—No soy tu madre, y ya está —gritó Alba, agitando los brazos—. ¡Es mi hija, no la tuya!
—Solo intentaba ayudar —respondió con suavidad Tamara, sosteniendo una sartén frente a la cocina—. Carla tiene fiebre, está muy alta…
—¡Ayudar! —la imitó Alba con sarcasmo—. ¿Quieres hacerte la madrastra perfecta, eh? ¿Para que papá se derrita de ternura?
—Alba, basta —intentó mediar Víctor, pero su hija ni siquiera lo miró.
—¡Y tú cállate! ¡Siempre la defiendes! —señaló con el dedo a Tamara—. No soy tu hija de verdad, ¿entendido? La cambiaste por… por esta…
No terminó la frase. Dio media vuelta y salió corriendo de la cocina. La puerta de su habitación se cerró con tal fuerza que temblaron los vasos en el armario.
Tamara dejó la sartén sobre la mesa y se dejó caer en una silla. Le temblaban las manos y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No le hagas caso —Víctor se acercó y le puso una mano en el hombro—. Está alterada por la universidad. No entró en la pública y ahora odia al mundo entero.
—Víctor, tiene razón —susurró Tamara—. No soy su madre. Nunca lo seré.
—Tonterías. El tiempo lo arreglará todo.
Tamara sonrió con amargura. El tiempo. Llevaban cuatro años casados, y su relación con Alba solo empeoraba. Al principio, la chica era fría y distante. Luego vinieron los comentarios ácidos, las pullas. Ahora, la guerra abierta.
—¿Crees que me equivoqué al ofrecer pagarle los estudios? —preguntó.
—¿Por qué? Lo hiciste con buena intención.
—Pero ella lo ha tomado como un intento de comprarla.
Víctor suspiró y se sentó a su lado.
—Tamara, sé que es difícil. Pero Alba perdió a su madre a los catorce. Tiene miedo de que alguien ocupe su lugar.
—No intento ocupar el lugar de su madre. Solo quiero que vivamos en paz.
—Lo sé. Y ella lo entenderá, tarde o temprano.
Tamara asintió, pero en su interior dudaba. Cada día en esa casa era una prueba. Alba parecía buscar excusas para pelearse: la comida no estaba bien, las cosas no en su sitio, el teléfono demasiado alto…
De la habitación de Alba salía música a todo volumen. Los vecinos ya se habían quejado, pero la chica hacía oídos sordos.
—Pídele que baje el volumen —rogó Tamara.
—Díselo tú. Tenéis que aprender a hablar.
—¿Después de lo que acaba de pasar?
—Precisamente por eso. No dejes que el conflicto se enquiste.
Tamara se levantó a regañadientes y se acercó a la puerta. Llamó con los nudillos.
—Alba, ¿puedo pasar?
La música aumentó aún más. Volvió a llamar, más fuerte.
—Albita, necesito hablar contigo.
La puerta se abrió de golpe. Alba estaba en el umbral, con los ojos rojos de llorar.
—¿Qué quieres?
—Baja la música, por favor. Los vecinos se quejan.
—Me importan un bledo los vecinos.
—Alba, entiendo que estés enfadada…
—¡No entiendes nada! —estalló—. ¿Crees que por ofrecerme dinero debo quererte? ¡Ni lo sueñes!
—No espero que me quieras. Solo que no nos peleemos constantemente.
—Si no quieres peleas, lárgate. Esta es mi casa, la de papá y la mía. Tú sobrabas.
Las palabras clavaron como un cuchillo. Tamara intentó mantener la calma.
—Tu padre me quiere, Alba. Y yo a él. Somos familia.
—¡No! —gritó la chica—. ¡Familia somos papá y yo! Tú solo vives aquí. ¿Crees que no sé que te casaste con él por el piso?
Tamara palideció.
—¿Quién te ha dicho eso?
—La abuela. La madre de mamá. Dice que eres una cazafortunas. Que te acercaste a papá al saber que era viudo y con un tres habitaciones.
—No es verdad…
—¡Sí que lo es! —Alba se acercó, los ojos brillantes de rabia—. Tenías cuarenta años, vivías en un piso compartido. Y de pronto, ¡un hombre con tríplex! ¡Claro que te casaste con él!
Cada palabra era una bofetada. Tamara sentía el ardor en las mejillas.
—Yo quiero a tu padre…
—Sí, claro. A su piso y a su sueldo. A él lo aguantas.
—¡Basta! —Tamara perdió los nervios—. ¡No tienes derecho a hablarme así!
—¡Sí que lo tengo! ¡Es mi casa! ¡Tú no pintas nada aquí!
La puerta se cerró de golpe frente a ella. La música sonó aún más fuerte.
Tamara se quedó en el pasillo, temblando de rabia y dolor. Las palabras de Alba tocaban su punto débil. Sí, tenía cuarenta años cuando conoció a Víctor. Sí, vivía en un piso compartido y soñaba con un hogar propio. Pero se había casado por amor, no por interés.
Víctor la encontró en el baño, intentando recomponerse.
—¿Qué ha pasado? Alba gritaba como una posesa.
—Dice que me casé contigo por el piso.
Víctor frunció el ceño.
—¿De dónde saca esas ideas?
—De tu exsuegra. Resulta que la abuela la alimenta con eso.
—Entiendo —apretó los puños—. A Nunca le caí bien a Nuria. Y cuando me casé contigo, directamente la envenenó.
—Víctor, ¿no sería mejor que me fuera? —preguntó Tamara en voz baja—. Mira cómo sufre Alba. No quiero romper vuestra relación.
—No irás a ninguna parte —respondió él con firmeza—. Eres mi mujer. Y quien no lo acepte, que se aguante.
—Pero Alba…
—Alba tiene que entender que el mundo no gira alrededor suyo. Que todos tenemos derecho a ser felices.
Tamara se abrazó a él. En sus brazos siempre se sentía protegida. Pero cuando estaba a solas con Alba, los problemas resurgían.
Al día siguiente, Alba no apareció a desayunar. Luego cerró la puerta con estruendo al salir para la universidad. Tamara respiró aliviada: unas horas de paz.
Ordenó la casa, preparó la comida y se sentó a coser en su máquina. Trabajaba desde casa, hacía arreglos. No era mucho, pero era un ingreso seguro.
Llamaron a la puerta. Una mujer mayor, de rostro adusto, estaba en el umbral.
—¿Nuria? —se sorprendió Tamara.
—Sí, soy yo. ¿Puedo pasar?
—Claro, adelante.
Nuria entró en el salón y se sentó sin esperar invitación.
—¿Quieres un café? —ofreció Tamara.
—No hace falta. No he venido de visita.
—¿Entonces?
La mujer recorrió la habitación con la mirada.
—Bien instalada estás —dijo al fin—. De un piso compartido a un tríplex.
Tamara sintió que se sonrojaba.
—Si ha venido a insultarme…
—No, a hacerte una oferta.
—¿Qué oferta?
Nuria sacó un sobre de su bolso.
—Aquí hay cincuenta mil euros. Para que te divorcies y desaparezcas de nuestras vidas.
Tamara no daba crédito.
—¿Está usted loca?
—Finalmente, Tamara cerró la puerta con un suspiro, decidida a enfrentar la tormenta familiar con paciencia y amor, aunque el camino fuera largo y lleno de desafíos.