Nota que cambió todo: una historia escolar de amor y envidia.

La nota que lo cambió todo: una historia escolar sobre amor y envidia

Roberto abría su mochila, como cada mañana, cuando entre los cuadernos encontró un papel doblado con cuidado. Al desplegarlo, sintió un vuelco en el pecho:
«¡Hola! Me gustas mucho. Si quieres vernos, te espero hoy a las cuatro detrás del colegio.»

Se quedó perplejo, sin idea de quién podía haberlo escrito. Pero la curiosidad pudo más. A las cuatro en punto, estaba allí, bajo la sombra del viejo olivo. Y de pronto… apareció Lucía. La nueva, tímida y callada.

—¿Fuiste tú quien me escribió? —preguntó con cautela.
—¿Qué? —Lucía pareció confundida—. ¿Yo? ¡Claro que no!

—Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Me esperabas?
—Bueno… Alba me dijo que yo te gustaba… —murmuró, ruborizándose hasta las orejas.

Roberto frunció el ceño. Todo se volvía más extraño por segundos.

El cambio que lo alteró todo
Lucía se mudó a otro barrio cuando sus padres compraron un piso más grande. Aunque el nuevo hogar era cómodo, su antiguo instituto quedaba lejos. Sus padres insistieron: si había un colegio en la plaza, allí estudiaría.

Lucía se resistió. Cambiar de clase en cuarto de la ESO, cuando todos ya tenían sus grupos, le daba miedo. Pero nadie la escuchó.

—¡Harás amigos! —dijo su madre—. ¡Eres una chica sociable!

Pero su madre se equivocaba. A Lucía siempre le costó conectar con la gente. En el nuevo instituto, tampoco encajó.

Al principio, algunos mostraron interés, pero ella respondía con monosílabos, evitando miradas. Pronto, la dejaron de lado.

Lucía no se quejaba. Era callada, observadora. En secreto, admiraba a Roberto: el alma de la clase, divertido y cercano.

Le gustaba. Mucho. Pero jamás se atrevería a hablarlo.

La envidia entre pupitres
Alba, segura de sí misma y popular, lo notó. Ella misma sentía algo por Roberto, aunque solo eran amigos.

Al ver las miradas furtivas de Lucía, sintió un ardor en el pecho. Decidió poner a la nueva en su lugar.

—¿Os parece si la gastamos? —propuso a sus amigas—. Dejamos una nota a Roberto de una “admiradora secreta”, y a Lucía le decimos que él está enamorado de ella. ¡Veremos cómo se humilla!

Las dudas duraron poco. Alba se acercó a Lucía con dulzura falsa:

—Oí que le gustas a Roberto. ¿Quieres que confirme si es verdad?

Los ojos de Lucía brillaron. Y eso colmó la paciencia de Alba.

—Te citará —dijo—, pero no se lo cuentes a nadie. Detrás del colegio, a las cuatro. ¿Vale?

—Vale —susurró Lucía, feliz, nerviosa, perdida.

El final que nadie esperaba
Al día siguiente, Alba dejó la nota en la mochila de Roberto. Él la leyó, intrigado.

Fue. Y vio a Lucía. Ella lo vio a él.

—¿Tú escribiste esto?
—No… Me dijeron que tú…

Roberto lo entendió todo. Respiró hondo. Conocía bien las mañas de Alba.

Pero Lucía había ido. ¿Acaso era verdad?

—Si viniste, ¿significa que te gusto? —sonrió.

Lucía enrojeció. Quiso huir. Pero Roberto la detuvo.

—Ya que estamos aquí… ¿Damos un paseo?

Alba, escondida tras la esquina grabando con el móvil, se quedó sin palabras. No era el plan. No debía ser así.

Pero lo peor llegó al día siguiente, cuando Roberto y Lucía entraron juntos al aula. Riendo. Codo con codo.

Las consecuencias
—¿Lo hiciste a propósito? ¿Para vengarte? —le espetó Alba a Roberto en el recreo.

—No. Tú nos pusiste en contacto. Gracias, en serio. Nos llevamos genial.

Alba no lo creía. Esperó que todo acabara. Que fuera una farsa.

Pero pasaron meses. Siguieron juntos. Terminaron el instituto. Se casaron.

Y solo entonces Alba entendió: su broma le había salido por la culata.

¿Moraleja?
Antes de burlarte o vengarte, piénsalo bien. A veces, el destino sabe cómo enderezar los caminos.

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