¡Ay, qué lío de historia, pero aquí va adaptada a nuestra tierra!
En un colegio infantil de Madrid, como en cualquier lugar donde hay mujeres, los chismes vuelan. Y ya se sabe, la lengua de una cotilla es más larga que la escalera de la Giralda. Allí, la vida personal de Lucía, una de las educadoras, era el tema favorito. Para Lucía, su vida familiar y su vida personal eran dos mundos distintos. Parecía que disfrutaba dando motivos para que hablaran de ella.
No le faltaban pretendientes. En cuanto aparecía un fontanero, un carpintero o un pintor en el colegio, Lucía, olvidando sus deberes, salía corriendo a “ayudar”. Claro, nunca pasaba de coqueteos y sonrisas pícaras, pero todos murmuraban que “algo habría”.
Le encantaba revolotear entre hombres, hasta con el conserje, Don Antonio, que estaba a punto de jubilarse. Le gustaba nadar en halagos, sentirse la más deseada entre sus compañeras.
Y eso que Lucía estaba casada y tenía una hija, Alba, de siete años. Pero nada de eso le impedía vivir su vida a su manera. Su marido, Alejandro, la adoraba. La consentía como a una reina. Sabía de los coqueteos de su mujer, pero se decía: “Bueno, si es guapa… Es normal que los hombres la miren. Pero mi Luci es fiel, al fin y al cabo”.
¡Ingenuo! Además, Lucía siempre le aseguraba que lo amaba.
…Lucía se había casado por insistencia de su madre, que decía que de Alejandro se podía moldear al marido perfecto. Y así fue. Alejandro era un experto en equipos eléctricos, viajaba mucho por trabajo y, al volver, colmaba a Lucía y a Alba de regalos, dedicándoles todo su tiempo libre. Pero a Lucía le faltaba algo en ese matrimonio tranquilo. ¿Pasión? ¿Emoción?
…Hasta que un día, Lucía se enamoró perdidamente. Todo empezó cuando jubilaron a Don Antonio y en su puesto entró el hijo de la directora, Adrián, estudiante de cuarto de medicina. La directora, Doña Carmen, quiso ayudar a su hijo económicamente y le ofreció el trabajo de noche. Adrián aceptó encantado. Un dinero extra nunca venía mal, y así podría invitar a salir a alguna chica…
Aunque aún no tenía novia, ¡pero con ese futuro de dentista, no tardaría en aparecer!
En cuanto Adrián empezó a trabajar, Lucía no pudo evitar visitarlo en la conserjería.
…Era una fría noche de invierno. Todos los niños se habían ido, y Lucía entró sin avisar. Adrián, educado, la invitó a sentarse. Hablaron sin parar, él de sus estudios, ella de su vida aburrida… Hasta que Adrián le cogió la mano para consolarla. El tiempo voló, y cuando se dieron cuenta, ya era de noche. Adrián la acompañó a casa, que estaba cerca.
Así comenzó su romance vertiginoso.
Lucía no podía contenerse. Adrián pronto le declaró su amor, y el rumor corrió como la pólvora. La directora, Doña Carmen, la llamó a su despacho.
“Lucía, tienes familia. Déjalo. ¿Qué futuro hay entre vosotros? Él tiene que estudiar. ¿O quieres que te despida por conducta inmoral?”
“¡Despídame! No dejaré a Adrián”, dijo Lucía, saliendo furiosa.
Al día siguiente, pidió unas vacaciones. Doña Carmen firmó el papel y añadió:
“Espero que recapacites. No quiero una nuera con ‘equipaje'”.
Lucía se fue con Alba al pueblo de sus padres, para pensar. Allí vivía una anciana, la Sabia Rosario, de 90 años, a la que todos consultaban. Lucía fue a verla con unos dulces.
Antes de que hablara, la vieja dijo: “¿Y cómo vas a llamar al niño?”
Lucía, confundida: “¿Qué niño?”
“El que viene en primavera. ¿No lo sabías?”
La Sabia Rosario le leyó el futuro: su hija se casaría con un militar, se iría lejos… Y le advirtió: “Vuelve con tu marido. Si no, acabarás sola”.
Pero Lucía ya había decidido dejarlo todo por Adrián.
…Al volver, descubrió que Adrián se había ido. La directora lo había mandado a Córdoba, a casa de unos familiares. “¡Que paste ovejas antes que liarse con una casada!”, le dijo Don Antonio, quien volvió a su puesto.
Pero le dio una dirección. Lucía, obsesionada, escribió a Adrián.
Tres meses después, recibió una carta… de una mujer: “Adrián es mi marido. No escribas más”.
Lucía, embarazada, se fue a Córdoba. Allí, Adrián le explicó que su madre había manipulado todo.
Regresaron juntos. Lucía le contó la verdad a Alejandro, quien se fue sin reproches: “Solo quiero que seas feliz”.
Adrián se mudó con ella. Doña Carmen se enfureció, pero cuando nació Pablo, su nieto, se ablandó.
Pasaron siete años. Hasta que Adrián la dejó por una joven paciente. Lucía lo entendió… porque ella misma había vivido esa pasión.
Doña Carmen le pidió que le dejara quedarse con Pablo. Al principio, Lucía se negó, pero poco a poco, el niño pasaba más tiempo con su abuela… hasta quedarse a vivir allí.
Y Lucía, sola, empezó a extrañar a Alejandro.
Su hija Alba se casó con un cadete y se mudó a Zaragoza.
A los cuarenta, Lucía estaba completamente sola.
Sus compañeras, viéndola tan apagada, le regalaron un gatito por su cumpleaños.
“¡Tal vez encuentres el amor gracias a él!”, bromeaban.
Lucía lo cuidó con devoción. Hasta que un día, el gato se puso malo y lo llevó al veterinario.
Entró corriendo: “¡Salven a mi gato!”.
Pero en lugar del veterinario, vio a… Alejandro, arreglando un cortocircuito.
Se quedó sin palabras.
Alejandro, serio, le dijo: “El doctor viene enseguida”.
El veterinario diagnosticó que el gato comía demasiado.
“¡Parece el gato de los dibujos!”, dijo el doctor, haciendo reír a todos.
Lucía, entre risas, le pidió a Alejandro: “Llámame, por favor. ¿Te acuerdas de mi número?”.
Esa misma noche, Alejandro llamó…
Y quién sabe, tal vez la vida le daba otra oportunidad.