¡No sé nada, pero en la sección de ‘padre’ estás señalado, ¡llevas a los gemelos!

“¡No sé nada, en el apartado ‘padre’ aparece usted, recoja a los gemelos!”
Tres años tras el divorcio, de repente soy padre de dos bebés varones. Culpa mía, ¡debí tramitar el divorcio legalmente! Pero resulta que fue una bendición…
Con Elena estuve casado diez años. Teníamos dos hijas seguidas en edad, Sofía y Lucía. Todo normal: trabajo de día, familia por las tardes, hasta que mi esposa empezó a demorarse. Que si veía a una amiga, que si colas en el supermercado, que si exceso de trabajo… Finalmente, “bondadosos” conocidos me contaron: Elena tenía un amante.
Naturalmente, la confronté. Ella contraatacó -la mejor defensa es un buen ataque-. Alegó mi falta de atención, que la rutina la consumía, que las niñas solo me preferían a mí… Tras gritar, anunció que se iba con su amante. Y así fue, abandonando a las pequeñas conmigo.
Sofía y Lucía tardaron en entender la ausencia materna, pero se acostumbraron. Mi empresa me ofreció dirigir una sucursal en otra ciudad. Acepté. Marchamos tan pronto que olvidé el papeleo del divorcio.
En el nuevo trabajo conocí a Beatriz Fernández. Ella también criaba sola a dos hijas. Al poco, compartimos piso en Alcalá de Henares. Las cuatro niñas de similar edad llenaban el hogar de fiesta y barullo. Nos encantaba verlas, aunque en secreto anhelábamos un hijo varón. Sin éxito.
Dos años después, resignados ya, recibí una llamada extraña desde el hospital comarcal de Ciudad Real:
—¿Carlos Ruiz?
—Dígame.
—Triste noticia… Su esposa Elena García nunca salió del coma y hoy falleció. Venga por sus hijos, mañana les dan el alta.
—¿Broma? Hace tres años que no veo a Elena. Mis hijas están aquí.
—¡No sé nada, en el apartado ‘padre’ aparece usted, recoja a los gemelos!
Colgaron. Beatriz, pálida, había escuchado todo. Dejamos a las niñas con sus abuelos y enfilamos hacia Ciudad Real.
A la entrada de la maternidad, una amiga de Elena nos lo aclaró: su amante la abandonó cuando supo del embarazo. El parto de gemelos fue complejo. Los bebés sobrevivieron, pero ella entró en coma irreversible. Al registrar a los recién nacidos, el Registro Civil nos identificó como matrimonio vigente, haciendo que yo figurase de padre.
Mientras la amiga hablaba entre sollozos, Beatriz me apretó la mano con fuerza.
—¿Qué ocurre, Beatriz?
—Carlos… los adoptamos, ¿verdad?
Su disimulada sonrisa delataba esperanza.
—¿Los gemelos? Pero esto no son juguetes…
—¡En serio! ¡Y las niñas se volverán locas! Tendrán dos hermanitos de sangre. ¡Por favor!
No pude negarme. Recogimos a los gemelos, dimos el adiós a Elena y volvolvimos. Las niñas gritaban de alegría por sus hermanos nuevos, preguntándose ¡cómo no vieron la «barriga» de la mamá Beatriz!

Rate article
MagistrUm
¡No sé nada, pero en la sección de ‘padre’ estás señalado, ¡llevas a los gemelos!