No sé qué hacer. Mi hijo siempre elige a su mujer, aun cuando está equivocada solloza la voz de Carmen Fernández, de sesenta años, mientras el sudor recorre su frente. Miguel, mi hijo, siempre, absolutamente siempre, defiende a su esposa. Pase lo que pase, lo que yo diga, él solo levanta la mano y me dice: «Mamá, no te preocupes, María Luz se las arreglará. No es tonta». Siempre le encuentra una excusa. ¡Aunque ella tenga la razón en su contra!
María Luz, de veintiocho años, es la nuera de Carmen. Con Miguel crían a su hijo de un año y medio, Pablo, y viven separados del apartamento que compraron a crédito hipotecario en Madrid. María Luz está de baja por maternidad; Miguel es el único que trabaja. Llevan una vida austera, sin excesos, pero tampoco con carencias.
Sin embargo, la suegra no aguanta a María Luz.
Cuando Miguel la trajo a casa por primera vez, me quedé helada recuerda Carmen. Uñas largas y artificiales, un tatuaje en el cuello, una falda corta, tacones que parecían sacados de una pasarela. Y esos labios se veía que los había pintado. Pensé que estaba bromeando. No podía ser que mi hijo saliera con una ¿cómo decirlo? una mujer ligera, por decirlo suavemente.
Un mes después, se casaron. Según la suegra, incluso en la boda María Luz llamaba la atención: falda de cuero, chaqueta brillante, maquillaje de artista. Pero Miguel estaba feliz y Carmen decidió observar en silencio, «sin intervenir».
Al principio apenas hablaba con la nuera; solo llamaba al hijo un par de veces al mes para preguntar por ellas. Todo cambió hace un año y medio, cuando nació Pablo, el nieto.
Llegué al segundo día después del alta hospitalaria y lo que vi… dice Carmen. María Luz con el manicura recién hecha. Le dije: «¿Estás loca? ¡Eso es peligroso para un bebé!» Ella me contestó: «Todo bajo control, lo manejo». Fui a ver a Miguel y él me miró: «Mamá, no te metas. No es asunto tuyo». Desde entonces, cada intento mío terminaba con un «No te metas».
Carmen recuerda cómo intentó «educar» a la nuera mediante consejos, observaciones y reproches, pero solo recibió indiferencia. María Luz no es de las que se justifica.
Cada vez que entro, la casa es un caos. Le digo: «María, prepara una sopa para el niño, él necesita energía». Y ella responde: «Miguel ni siquiera come sopa». ¿Cómo que no come? ¡Yo le preparo! Simplemente le da pereza. Si cocinara bien, comería sopa y también cocido.
Carmen intentó hablar con Miguel, pero él siempre se ponía del lado de su esposa.
Mamá, basta de reproches. Todo está bien. María es una buena madre.
¿Buena? exclama Carmen, con la voz quebrada. ¡Ni siquiera levanta la vista del móvil! No la he visto sin su teléfono. Siempre está mirando Instagram, incluso con el niño a su lado.
El colmo ocurrió en el parque infantil.
Llamé a la puerta, silencio. Pensé que estarían paseando. Salí al parque y, efectivamente, Pablo jugaba en la arena mientras María Luz estaba sentada en un banco, clavada en su móvil. Me acerqué y vi al niño al borde del seto. De pronto, corre hacia mí, sonríe y grita «¡Abuela!». María Luz ni se vuelve. El niño se escapa al carril de la calle. Allí, aunque rara vez pasan coches, cualquier cosa puede suceder.
Gracias a Dios murmura con voz temblorosa que no había ningún vehículo. Agarré al pequeño y corrí hacia ella, pero María Luz estaba como en trance. Le dije: «Si no apagas ese teléfono ahora, lo romperé contra el suelo. ¿Eres madre o qué?»
Se levantó de un salto, tomó a Pablo y salió corriendo. El niño lloraba, buscaba a su abuela, pero ella cerró la puerta en mi cara y no la volvió a abrir.
Llamé a Miguel y le conté todo tal cual prosigue Carmen. Él me dijo: «Mamá, estás pasándote. Cálmate. María se las arregla». ¿Cómo puede ser? Lo vi con mis propios ojos. No me cree. Ahora ninguno de los dos me habla, no contestan mis llamadas, no abren la puerta. Ya ha pasado un mes. No sé qué le habrá susurrado a su hijo. Yo solo quiero que mi nieto esté a salvo.
Carmen se pregunta:
¿Acaso él tiene razón? ¿Quizá debería haber callado? Pero no puedo quedarme callada cuando se trata de un niño. Soy madre. Soy abuela.
Ahora está sola, con el móvil apagado, y el hijo al que crió ya no está a su lado. Él siempre está del lado de su esposa. Siempre.






