No sabía de su existencia hasta hoy. No puedo dejarla en un hogar infantil. Ella es mi hija,” dijo el esposo.

**Diario de un Hombre**

No sabía de su existencia hasta hoy. No podía dejarla en un orfanato. Es mi hija.

Esa tarde, Lucía cocinaba la cena tarareando una canción. Por fin iba a darle la noticia a Adrián. Llevaban diez años juntos. Al principio no quisieron apresurarse con un hijo, les bastaba estar solos. Lucía quería trabajar, ganar experiencia.

Había conseguido un empleo en una empresa prestigiosa y prometió que no planeaba ser madre pronto. Era un buen trabajo, con posibilidades de ascenso. Se esforzó, destacó y pronto subiría de puesto. El sueldo era bueno, y la baja maternal sería generosa. Ahora sí era el momento. Pero no fue tan fácil. Los análisis decían que todo estaba bien, tanto en ella como en Adrián.

“Tengan paciencia—les dijo la doctora—. Esto pasa. Han logrado mucho profesionalmente, han gastado energías y nervios. Relájense, no obsesionen. Vivan, descansen. Todo llegará”. Le recetó vitaminas y les sonrió.

Por fin, Lucía quedó embarazada. No lo creyó al principio, pensó que era error. Compró dos pruebas más, pero las rayas seguían allí. Esperó una semana, incapaz de aguantar más, fue al hospital. ¡Tendrían un hijo! Esa noche lo celebrarían.

Mientras freía la carne, se escuchaba a sí misma. Sabía que era pronto para sentir algo, pero le parecía notar esa vida creciendo dentro. Se levantaba la camiseta frente al espejo, pero su vientre seguía plano.

Apagó el fuego hace rato, el agua del hervidor se enfriaba, y Adrián no llegaba. No contestaba al teléfono. Por fin, la puerta se abrió. Por los pasos, supo que no venía solo. El plan se arruinaba, tendría que guardar la noticia. Ese momento era solo para ellos dos.

Suspiró y salió al recibidor. Su sorpresa fue ver a una niña de unos diez años, con mirada testaruda y recelosa. Detrás, Adrián bajó la vista.

“Perdón por el retraso, fui a buscar a Martina”, dijo.

“¿Quién es? ¿Por qué la traes? ¿Por qué no me avisaste?”, las preguntas brotaron solas.

“Hablemos adentro. Te lo explico”, respondió Adrián, guiando a la niña.

Lucía los siguió. En el salón, se sentaron en el sofá. Ella prefirió una silla, para ver sus rostros. Martina la miró con indiferencia y volvió la cabeza hacia la ventana.

“Es Martina. Mi hija”, dijo Adrián, con voz firme pero culpable.

“¿Tu hija? No entiendo.”

“Lo supe hoy. Me llamó su abuela. Está grave, va al hospital. No tiene a nadie más.”

“¿Y cómo sabes que es tuya?”, preguntó Lucía, incrédula.

Adrián dudó un instante. “Todo encaja. Podemos hacer la prueba, pero estoy seguro. Mientras su abuela esté ingresada, se queda con nosotros.”

Lucía se levantó y fue a la cocina. Todo en ella se rebelaba, pero no podía echar a una niña a la calle. “Serán solo unos días. Esto es un sueño, no puede ser real.” Adrián y Martina entraron a cenar. Ella sirvió la comida sin probar bocado. La niña apartó la carne.

“¿No te gusta?”, preguntó Adrián.

Martina negó. “Me gustan los macarrones con salchichas.”

“Pues lo siento. Tu padre no avisó que vendrías”, dijo Lucía, con sarcasmo.

“Lucía, basta”, la reprendió Adrián.

Ella salió, oyendo cómo hablaban, cómo él lavaba los platos por primera vez en años. Cuando entró a la habitación, ella miraba por la ventana, brazos cruzados. Él intentó abrazarla, pero lo rechazó.

“Es hora de dormir”, dijo Adrián.

Lucía sacó las sábanas y tendió el sofá. Martina los observaba desde un rincón. Al acostarla, se encerraron en la cocina. Él le contó sobre la madre de Martina.

“Terminamos antes de conocerte. No la vi más… hasta hoy.”

“¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué decidiste sola?”, quiso gritar que esperaban un hijo, pero calló.

“Estaba en shock, Lucía. No podía dejarla. Su abuela está muriendo. ¿Qué iba a hacer? ¿Meterla en un orfanato? Es mi hija.”

“No lo sabes seguro.”

“Haré la prueba. Mientras, se queda.” Su tono no admitía discusión.

Esa noche, Lucía le dio la espalda. ¿Cómo iban a estar bien con una extraña durmiendo ahí, quizás la hija de Adrián? Quería llorar. Su vida cambió para siempre.

Los días pasaron, la tensión creció. Martina evitaba a Lucía, se encerraba con su tablet. Ella buscaba refugio en la cocina, la rapresa hervía. ¿Por qué ahora, justo cuando al fin estaba embarazada?

Un sábado, Adrián salió temprano al taller. Lucía cocinó y propuso pasear. Martina se vistió en silencio. En el parque, la niña se apartó de los demás niños.

De pronto, Lucía sintió náuseas. Fue tras unos arbustos. Al volver, Martina había desaparecido. Las otras madres no vieron nada. Corrió, llamándola, pero era como si se la hubiera tragado la tierra.

“¿Cómo pudiste perderla de vista? ¡Dime dónde buscarla!”, gritó Adrián al llegar.

“¡No me grites! ¡No soy su niñera! Es mayor, solo me distraje un minuto. Llévala contigo la próxima vez.”

“¿No es su niña?”, una mujer se acercó, llevando de la mano a Martina.

Lucía la reprendió, pero Adrián la detuvo. “¿Por qué te fuiste?”

“Vi a mamá… la seguí. Pero no era ella”, dijo Martina, con lágrimas.

Lucía sintió un dolor agudo en el vientre. Subiendo las escaleras, se dobló, gritando. Adrián llamó a la ambulancia.

“¡Amenaza de aborto! ¡Al hospital, ya!”, dijo el médico.

“¿Aborto? ¿Estás embarazada? ¿Por qué no me lo dijiste?”, preguntó Adrián, desconcertado.

Lucía no pudo responder. En el hospital, la noticia fue peor: no pudieron salvar al bebé.

“Es por ella. Si no fuera por Martina, nuestro hijo viviría”, lloró Lucía, pidiéndole que se fuera.

A los dos días, volvieron a casa. El rencor hacia Martina ardió más fuerte. Adrián dividía su atención, y la niña se vengaba: rompía cosas, la empujaba cuando él estaba cerca. Lucía lloraba a escondidas.

Hasta que la abuela llamó. Se recuperaba, extrañaba a Martina. La niña se fue, y por fin, Lucía respiró. Cocieron juntos, rieron, Adrián fue otra vez solo suyo.

Pero la sombra de Martina seguía allí. Una semana después, regresó. Lucía volvió a cerrarse en sí misma.

“No soporto más. La amo a Adrián, pero su hija… ¿Será así para siempre?”, le confesó a una amiga.

“Eres una adulta, ella es una niña asustada y sola. Perdió a su madre, pronto perderá a su abuela. Solo le queda Adrián. Decide: aceptarla o perderlo.”

Lucía se rebeló, pero al saber que estaba embarazada de nuevo, no tuvo opción. Para que su hijo tuviera padre, debía tragarse su orgullo.

Poco a poco, intentó acercarse. Ayudaba con las tareas (Martina ignoraba las correcciones). Cocinaba sus platos favoritos. Le regaló un libro, que al principioCon el tiempo, Martina comenzó a llamarla “mamá”, y Lucía, al sostener a su hijo recién nacido mientras veía a la niña cuidar de su hermanito con ternura, comprendió que el amor, aunque llegue tarde y a su manera, siempre encuentra un hogar.

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No sabía de su existencia hasta hoy. No puedo dejarla en un hogar infantil. Ella es mi hija,” dijo el esposo.