“Nos divorciamos hace ya un mes. ¿No lo has olvidado?”
– Pablo, ¿recuerdas que hoy es tu último día viviendo en mi casa? – preguntó Lidia.
– ¿Cómo que ya?
– Sí, ¿por qué te sorprende? Acordamos que hasta el 26 de mayo tenías para solucionar lo de tu apartamento, mientras tanto, podías quedarte aquí.
– El tiempo ha volado tan rápido…
Lo que sucedía era que Pablo y Lidia se habían divorciado hace un mes. Sin embargo, su exmarido no tenía dónde vivir. No encontraba alojamiento adecuado. ¿O quizás no lo intentó? Eso ya es otra historia.
– No me líes. ¡Mañana te vas!
– ¿Pero adónde?
– No lo sé. Ese ya no es mi problema.
Pablo se levantó rápidamente del sillón.
– Lidia, ¿cómo puedes decir eso? Éramos una familia.
– ¿Éramos? No hay ningún “éramos”. Nos divorciamos hace un mes. ¿Lo has olvidado?
– Te digo que el tiempo vuela.
– Otra vez… No me líes.
La verdad era que Pablo realmente no tenía dónde ir. No tenía amigos cercanos, ya que el tiempo los había separado. Y algunos habían resultado ser personas poco agradables.
Sus familiares vivían lejos y no iba a irse a dormir en casa de conocidos. ¿Y ahora qué? La única esperanza era convencer a Lidia.
Y si bien podría dormir en la estación, había otra razón por la cual no quería dejar el apartamento.
– Sabes, todavía tenía la esperanza.
– ¿De qué?
– De que podríamos volver a estar juntos.
Lidia rompió en carcajadas, claramente afectando a Pablo.
– ¿Dije algo gracioso?
– ¿No te parece gracioso a ti?
– A mí no.
– A mí sí. Deja de hacer teatro y comportarte como un niño. Al fin y al cabo, somos adultos.
– ¡Exactamente! Por eso quiero hablar de forma adulta. Lidia, debemos entender que nos divorciamos por tonterías.
Su exesposa levantó una ceja sorprendida.
– ¿Crees que engañar constantemente a alguien es una tontería?
– No, no quise decir eso.
– Te entendí.
– ¡No, no! Fue un arrebato, eso pasa. Lidia, pero podemos empezar de nuevo. ¡Por favor!
Lidia estaba perpleja. Solo no podía entender si su exmarido había perdido la cordura o si realmente no tenía dónde vivir.
– Te dije que dejaras de marearme. Empaca tus cosas. Mañana dejas este apartamento.
Pero Pablo no se rendía. Seguía firme en sus argumentos y presentaba uno más absurdo que el anterior.
– ¿Cómo no entiendes? ¡Yo te he sido fiel!
– ¿Eso a qué viene?
– Desde nuestro divorcio, no he estado con nadie.
En ese momento, Lidia se tomó la cabeza. Parecía que Pablo realmente había comenzado a volverse loco.
– ¿Y qué me importa a mí eso? Francamente, no me interesa con quién compartes la cama.
– Pero a mí sí me importa. No puedo con nadie más, Lidia. Y tampoco contigo ahora… Porque…
Lidia lo interrumpió.
– Ya, no sigas.
Decidió salir a dar un paseo, solo para no verle.
En realidad, había considerado divorciarse de él hace tiempo. Pero lo había pospuesto porque, de alguna manera, le daba pena. Después de todo, habían pasado cinco años juntos y era difícil tomar esa decisión.
Sin embargo, las constantes mentiras de su marido no la dejaban tranquila. Mentía sobre su trabajo. Siempre inventaba que su jefe lo había ascendido y que ahora trabajaba en un puesto prestigioso. Pero en realidad, seguía siendo un simple trabajador con un salario de 1,200 euros al mes. Eso fue la gota que colmó el vaso.
¿Por qué mentir? No se entendía.
Lidia reflexionó toda la tarde. No quería volver a casa. Así que decidió quedarse con una amiga. Por supuesto, Pablo la llamaba sin parar. Pero ella no tenía intenciones de responder, mucho menos de dar explicaciones.
– No entiendo, Lidia. ¿Qué eres, la Madre Teresa?
– ¿Cómo?
– Hablo de tu Pablo. Tú misma tienes la culpa. Por eso no quiere irse.
– Sí, lo sé. Fue un error. Pero no voy a echarlo a la calle…
– De todos modos, mañana lo echarás. ¿O no?
– Lo echaré. Porque siempre cumplo mi palabra.
– ¿Te arrepientes?
– No, no hay nada de qué arrepentirse. No estoy echando a un niño, es un hombre adulto capaz de gestionar su propia vida.
Al día siguiente, Lidia volvió a casa, pero no vio la maleta de su exmarido en la puerta.
– ¿Todavía estás aquí?
– ¡Lidia! ¿Dónde has estado? – exclamó Pablo.
– Eso ya no te incumbe.
– ¿Te quedaste con un hombre?
– Te lo repito: no es asunto tuyo. ¡Empaca tus cosas y lárgate de aquí!
Pablo comenzó a darle vueltas a su exesposa.
– Lidia, escúchame, no puedo seguir así. Estaba preocupado por ti.
– ¡Basta! Te ordeno que te vayas.
Pero parecía que las palabras de Lidia no surtían efecto en Pablo. O pretendía no escucharla.
– Te estoy guardando fidelidad, ¿no lo entiendes?
Lidia comprendió que esta conversación era inútil y no llevaría a nada.
– Tienes cinco minutos. O llamo a la policía.
Pero Pablo no lo creyó y Lidia tuvo que cumplir su amenaza. A su exmarido lo echaron rápidamente con sus cosas. Porque en esa vivienda él no tenía derecho ni estaba empadronado.
Afortunadamente, Lidia había heredado ese hogar. Terror le daba pensar lo que habría sucedido si el piso hubiese sido de los dos.
En tal caso, Pablo seguramente nunca se habría ido. Siempre tenía un argumento sólido: él era el fiel exmarido.