«Ay, hija, ya no puedo más con estos niños! ¡Me están volviendo loca!» —mi madre llamó llorando, al borde del colapso por culpa de los nietos de mi hermana mayor.
«¡Marisol, no doy más!» —su voz sonaba quebrada, y a través del teléfono se escuchaban sus sollozos—. ¡Estos niños no me hacen ni caso! Les digo que no se acerquen a la ventana, y Javier me lanzó su tractor de metal… ¡Directo a la pierna! Tengo un moratón enorme.
Me quedé helada al escuchar su confesión. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo era posible que los hijos de Lucía, mi hermana mayor, hubieran llevado a mamá a este punto?
Todo empezó hace dos meses, cuando Lucía volvió a casa de mamá con los niños. Su marido tuvo la desfachatez de llevarse a su amante directamente a su hogar. Lucía los pilló en el dormitorio. Sin gritos, sin dramas, solo recogió sus cosas, se llevó a los niños y se fue. Ese mismo día inició los trámites del divorcio.
Su marido ni se disculpó ni dio explicaciones. Peor aún, la acusó a ella de infidelidad y le cortó el acceso a todas las cuentas familiares. Le dijo: «Si quieres divorciarte, adelante. Pero el dinero solo llegará por orden judicial. Pide la pensión y vive de eso». Y hasta que el juez decida, faltan seis meses.
Lucía no trabajaba, se dedicaba a los niños. Las ayudas estaban a nombre de él porque él se encargó de los trámites. No tenía un euro. Se quedó en la calle con dos niños y un equipaje lleno de dolor. Mamá, por supuesto, los acogió. Pero ya no tiene la edad ni las fuerzas para ser niñera, limpiadora y víctima de los berrinches de sus nietos todos los días.
La crianza de Lucía siempre fue… peculiar, por decirlo suavemente. Cuando los niños se portaban mal, no ponía límites, no les explicaba, no les regañaba. Simplemente los distraía: «Mira, un pájaro». «Deja que el niño exprese su personalidad», decía. Y ahora esos niños «libres» le tiran juguetes a la abuela, derraman la sopa en el suelo y exigen chuches para desayunar.
Una vez intenté hablar con Lucía. Le dije que los niños necesitan saber lo que está bien y lo que no. Me cortó en seco: «Primero ten hijos, luego opina».
Me eché atrás. Son sus niños. Pero ahora tienen a mi madre al borde del llanto. Mamá, que antes les hacía magdalenas con cariño y les compraba regalos, ahora espera la noche con terror. Se queja de que no puede ni limpiar ni descansar. Los niños corren por el piso, gritan, hacen rabietas. Y Lucía está trabajando.
Hace poco entró en una tienda de muebles online, atendiendo llamadas y gestionando pedidos. El sueldo es una miseria, pero algo es algo. No puede faltar, está en periodo de prueba. Así que mamá tiene que apañárselas sola.
Cuando me llamó, pedí permiso en el trabajo y fui corriendo. El moratón en su pierna era enorme. Me invadió la rabia. Entré en la habitación y les levanté la voz a mis sobrinos. Sin violencia, pero con firmeza. El silencio fue instantáneo.
Después, mamá me susurró: «Gracias, hija. Estaba al límite». Es una mujer fuerte, pero esto la supera. Y yo no puedo mudarme con ella porque vivo de alquiler con una amiga, ahorrando para mi propio piso.
Lucía ha solicitado plaza para los niños en la guardería. Pero la lista de espera es larga, y mientras tanto, todo recae sobre mamá. Y me da miedo que, un día, ella no aguante más.
Ahora me pregunto: ¿qué hacer? Me duele ver a mamá así. Pero Lucía es mi hermana. El divorcio, el trabajo, los niños… también está pasando por un infierno. Pero su «educación» está convirtiendo todo en un caos.
No puedo llevarme a los niños. No me da el sueldo. Pero dejar las cosas como están significa sacrificar la salud de mamá.
¿Será hora de hablar con Lucía sin rodeos? Plantearle las cosas claras: o revisa su manera de educarlos, o los niños pasan una temporada con su padre. Que él pruebe a aguantarlos una semana.
Porque si esto sigue así, vamos a perder a mamá. Y entonces, ¿quién nos sostendrá a todas?
¿Qué haríais en mi lugar? ¿Cómo decirle la verdad a mi hermana sin acabar de destruir lo que queda de familia?