Hoy, mi madre me ha dejado sin palabras. “¡No tienes ni idea de llevar una casa! No sé cómo tu marido te aguanta”, me ha reprochado con ese tono cortante que solo ella sabe usar.
Cuando mi madre, Elena Martínez, anunció que necesitaba quedarse en nuestro piso durante un mes por las obras en su casa, prometió no entrometerse. Dudé, pero al fin y al cabo es mi madre. ¿Cómo decirle que no?
Elena siempre ha sido severa y meticulosa. De pequeña, mi hermano y yo crecimos bajo sus reglas: todo debía estar en su sitio, perfectamente ordenado según sus estándares. Discutir era inútil.
Al mudarme con mi marido, por fin respiré. En mi hogar, decidía yo cómo organizar las cosas. Pero con la llegada de mamá, esa tranquilidad se esfumó.
Los primeros días fuimos de tregua. Cumplió su promesa. Pero al cuarto día, al volver del trabajo, noté algo raro en la cocina. Los platos, los utensilios, incluso las especias, estaban reorganizados por tamaño y color.
—Mamá, ¿qué has hecho? —pregunté, conteniendo la irritación.
—He puesto orden —respondió orgullosa—. Todo estaba patas arriba. Ahora está como debe ser.
—¡Pero este es mi piso, y a mí me gustaba como estaba!
—Es que no sabes organizarte. Yo te enseñaré.
Intenté explicarle que aquí las decisiones las tomamos mi marido y yo, pero ella hizo oídos sordos.
Al día siguiente, descubrí que había tirado mi alfombra favorita del baño. “Está fea y vieja”, dijo. Luego se metió con los papeles de mi marido, clasificándolos a su antojo. Me mordí la lengua por paz, pero la gota que colmó el vaso llegó cuando la pillé revolviendo nuestro armario del dormitorio, con las camisas planchadas de mi marido tiradas por el suelo.
—¡Mamá, ¿qué haces?!
—Arreglando tu caos. No sabes doblar la ropa. Vaya ama de casa estás hecha. No entiendo cómo Javier te soporta.
Mi marido, siempre paciente, estalló:
—Elena, prepara tus cosas. Te llevo a un hotel. Lucía, llama y reserva una habitación.
Mi madre se marchó en silencio. Más tarde, me envió un mensaje exigiendo disculpas. Pero ¿cómo pedir perdón por defender mi hogar?
Este mes ha sido una lección. He entendido que los límites con los padres son necesarios, sobre todo cuando se trata de tu propia familia. El amor debe ir de la mano del respeto, y nadie tiene derecho a imponer su orden en casa ajena.