—No soy tu madre, y punto—gritó Lucía, agitando las manos—. ¡Es mi hija, no la tuya!
—Solo quería ayudar—contestó Eva en voz baja, con la sartén en la mano—. Sofía tiene fiebre alta…
—¡Ayudar!—la imitó Lucía—. ¿Quieres demostrar lo buena madrastra que eres para que papá se derrita, verdad?
—Lucía, basta—intentó intervenir Jorge, pero su hija ni siquiera lo miró.
—¡Y tú cállate! ¡Siempre la defiendes a ella!—señaló con el dedo a Eva—. No soy tu hija de sangre, ¿entendido? La cambiaste por… por esta…
No terminó la frase. Dio media vuelta y salió corriendo de la cocina. La puerta de su habitación se cerró con tal fuerza que temblaron los platos en la vitrina.
Eva dejó la sartén sobre la mesa y se sentó. Le temblaban las manos y tenía los ojos vidriosos.
—No le hagas caso—dijo Jorge, acercándose y poniendo una mano en su hombro—. Está enfadada por la universidad. No entró en la pública y ahora odia el mundo entero.
—Jorge, tiene razón—susurró Eva—. No soy su madre. Y nunca lo seré.
—Tonterías. El tiempo lo arreglará todo.
Eva esbozó una sonrisa amarga. *Tiempo*. Llevaban cuatro años casados, y su relación con Lucía solo empeoraba. Al principio era fría y distante. Luego vinieron los comentarios ácidos. Y ahora, la guerra abierta.
—¿Crees que fue un error ofrecer pagarle la universidad?—preguntó Eva.
—¿Por qué? Lo hiciste con buena intención.
—Pero ella lo vio como un intento de comprarla.
Jorge suspiró y se sentó a su lado.
—Eva, sé que es duro. Pero Lucía perdió a su madre a los catorce años. Tiene miedo de que alguien ocupe su lugar.
—No pretendo ocupar el lugar de su madre. Solo quiero que vivamos en paz.
—Lo sé. Y tarde o temprano, ella lo entenderá.
Eva asintió, pero en el fondo dudaba. Cada día en esa casa era una batalla. Lucía buscaba excusas para discutir: la comida no sabía igual, las cosas estaban mal colocadas, el teléfono sonaba demasiado fuerte.
De la habitación de Lucía salía música a todo volumen. Los vecinos ya se habían quejado, pero a la chica le daba igual.
—Pídele que baje el volumen—rogó Eva.
—Díselo tú. Tienes que aprender a comunicaros.
—¿Después de lo que acaba de pasar?
—Por eso mismo. No dejes que el conflicto se enquiste.
Eva, resignada, se levantó y llamó a la puerta.
—Lucía, ¿puedo pasar?
La música aumentó todavía más. Volvió a tocar, más fuerte.
—Lucita, necesito hablar contigo.
La puerta se abrió de golpe. La chica, con los ojos rojos de llorar, la miró de frente.
—¿Qué quieres?
—Baja la música, por favor. Los vecinos se quejan.
—Me importan un bledo los vecinos.
—Lucía, sé que estás dolida…
—¡No sabes nada!—estalló—. ¿Crees que por ofrecer pagarme la carrera voy a quererte? ¡Ni en sueños!
—No espero que me quieras. Solo quiero que dejemos de pelearnos.
—Si no quieres peleas, lárgate. Esta es *nuestra* casa, de papá y mía. Tú sobrabas.
Las palabras dolieron como un puñetazo. Eva intentó mantenerse serena.
—Lucía, tu padre me quiere. Y yo lo quiero a él. Somos una familia.
—¡No!—gritó la chica—. *Nosotros* somos familia. ¡Tú solo vives aquí! ¿O crees que no sé que te casaste con él por el piso?
Eva palideció.
—¿Quién te ha dicho eso?
—La abuela. La madre de mamá. Dice que eres una cazafortunas. Que te acercaste a él cuando supiste que era un viudo con un piso en Madrid.
—No es verdad…
—¡Sí que lo es!—se acercó, los ojos brillantes de rabia—. Tenías cuarenta años y vivías en un piso compartido. ¡Y de pronto te aparece un tío con tríplex! ¡Claro que te casaste con él!
Cada palabra era una bofetada. Eva sentía el ardor en las mejillas.
—Quiero a tu padre…
—Sí, claro. Lo que quieres es su piso y su nómina. A él lo aguantas por eso.
—¡Basta!—perdió la paciencia Eva—. ¡No tienes derecho a hablar así!
—¡Sí que lo tengo! ¡Esta es mi casa! ¡Tú no pintas nada!
La puerta se cerró de golpe. La música sonó aún más fuerte.
Eva se quedó en el pasillo, temblando de rabia. Las palabras de Lucía le habían dado donde más le dolía. Sí, tenía cuarenta años cuando conoció a Jorge. Sí, vivía en un piso compartido. Pero se casó por amor, no por interés.
Jorge la encontró en el baño, intentando recomponerse.
—¿Qué pasó? Lucía gritaba como una posesa.
—Dice que me casé contigo por el piso.
Jorge frunció el ceño.
—¿De dónde saca esas ideas?
—De tu antigua suegra. Al parecer, Doña Carmen la ha estado envenenando.
—Ah—apretó los puños—. Nunca le caí bien. Y cuando me casé contigo, se puso peor.
—Jorge… ¿y si me voy?—preguntó Eva en voz baja—. Mira cómo sufre Lucía. No quiero arruinar vuestra relación.
—No irás a ninguna parte—dijo él firme—. Eres mi mujer. Y si alguien no lo acepta, es su problema.
—Pero Lucía…
—Tiene que entender que el mundo no gira alrededor suya. Que los demás también tenemos derecho a ser felices.
Eva se abrazó a él. En sus brazos siempre se sentía protegida. Pero apenas quedaba a solas con Lucía, volvían los problemas.
Al día siguiente, la chica hizo el desayuno y se fue dando un portazo al instituto. Eva respiró aliviada: al menos, unas horas de paz.
Recogió el piso, preparó la comida y se sentó a coser. Trabajaba desde casa, arreglando ropa. Un ingreso pequeño pero constante.
Llamaron a la puerta. Una mujer mayor de semblante severo la miró desde el umbral.
—¿Doña Carmen?—se sorprendió Eva.
—Sí, soy yo. ¿Puedo pasar?
—Claro…
La mujer entró y se sentó sin esperar invitación.
—¿Quiere un café?—ofreció Eva.
—No. No he venido de visita.
—¿Entonces?
Doña Carmen escudriñó la habitación con mirada crítica.
—Bien instalada estás—dijo al fin—. De un piso compartido a un tríplex.
Eva sintió que el rostro se le encendía.
—Si ha venido a insultarme…
—No, a hacerle una oferta.
—¿Qué oferta?
Sacó un sobre del bolso.
—Hay cincuenta mil euros aquí. Suyos. A cambio de que se divorcie de Jorge y desaparezca de nuestras vidas.
Eva no daba crédito.
—¿Se ha vuelto loca?
—En absoluto. Es una oferta seria. Usted está rompiendo esta familia. Lucía sufre, Jorge ya no es el mismo. Antes era un padre atento. Ahora solo piensa en usted.
—Jorge me quiere…
—Está cegado. Pero se le pasará. Mientras tantoFinalmente, tras muchos altibajos, Eva, Jorge y Lucía aprendieron que el amor no es un pastel que se divide, sino un fuego que crece al compartirlo.