-Lo que no quieres es ayudar a tu hermana, después de su divorcio le está costando superarlo – reprochó la madre.
Las dos hermanas estaban sentadas alrededor de una mesa redonda en casa de su madre, escuchando sus quejas.
-¡Tu Javier es todo un mimado! – aseveró sin tapujos María Consuelo. – Trabaja en el norte y trae a casa solo cuatro perras.
-Mamá, ¿para ti dos mil euros no son dinero? – preguntó molesta la hija menor, Valentina.
−A mí qué más me da. Lo importante es que pueda mantenerte – respondió la madre mientras apretaba los labios de frustración.
-Y lo hace – aseguró la joven, frunciendo el ceño.
−No lo veo. Ayer me pediste doscientos euros prestados – recordó María Consuelo. – No puede mantenerte, mejor divorciate. Busca a alguien que sí pueda. Además, con solo mirarlo se nota que está loco de atar.
-Mamá, creo que te estás pasando – dijo Gala, que hasta entonces había estado callada, decidiendo apoyar a su hermana.
-¿No estoy diciendo la verdad? Feo y pelirrojo, encima cecea – comentó la mujer con una sonrisita, rodando los ojos. – Te mereces algo mejor, Valen. Mientras sea a tiempo, debes divorciarte – añadió, dirigiéndose a su hija menor.
−Mamá, Javier tiene manos de oro. Además, la belleza no lo es todo – intervino Gala al ver cómo su madre presionaba a su hermana.
María Consuelo apretó los labios y miró con desprecio a su hija mayor, quien, en su opinión, se entrometía donde no la llamaban.
-Tú, que vives sola a tus treinta y tantos, no me vengas con consejos – zanjó la madre, apartándose de Gala. – A los cuarenta vas a aceptar al primero que pase…
Valentina escuchaba en silencio a su madre y su hermana, mirando de una a la otra con una expresión indiferente.
−Lo elogias sin razón. Un piso de un dormitorio en una barriada, un coche de segunda mano… No hay nada de lo que presumir – aseguró María Consuelo con altivez.
-Valen, ¿qué piensas? – preguntó Gala a su hermana, que seguía en silencio. – ¿Tienes alguna opinión?
−No lo sé, quizás mamá tenga razón – murmuró la joven, que al principio defendía a su marido, pero ahora parecía rendirse ante la opinión de su madre. – Justo me dijo que debería buscar trabajo…
-¡Lo ves! – exclamó María Consuelo, cruzando los brazos sobre su abdomen. – Ya ha llegado a eso. ¡Qué miedo pensar en lo que vendrá después!
-¿Por qué debería Valen no trabajar y quedarse en casa? Pocos pueden permitirse ese lujo. Me sorprende que Javier no la haya animado antes a trabajar – expresó su opinión Gala.
-No entiendo por qué lo defiendes tan apasionadamente. ¿Te gusta para ti? – inquirió la mujer, mirando fijamente a su hija.
-Es que temo que con tanta presión le arruines la vida a mi hermana – explicó la chica con tono calmado.
−Ya no es asunto tuyo – replicó furiosa María Consuelo. – Vienes a dar consejos. Valen merece algo mejor. Si la amara, haría todo para que no le faltara nada. Y bueno, si al menos Javier llamara la atención físicamente, pero no tiene ni buena presencia ni dinero…
Valentina, boquiabierta, se sentó a la mesa, escuchando cada palabra de su madre con atención.
Las advertencias de María Consuelo calaron. Muy pronto, Valentina comenzó a reclamarle a Javier.
-¿Crees que ganas lo suficiente? – le preguntó a su marido.
−Normalmente, ¿por qué?
−No lo creo – negó Valentina con la cabeza. – Creo que deberías buscar otro trabajo.
-¿Otro? Yo estoy bien así – contestó el hombre con indiferencia, aunque algo cauteloso.
−¡Pues yo no! – exclamó categóricamente la mujer. – El piso es pequeño, el coche viejo… No hay nada de que presumir con los vecinos.
-Curioso, antes estabas contenta – respondió pensativo Javier. – ¿Qué cambió?
-No es eso, simplemente ahora te veo de otra manera. Antes mis emociones me cegaban, ahora veo las cosas como son – se justificó Valentina.
-De acuerdo – contestó el hombre sin mostrarse afectado, pensando que ella se calmaría.
Sin embargo, incitada por María Consuelo, Valentina continuó presionando a Javier.
-Escucha, me está molestando tu inconformidad – refunfuñó el hombre entre dientes. – He escuchado, pero no puedo cambiar las cosas.
-Necesito un marido que no se estanque, que busque avanzar – expresó Valentina con pesadez.
-Perdona que no sea así – respondió Javier con frialdad, abriendo el armario del dormitorio, donde estaban las cosas de su esposa. – ¡Recoge tus cosas!
−¿Adónde se supone que debo ir? – preguntó sorprendida la chica, arqueando las cejas.
−Al lugar con un piso nuevo y un coche importado – declaró insensible el hombre. – Nunca me perdonaría si vivieras toda tu vida con un fracasado como yo. Estoy seguro de que un día tendrás suerte y encontrarás a alguien que te colmará de oro y joyas. Lamentablemente, yo no puedo…
María Consuelo fue la primera en enterarse de que Javier había echado a Valentina de casa.
-¡Maldito! ¿Quién diría que sería capaz de algo así? No debiste casarte con él – clamaba la madre, lanzando maldiciones hacia su yerno por su vil acción.
−Solo le pedía que evolucionara y ganara más – decía Valentina, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
-¿Qué hay que hablar de él? Un patán, en España o donde sea sigue siendo un patán. No te preocupes, encontrarás a alguien mejor y Javier se arrepentirá, arrastrándose a tus pies – alentó María Consuelo a su hija.
Desplazada de su piso y sin esposo, Valentina se fue a vivir al hogar materno, en su antigua habitación.
-¿Qué harás ahora? – preguntó Gala a su hermana al llegar tras ser llamada por su madre.
-Nada – respondió la joven indiferente, sumergida en su teléfono.
-¿Has pensado en trabajar? – insinuó claramente la hermana mayor.
−No lo he pensado. ¿Para qué? Simplemente encontraré a un hombre más rico que Javier – contestó Valentina con naturalidad.
−¿Por qué insistes con tu hermana? Ha pasado por un gran estrés; déjala descansar – defendió María Consuelo a su hija menor.
Durante dos meses, la mujer cargó con el peso de su hija holgazana en el sofá.
Pero pronto se dio cuenta de que sola no podría, así que llamó a Gala para pedirle que ayudara.
Después del trabajo, la chica fue a ver a su madre, pensando que algo urgente ocurría.
-¿No puedes ayudar a tu hermana? – le reprochó María Consuelo.
-¿En qué?
-No en qué, sino cómo – corrigió la madre. – Económicamente, nos está costando.
-¿Quién te obligó a influenciar a Vale para que se divorciara? – replicó Gala sorprendiendo a su madre con la pregunta. – No te hubieras metido, y todo estaría bien.
-¿¡Cómo te atreves!? – exclamó María Consuelo llevándose la mano al pecho. – ¡¿Cómo te atreves a decir algo así?! ¡Javier es un tonto, un cabrón y un cobarde! No pudo con alguien como Vale, así que se rindió. Sabes qué, sal de aquí antes de que me arrepienta. ¡No te quiero ver más! En vez de ayudar, nos juzgas.
Valentina salió con paso seguro de su habitación al oír los gritos. Al ver a su hermana, se plantó con las manos en la cintura.
-¿Defiendes al que me echó a la calle?
-Tú misma te lo buscaste. No escuches tanto a mamá…
-¿Ahora intentas darme lecciones? ¿Te crees más lista? ¿Por qué, entonces, sigues soltera? – gritó Valentina.
Gala sacudió la cabeza, escuchando las rabietas de su madre y hermana, y se dirigió a la salida.
No tenía interés en seguir relacionándose con sus familiares. Al igual que Valentina y María Consuelo tampoco mostraron interés.