Odio y angustia: no quiero tener un hijo con mi esposa

Estoy destrozado: odio a mi esposa y no quiero tener un hijo con ella.

¿Cómo seguir adelante?
Me llamo Andrés.

Escribo este texto porque ya no puedo seguir guardándomelo todo.

Mi alma está en pedazos.

Soy infeliz.

Me siento prisionero en mi propia vida.

En mi mundo, siempre decidieron por mí: mis padres, mis parientes, las tradiciones.

Y ahora vivo con una mujer por la que no siento nada más que odio.

Y maldigo cada día el momento en que no pude decir “no”.

Mi corazón pertenecía a otra
Yo la amaba.

A la que elegí yo mismo.

Aquella con quien era feliz.

Se llamaba Almudena, y cuando estaba con ella, sentía que había encontrado a mi alma gemela.

Seis meses de felicidad.

Seis meses en los que por primera vez me sentí un hombre de verdad, y no una marioneta en manos de mi familia.

Pero la felicidad no duró mucho.

En cuanto mi padre supo que estaba con ella, se enfureció.

—¿Te atreviste a estar con una extraña?

No me escuchó.

No vio cuánto la amaba.

Para él, solo había algo importante: que ella no era de nuestro círculo.

Decidió que yo no tendría otra opción.

Y lo hizo todo para quebrarme.

Mi hermano y sus amigos seguían cada uno de mis pasos.

Y luego…

Luego nos encontraron.

No pude proteger mi amor
Ese día Almudena y yo nos escondimos en el parque.

Estábamos sentados en un banco, agarrados de la mano.

Pensamos que nadie nos encontraría.

Pero de repente, ahí estaban.

Mi hermano.

Y tres de sus amigos.

Vi el odio en sus ojos.

Ni siquiera hablaron, solo se lanzaron sobre mí.

Recuerdo caer al suelo, sentir los golpes en mi cara, en el abdomen.

Escuché a Almudena gritar.

La oí intentar apartarlos de mí.

Pero no pude hacer nada.

Me golpearon.

Me humillaron.

Me pisotearon.

Y luego me llevaron a casa.

A Almudena nunca la volví a ver.

Me casaron como si fuera un objeto en venta
Al día siguiente me casaron.

Así de simple.

Sin mi consentimiento.

Sin mi elección.

Como si fuera un objeto con el que pueden hacer lo que quieran.

Grité.

Protesté.

Pero nadie me escuchó.

Mis familiares decidieron que sabían lo que era mejor.

Y terminé en la misma casa con una mujer extraña, a quien ni siquiera conocía.

A quien no quería conocer.

Me convertí en un prisionero en mi propia casa
Vivía junto a ella, pero nunca la vi como mi esposa.

No hablaba con ella más de lo necesario.

No dormía a su lado si podía evitarlo.

Pero un día ella me dijo:

—Estoy embarazada.

Y entendí que ahora estaba aún más atado.

Ahora no solo tendría un matrimonio.

Tendría una familia que nunca quise.

Pero Dios decidió otra cosa.

Una noche llegué a casa cansado, enfadado, decepcionado.

La vi caminar por la casa con cara de disgusto, murmurando para sí misma.

Le dije unas palabras duras.

Ella me respondió de mala manera.

No me contuve.

La empujé.

Ella cayó.

Y unas horas después tuvo un aborto espontáneo.

¿Saben qué es lo más terrible?

No siento culpa.

No me arrepiento.

Estoy contento de que no habrá ese niño.

Porque nunca lo quise.

No sé cómo seguir viviendo
Vivo con una mujer a la que no amo.

Pienso en otra a la que perdí.

Miro al espejo y veo a un hombre roto que no hizo nada para salvar su vida.

No sé qué hacer.

No veo salida.

Pero hay algo que sé con certeza:

No me resignaré a esto.

Encontraré la manera de irme.

Encontraré la manera de liberarme.

Y entonces podré respirar de nuevo.

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