**Diario de Lucía**
Hoy decidí hacer algo que nunca pensé que haría. Escondí un grabador en casa de mi suegra. Necesitaba saber qué decía a mis espaldas.
Llevo dos años casada con Javier, y aunque nos queremos mucho, la tensión con su madre, Doña Carmen López, me agota. Siempre he intentado ser amable, ayudarla en lo que necesite, pero siento su rechazo en cada mirada, en cada comentario sobrio. Después de cada visita, vuelvo a casa con el corazón encogido.
«Javier, tu madre no me quiere», le dije anoche, intentando contener las lágrimas.
Él dejó el libro que leía y suspiró. «Lucía, otra vez lo mismo. Es que fue difícil para ella criarme sola después de que mi padre falleciera.»
«Lo entiendo, pero ¿por qué siempre habla mal de mí cuando no estoy?»
«Son imaginaciones tuyas, cariño.»
«¡No lo son! La oí hablando con tu tía. Dijo que era torpe, que no sabía ni cocinar una tortilla decente.»
Javier trató de cambiar de tema, pero esta vez no me callaría.
Después de otra cena incómoda, tomé una decisión. Al día siguiente, mientras ayudaba a Doña Carmen en la cocina, escondí el grabador entre los trapos. Mi corazón latía fuerte, pero fingí normalidad.
Al regresar, revisé la grabación con manos temblorosas. Primero, ruidos cotidianos: platos, el grifo, conversaciones triviales. Y entonces su voz, fría y cortante, al teléfono:
«No sé qué le ve mi hijo. No tiene ni idea de cocinar, y su familia ¡Dios mío! Hasta el café que sirven sabe a agua sucia.» Siguió criticando mi forma de vestir, mi educación, todo.
Se lo enseñé a Javier al anochecer. «¿Ves ahora que no eran imaginaciones?»
Él se quedó callado, avergonzado. «Mamá se pasa a veces Quizá fue un momento de enfado.»
«¿Enfado?», grité. «¿Y qué hay de lo que dijo de mi familia? Si no me defiendes, esto no va a funcionar.»
Salí llorando. Horas después, Javier llamó a su madre.
«Tienes que disculparte con Lucía.»
«¿Esa serpiente me grabó a escondidas?», chilló Doña Carmen. «¡La denunciaré! ¡Y que la echen de su trabajo!»
«¡Basta, madre! ¿Oíste lo que dijiste?»
«¡Sí! Y repito: esta casa le queda grande. Y tú, desagradecido, la defiendes. ¡Mañana arreglo esto!»
Colgó. Javier intentó llamar de nuevo, pero no contestó. Fue a su casa, pero ella no abrió.
Al final, mi marido entendió. Priorizó nuestra paz. Ahora casi no la visita.
Doña Carmen, furiosa, prohibió que yo pisara su casa y empezó a murmurar entre los vecinos. Pero Javier ya no escucha.
Quizá, al fin, podamos respirar.







