Jamás olvidaré aquel día en que hallé a un bebé que lloraba dentro de un cochecito, justo frente a la puerta de mi vecina Lena. Lena quedó tan sorprendida como yo.
Temiendo que hubiera ocurrido algo terrible, acudí a la policía con la esperanza de que localizaran a los progenitores del pequeño. Pero los días se convirtieron en semanas y nadie se presentó.
Al fin, mi esposo y yo lo adoptamos y lo llamamos Tima.
Durante ocho años fuimos una familia feliz, hasta que mi marido falleció y quedé sola criándolo. A pesar de la pérdida, supimos seguir encontrando alegría juntos.
Sin embargo, nunca imaginé, ni siquiera en mis sueños, que trece años después de que Tima entrara en mi vida, su padre aparecería a la puerta de mi casa.
Era un martes cualquiera, uno de esos días que se funden en la rutina y pasan casi desapercibidos. Acababa de terminar de limpiar después de la cena; todavía llevaba en las manos el aroma del ajo y la salsa de tomate, cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie. Mi familia y mis amigos sabían que por las noches solía quedarme en silencio, así que aquel sonido me resultó extraño.
Abrí la puerta y frente a mí se encontraba un hombre. Su postura rígida y el modo ansioso con que ajustaba su abrigo delataban que no estaba habituado a visitas inesperadas. Sus ojos marrones captaron mi atención al instante, y una extraña sensación de familiaridad me invadió, aunque no sabía de dónde provenía.
Disculpe la molestia dijo, con la voz temblorosa. ¿Usted es Larissa Szokolova?
Asentí, sin comprender aún quién era.
Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?
El hombre tragó saliva con dificultad, sus dedos aferraban con fuerza el borde del abrigo, como si eso lo mantuviera unido.
Creo que usted podría ser la madre de Tima.
Parpadeé, pensándome que debía haber escuchado mal.
¿Perdón? ¿Qué ha dicho? pregunté desconcertada.
Soy Dmitrij. Yo soy el padre biológico de Tima.
Mi cuerpo se quedó inmóvil por un instante, como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Tima. Mi Tima. El niño al que había llamado desde su nacimiento, al que amaba con todo el corazón. Traté de asimilar lo que oía, pero mis pensamientos no alcanzaban a seguir el ritmo de mis emociones. La razón me decía que debía contestar, pero el sentimiento me abrumaba.
¿El padre de Tima? susurré.
Dmitrij asintió, con la mirada llena de esperanza y arrepentimiento.
Sé que esto le sorprende. He estado buscándolo durante años. Cometí errores Pero ahora solo quiero verlo. Quiero reparar lo que pueda.
Una oleada de ira surgió en mí: ¿cómo podía aparecer así, después de tantos años, pretendiendo entrar en su vida?
Cruzé los brazos y retrocedí un paso.
Dmitrij, no sé qué busca, pero Tima tiene familia. Yo he sido su madre por más de diez años. Hemos pasado por mucho. Somos una familia y hemos logrado una vida feliz.
Su rostro se suavizó, mostró vulnerabilidad.
No quise abandonarlo. Era joven, me asusté, no estaba preparada. Desde entonces lo lamento. No puedo cambiar el pasado, pero quisiera ser parte de su futuro.
Mi corazón latía con fuerza, como si todo el hogar lo oyera. Pensamientos cruzaban mi mente: ¿debería permitir que se encuentre con Tima? ¿Y si él no lo quiere? ¿Y si solo le causa dolor? Recordé la lucha que habíamos librado por nuestra propia felicidad y no estaba segura de estar dispuesta a compartirla con alguien del pasado.
Sin embargo, en el rostro de Dmitrij había sinceridad. No venía a arrebatar nada, sino a buscar paz. Me alejé unos pasos y, en voz baja, dije:
Adelante, pase. Pero necesitamos hablar.
Dmitrij entró y se sentó con cautela en el sofá. Le preparé café y permanecimos en silencio durante un largo rato antes de que yo hablara.
¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes?
Se encogió de hombros y entrelazó las manos.
Pensé que podría olvidar. Seguir viviendo. Pero no fue posible. Hace unos meses descubrí dónde estaba. Desde entonces he reunido el coraje.
Se quedó callado, y pude ver el peso que la historia le imponía.
No quería mentírselo. Simplemente no sabía si tenía derecho a presentarme así.
Lo observé largo tiempo. ¿Realmente estaba arrepentido o no?
Todo tiene que suceder con calma. Primero hablaré yo con Tima. Él no sabe nada de usted y será un shock para él. Tiene su propia vida, Dmitrij. No permitiré que nadie la destroce.
Asintió rápidamente.
Entiendo. No espero nada de él. Solo quiero que sepa quién soy. Si él no me quiere, lo aceptaré.
No sabía qué esperar. No había preparado a Tima para esto. Ni siquiera pensé que su padre biológico podría volver. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se enfadaría? ¿Se sentiría traicionado?
Más tarde, esa noche, después de mucho debatir, le conté a Tima. Estaba cenando, giraba la cuchara entre sus dedos, cuando me acerqué y le dije con cuidado:
Tima, necesito hablar contigo.
Le levantó una ceja al notar la seriedad en mi voz.
¿Qué pasa, mamá?
Hoy ha venido un hombre. Se llama Dmitrij. Dice que es tu padre biológico.
Los ojos de Tima se agrandaron. Vi cómo sus pensamientos corrían frenéticos.
¿Eso significa?
Significa que él es quien contribuyó a que nacieras. Pero siempre has sido mi hijo, y eso nunca cambiará.
Tima guardó silencio, su expresión era impenetrable. Finalmente preguntó:
¿Crees que debería conocerlo?
Me sorprendió la pregunta.
Eso depende de ti. Él desea mucho verte. Lamenta no haber estado a tu lado. Solo quiere una oportunidad para conocerte.
Tima reflexionó y asintió.
Lo haré.
Para la semana siguiente organizamos un encuentro en el parque. La tensión se sentía mientras esperábamos en un banco. No sabía en qué pensaba Tima, pero evidentemente estaba nervioso.
Cuando Dmitrij llegó, se detuvo un instante, como sin saber cómo iniciar. Tima se levantó, se acercó y le tendió la mano.
Hola. Soy Tima.
Dmitrij sonrió, y en sus ojos brillaron lágrimas.
Te conozco. Lamento todo lo que perdí.
Tima asintió.
No importa. No es culpa tuya.
En ese momento vi en mi hijo algo inesperado: un gran corazón. Estaba dispuesto a darle una oportunidad a ese hombre, aun sin saber a dónde lo llevaría.
Durante los meses siguientes Dmitrij mantuvo el contacto. No fue invasivo, no exigió ser llamado papá y respetó todos nuestros límites. Poco a poco Tima empezó a relacionarse con él, pero nada podía reemplazar el vínculo que teníamos. Y estaba bien así.
Al final, lo esencial fue que Tima tuvo la posibilidad de decidir. Fue él quien eligió a quién permitir entrar en su vida.
Yo, como madre, sabía que, sea cual sea su decisión, siempre estaría a su lado.
Porque la familia no siempre es un lazo de sangre. A veces son las personas que elegimos amar.
Si esta historia te ha llegado al corazón, compártela con tus amigos. Quizá recuerde a alguien cuán valiosa es la familia que construimos con amor y fe.






