¡Nuestra hija quiere casarse con un holgazán y estamos desesperados!
En nuestro pequeño y acogedor pueblo del norte de España, donde los inviernos son fríos y la gente valora el calor del hogar, mi marido y yo siempre hemos intentado darle a nuestra hija todo lo mejor. Pero ahora nuestro corazón se parte de angustia: nuestra niña quiere casarse con un chico que parece incapaz de hacer nada más que promesas vacías y vivir a costa de los demás.
Mi marido, Antonio, y yo sabemos lo difícil que es encontrar a la persona adecuada. Hace años, mis padres se opusieron con firmeza a mi relación con él. Mi madre temía su pasión por los coches—siempre enredando con algún viejo Seat—y creía que era peligroso. Mi padre, en cambio, soñaba con que me casara con el hijo de su amigo, un ingeniero adinerado. Pero yo me enamoré perdidamente de Antonio. Su bondad, su esfuerzo y su amor me conquistaron, y desafié a mis padres. Nos casamos, y los años demostraron que fue la mejor decisión. Juntos criamos a nuestra hija, Lucía, y le dimos todo para que nunca le faltara nada.
Lucía siempre fue nuestro orgullo: inteligente, decidida, con una mirada llena de sueños. Hace dos años, comenzó a estudiar en la universidad de la capital regional y allí conoció a un chico llamado Alejandro. Al principio, nos alegrábamos—¡el primer amor es tan emocionante!—pero cuanto más lo conocíamos, mayor era nuestra preocupación. Y ahora Lucía nos ha anunciado que quiere casarse con él. Antonio y yo estamos horrorizados, porque Alejandro es un verdadero vago, y no lo decimos a la ligera.
Lo hemos visto con nuestros propios ojos, una y otra vez. Cada verano, Lucía trabaja en lo que sea: camarera, auxiliar en una oficina… Ahorra cada euro para irse de vacaciones con Alejandro en agosto. ¿Y él? Nada. En dos años, no ha buscado ni un empleo temporal. Lucía lo sostiene todo, mientras él disfruta de su esfuerzo como si fuera normal. Esto nos destroza el corazón—¡nuestra hija merece mucho más!
Una vez, los padres de Alejandro comenzaron a reformar su casa. Nosotros, queriendo mejorar la relación, les ofrecimos ayuda. Llegamos con herramientas, pintura y papel pintado. ¿Y qué pasó? Mientras Antonio y yo pegábamos el papel y arreglábamos las paredes, Alejandro se encerró en su habitación, pegado al ordenador. Jugaba sin parar, sin siquiera ofrecernos un café. Nosotros, casi unos desconocidos, trabajando en su casa, y él, un chico joven y fuerte, sin mover un dedo. Aquello me golpeó como un rayo: ¿realmente es este el hombre con el que nuestra hija quiere compartir su vida?
Alejandro vive en un mundo virtual. Pasa horas frente a la pantalla, apenas habla con nadie, y cuando lo hace, solo se queja de lo “harto” que está de todo. No logro imaginar a Lucía feliz a su lado. Ella brilla como una estrella, y él la arrastra hacia su apatía. Sé que este matrimonio será su trampa, pero ¿cómo hacerle entender?
Hemos hablado con Lucía, pero está enamorada y no nos escucha. Cada crítica sobre Alejandro la hiere. “¡No lo conocéis!”, nos grita entre lágrimas. Veo cómo lucha entre su amor y nuestras advertencias, y me rompe el alma. No quiero que cometa un error del que se arrepienta toda la vida.
Por las noches, no puedo dormir pensando en Lucía, llena de ilusión, caminando hacia el altar con alguien que no valora su esfuerzo. Temo que renuncie a sus sueños por alguien que ni siquiera se levanta del sofá. ¿Cómo llegar a ella? ¿Cómo evitar que caiga en un error que podría destrozarle la vida? Mi corazón de madre grita: este matrimonio será su ruina, pero no sé cómo salvarla.
A veces el amor nubla el juicio, pero la verdad siempre termina por abrirse paso. Ojalá Lucía lo vea a tiempo.