¡Ni idea! En el registro figura usted como padre, venga por los gemelos.”
Tres años después del divorcio, de repente me convertí en padre de dos bebés recién nacidos. Culpa mía, ¡haber hecho el divorcio legalmente! Pero resultó ser una suerte…
Con Elena estuvimos casados diez años. Teníamos dos hijas seguidas, Carmen y Lola. Todo bastante normal: trabajo de día, familia por la tarde, pero nuestra madre empezó a llegar tarde a menudo. Ya fuera que se acercaba a una amiga, o que había cola en el súper, o mucho trabajo… Al final, unos “amables” conocidos me dejaron caer que Elena tenía un amante.
Yo, como es lógico, no me lo callé y le planté cara. Elena enseguida salió a la defensiva, y como todos saben, la mejor defensa es un buen ataque. Decía que yo no le hacía suficiente caso, que ya no se sentía mujer, que las tareas domésticas le ocupaban todo el tiempo y que las niñas, las niñas, claro está, solo me querían a mí… Total, que armó un follón y anunció que se iba con el amante. Y se fue, de verdad se fue, dejándome a las niñas conmigo.
Carmen y Lola al principio no entendían dónde había ido mamá, pero luego se acostumbraron. Justo entonces me ofrecieron un ascenso en otra ciudad, dirigir una nueva delegación, pues acepté. Las niñas y yo hicimos las maletas, todo pasó muy rápido, así que al mudarnos, no había formalizado el divorcio con Elena.
En el nuevo trabajo conocí a una mujer encantadora, Clara. Era de mi edad y también criaba sola a dos hijas. Sin pensarlo mucho, nos fuimos a vivir juntos y formamos una gran familia. Nuestras hijas tenían casi la misma edad, y por las tardes la casa era un alboroto constante: unas veces jugaban todas juntas, otras veces se peleaban por cualquier tontería, ¡un auténtico parvulario, palabra! Clara y yo estábamos encantados con las chicas, pero en secreto intentábamos tener un hijo juntos, aunque por algo, no había manera.
Para cuando llegó la extraña llamada, Clara y yo llevábamos ya dos años viviendo juntos y casi habíamos perdido la esperanza de tener un hijo… Bueno, pues no será, criaremos chicas. Y ahora, lo de la llamada.
Por el número en el móvil vi que era una fija de mi ciudad natal:
— ¿Nicolás Martínez?
— Sí, dígame.
— Tengo una mala noticia… Su esposa Elena Ruiz, lamentablemente, no salió del coma y ha fallecido hoy. Venga a por los niños, les dan el alta mañana, y sobre lo de Elena Ruiz, se lo explicaremos mañana mismo.
— ¿Esto es una broma? No he visto a Elena Ruiz en tres años y mis hijos con ella están aquí mismo conmigo.
— ¡Ni idea! En el registro figura usted como padre, venga por los gemelos.
Del otro lado colgaron. Desconcertado, busqué el número desde donde habían llamado: era, efectivamente, el número del hospital maternal de nuestra ciudad.
Clara me miraba con los ojos como platos y tampoco entendía nada, había oído toda la conversación. Hicimos las maletas rápido, dejamos a las niñas con los abuelos y nos fuimos a averiguar qué diantres había pasado con mi exmujer.
En la puerta del hospital nos encontramos con una amiga de Elena. Fue ella quien nos contó que el amante abandonó a mi exmujer en cuanto ella le contó lo del bebé. El embarazo fue difícil para Elena, gemelos al fin y al cabo, y al final pasó algo muy malo… A los niños los salvaron enseguida, pero su madre cayó en coma y a los días falleció. Había que registrar a los gemelos después del nacimiento, pero la madre, en ese estado, no podía dar los datos actualizados, así que los inscribieron con los datos del Registro Civil, donde yo aún figuraba como su esposo, convirtiéndome automáticamente en el padre.
La amiga, llorando después de contarlo, prometió ayudar si hacía falta y se fue. Clara estaba a mi lado apretándome la mano con todas sus fuerzas.
— Clara, ¿pero qué haces?
— Nico… Nos los vamos a llevar con nosotros, ¿verdad?
Se notaba que Clara estaba disimulando una alegría enorme y una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿A quién? ¿A los gemelos?
— ¡Sí, sí, sí…! Por favor, anda… ¡Y si nosotros nunca conseguimos tener los nuestros, y aquí tenemos dos, listos!
— Clara, no son juguetes para hablar así… No sé yo…
— ¡Nico, que lo digo muy en serio! ¡Y las chicas van a estar locas de contentas! ¡Para las tuyas encima son hermanos de sangre por parte de padre…! Venga, Nico…
En resumen, no me resistí. Recogimos a los gemelos y dimos el último adiós a Elena como correspondía.
Las chicas gritaron de felicidad cuando vieron a sus hermanitos, y no paraban de preguntar cómo no se habían dado cuenta del ‘barriguito’ de mamá Clara.
¡No sé nada, pero en la sección ‘padre’ estás mencionado, ven a reclamar a los gemelos!
