se fue.
¿No te gusta, Pepe? Ana se entristeció. Es que no lo conoces bien. Carlos es muy bueno.
Pedro suspiró, pero forzó una sonrisa.
Veremos. No creo que hayas elegido mal.
Carlos, sin embargo, notó la desconfianza de su futuro padrastro.
Evitaba cruzarse con él, era educado, aunque le costaba.
Luego, Pedro tuvo problemas más urgentes: Marta lo acusó de volver a engañarla con Inés.
¿Te gustó tanto que no pudiste resistirte? gritó Marta. ¡Pues vete con ella!
¿Estás loca? él se sorprendió. Jamás se le habría ocurrido repetir ese error. ¿Quién te dijo eso?
¡Gente amable que me avisó!
Pedro no discutió. Llamó a Inés y puso el altavoz.
Pedro dijo ella con ironía al oír su pregunta , ¿estás borracho? Me casé hace seis meses y espero un hijo. ¿No te diste cuenta cuando celebré en la oficina?
Perdona masculló él. Un malentendido.
Pedro miró a Marta con reproche. Ella, avergonzada, resopló y salió de la habitación.
Pasó días sin hablarle, pero luego las cosas se calmaron.
Eso sí, tuvieron que inventar una excusa torpe para explicarle la pelea a Ana, quien, aunque centrada en su relación, notó la tensión entre ellos.
Poco después, Pedro fue atropellado. Un despiste: alguien lo empujó a la calle y un coche lo golpeó en las piernas.
Por suerte, el impacto fue leve; solo sufrió un esguince y una ligera conmoción.
Ana lo cuidó con dedicación: le llevaba comida, jugaban al dominó, le leía o simplemente charlaban.
¿Por qué te molestas tanto con él? oyó Pedro un día a Carlos en el recibidor. Es un hombre, que se cuide solo
¡Carlos! Ana susurró enfadada. ¡Pepe es como mi padre! Lo quiero y lo cuidaré, pase lo que pase.
Carlos refunfuñó, murmurando excusas. Pedro sonrió: habían criado a una buena chica.
Pero pronto llegó otro problema. Un cliente, don Antonio, acusó a Pedro de hacer mal su trabajo instalando techos falsos y de exigirle dinero extra.
El jefe de Pedro lo amenazó con despedirlo si no lo resolvía.
Esa noche, Pedro llegó a casa furioso. Ana intentó animarlo.
Iré contigo mañana dijo, preocupada.
No hace falta susurró Marta. Resuélvelo tú.
Al día siguiente, don Antonio se puso nervioso al ver a Pedro.
¡Todo lo arreglaremos! insistió Pedro, conteniéndose.
¡No hay nada que arreglar! gritó el hombre.
Pedro entró sin permiso. Los techos estaban perfectos.
¿Y el dinero que me pediste? balbuceó don Antonio, retrocediendo.
Pedro lo miró fijamente.
¿Quién te dio esta idea?
Finalmente, el cliente confesó: un tal Carlos le sugirió quejarse para obtener dinero. Incluso le pagó por acusar a Pedro.
Pedro mostró una foto.
¿Es él?
Sí asintió don Antonio, tembloroso.
Carlos estaba frente al edificio, esperando a Ana. Al ver a Pedro, palideció.
¿Por qué? preguntó Pedro.
¡Porque no te metas con Ana! gritó Carlos. ¡Es obvio que no la ves como una hijastra!
Pedro lo agarró, listo para golpearlo.
¡Pepe! Ana lo detuvo.
¡La verdad duele! Carlos se alejó. ¡Yo le dije a Marta lo de Inés! ¡Quería que te fueras!
¿Y empujarme a la calle?
¡Eso no fue yo!
Pedro lo soltó con desprecio.
Ana, al enterarse, terminó con Carlos. Decidió enfocarse en sus estudios, con el apoyo de sus padres.
Moraleja: La familia no se elige, pero el amor y la lealtad construyen los lazos más fuertes. Las mentiras siempre se descubren, y quien siembra maldad, tarde o temprano cosecha su ruina.







