Los pensamientos se enredaban en su cabeza, mientras el rencor y los celos hervían en su alma. ¿Por qué la trataban así? ¿Acaso no había amado a su marido? ¿No había sido una buena esposa y madre para su hijo?
Pero lo que ocurrió después superó cualquier límite.
Lucía estaba segura de que su destino estaba unido al de su esposo. Y el hecho de que llevaran más de diez años felizmente casados con Roberto lo consideraba una muestra de ello.
Hoy regresaba a casa después de un viaje de trabajo que había comenzado dos días atrás. Su jefe la había llamado a su despacho y le había dicho que solo ella podía resolver los problemas en una de las sucursales.
*— Allí hay trabajo para tres días, no más. Prepárate, Lucía, y no se te ocurra buscar excusas. Mañana mismo sales hacia allí* —le dijo a la mujer, que ocultaba su frustración.
Lucía tenía otros planes para esos días, y un viaje a otra ciudad no entraba en ellos. Pero con el jefe no se discute. Ni siquiera podía argumentar que en la empresa solo los más jóvenes solían viajar por trabajo, un principio que el propio jefe había establecido tiempo atrás. Ella ya había cumplido con creces su parte y, pasados los treinta y cinco, esperaba una rutina más tranquila y estable.
*— Roberto, me voy por trabajo. Creo que serán tres días. Asegúrate de que Adrián estudie con el tutor, que últimamente se escabulle de las clases. Y que coma bien, no patatas fritas y galletas, sino sopa y albóndigas, que dejaré preparadas en la nevera.*
*— Vale, me encargaré, no te preocupes* —respondió él con indiferencia, sin levantar la vista del móvil.
*— ¿Y eso es todo?* —se sorprendió ella—. *¿Te da igual que me vaya? ¡Déjame el teléfono un momento!*
*— No es que te vayas un mes. Volverás en tres días. Tú misma lo has dicho. Adrián y yo sobreviviremos.*
Al decirlo, Roberto al fin la miró y hasta sonrió.
*— ¿Por qué te mandan a ti otra vez? Pensé que ya habías cumplido con los viajes* —preguntó.
*— Necesitan a alguien con experiencia. Eso me dijo el jefe. Alguien estricto y con carácter* —respondió Lucía, orgullosa de su valía profesional.
Durante el viaje, decidió esforzarse y regresar antes de esa ciudad fría y gris. Aunque fuera solo un día. Lo pasaría en casa, disfrutando de un respiro.
El tren ya se acercaba a las afueras de su ciudad. Estaba de buen humor, imaginando cómo entraría en el piso vacío. Su marido trabajando, Adrián en el colegio… Tendría tiempo para ella.
Primero, un baño con espuma perfumada. Después, mascarillas para la cara y las manos. Hasta podría echarse una siesta, un lujo que no se permitía desde hacía mucho. Luego, Adrián volvería del cole, y ella le prepararía la comida, le ayudaría con los deberes… Hacía tanto que no dedicaba tiempo a su hijo. Incluso después del parto, no disfrutó de la baja maternal: volvió al trabajo dejando al bebé al cuidado de su tía jubilada.
No había avisado a su marido de su regreso. Ahora daba igual. Sería una sorpresa. Él llegaría por la noche y la encontraría allí, con la cena lista y los deberes hechos. ¡Qué bien!
Recordando cómo se conocieron y se casaron tan rápido con Roberto, Lucía entró en una tienda y compró una botella de vino tinto y el pastel favorito de su marido. Quería una velada romántica. Últimamente se habían distanciado: ella centrada en el trabajo, él siempre enganchado al móvil. Parecían extraños.
Al abrir la puerta del piso, no entendió al principio que hubiera alguien dentro. Solo al encender la luz y ver unos botines femeninos que no eran suyos, se heló. En el armario colgaba un abrigo claro que despedía un perfume dulzón y empalagoso.
¿O acaso no eran los perfumes, sino la certeza de lo que iba a descubrir? En lugar del baño relajante y la cena en familia, ahora se enfrentaría a algo mucho más doloroso.
Tomó aire. No podía mostrarse débil delante de su marido y de esa mujer que se atrevía a entrar en su casa.
Escuchó risas y murmullos procedentes de su dormitorio. Buscó algo con qué golpear a los dos.
*— Dios, ¿cómo no me di cuenta? ¿Por qué no vi que Roberto se había alejado tanto hasta el punto de buscar a otra?*
Hablando en voz baja, intentó calmarse. Sabía que, con su temperamento, podía perder el control. No podía permitírselo.
Finalmente, sin poder contener sus emociones, se dirigió al dormitorio, cuya puerta estaba cerrada.
Por el camino, tropezó con el cable de una lámpara de pie que sobresalía hacia el centro de la habitación. Sobre la mesa, una botella de cava y fruta.
El estruendo al caer la lámpara alertó a los ocupantes del dormitorio.
La puerta se abrió de golpe, y envuelta en una sábana apareció…
*— ¿Claudia?* —preguntó Lucía, atónita—. *¿Eres tú? ¡Dios mío! Ahora entiendo por qué me sonaba ese perfume tan horrible* —se rió histéricamente al reconocer en su rival a una antigua amiga—. *¿Cómo pudiste? ¡Eres una…!*
*— ¡Lucía!* —exclamó Claudia—. *Creí que estabas de viaje.*
*— ¿Y él tampoco esperaba que volviera tan pronto, verdad?* —dijo Lucía, refiriéndose al hombre escondido en el dormitorio—. *¡Cariño, sal! ¡No te escondas!*
*— Lucía, estás equivocada* —balbuceó Claudia—. *No es lo que piensas.*
*— ¡No son palabras para ti! ¡Que salga él! ¡Roberto, sal ahora mismo!*
*— Lucía, escúchame…*
*— ¡Quiero verte la cara! ¡Quítate de ahí!*
*— ¡No es Roberto!* —soltó Claudia de pronto.
Lucía se quedó paralizada.
*— ¿No es Roberto? ¿Entonces quién?* —preguntó en un susurro.
Por un instante, creyó que todo podía volver a la normalidad. Que su matrimonio seguiría intacto.
*— ¡Dime quién es!* —gritó, al borde del colapso.
*— Es Javier* —contestó Claudia, bajando la mirada.
*— ¿Javier?* —repitió, sin creerlo.
Empujó a Claudia y entró en el dormitorio.
Efectivamente, allí estaba Javier, el hermano de Roberto, ya vestido y mirando por la ventana.
*— Javier, ¿qué haces aquí? ¿Te has vuelto loco? ¡Adrián va a llegar del colegio!*
No podía reprimir la rabia. ¿Cómo era posible? Había considerado a Javier un hombre serio, y su matrimonio con Marta, un ejemplo.
Los tres estaban ahora en la cocina. Lucía exigía explicaciones. Con su marido hablaría más tarde, y sería una conversación seria. Pero primero quería entender qué había pasado entre personas tan cercanas. Y, sobre todo, temía que algo así ocurriera en su propia familia.
*— Conocí a Claudia hace un año, en el cumpleaños de Roberto. ¿Recuerdas aquella comida en el campo? Después nos encontramos por casualidad en la ciudad. Había discutido con Marta… otra vez me reprochaba que no ganara suficiente. Me dolió y quise desquitarme. Claudia me gustó desde el principio, y… bueno, no pude evitarlo.*
*— A ti no te sorprende, siendo una divorciada con un hijo* —dijo Lucía con desdénEsa noche, después de que todos se fueran, Lucía abrazó a su marido y le susurró al oído: *— Nunca dejes que nadie rompa lo nuestro* —y cerró los ojos, decidida a luchar por su familia.