No quería, pero lo hice
Fumar nunca fue lo mío, pero Marina estaba convencida de que le ayudaba a tranquilizar los nervios, por obra y gracia de los consejos de su amiga Rocío, que se fundía cigarrillos como si fueran pipas en las fiestas del pueblo. Allí estaba Marina, en el patio de la casa que heredó de su abuela, mirando la calle principal de Valdeolivas, como quien espera un milagro. Los pensamientos le llovían oscuros y espesos: últimamente, su vida se había llenado de líos tremebundos.
Marina vivía sola en esa casa; sus padres, buena gente, estaban en el pueblo de al lado, a siete kilómetros cuesta arriba. Ella había insistido en independizarse, aunque sea la palabra más temida por madres y abuelas de toda Castilla. Te lo pintan bonito con veintitrés años y un contrato en Correos, pero ya ves tú.
No terminó ni el cigarro, lo apagó con fastidio y lo lanzó con arte al seto:
Menuda tontería fumar, Rocío lo dice todo el rato, pero a mí me deja peor se dijo mientras se abanicaba con la mano.
En ese preciso instante, pasó por la calle el coche nuevo del guardia civil del pueblo, don Sergio, recién trasladado de la comandancia de Tarancón. El gossip ya había corrido por toda la oficina, porque en Correos uno se entera de todo antes que el telediario. Al ver que se le iba la tarde y el monte se echaba encima, Marina entró en casa: tenía que preparar una faena peliaguda esa noche…
La tarde anterior en la oficina fue un festival, como siempre que a la semana siguiente llegan las pensiones. Ana María, veterana entre veteranas, miró el reloj con sabiduría de quien ha visto mucho sobre mostradores de madera.
Mañana esto será feria de ganado, hoy disfrutad del silencio anunció Ana María, para quien Correos es segunda casa desde tiempos de la movida madrileña.
Treinta años llevo yo aquí, y me conocen hasta los carteros comerciales. Ni sé dónde me vería si no fuera por este mostrador.
Eso dice mi madre, tía Ana, que la oficina sin ti sería como la iglesia sin el cura solía decir Rocío, porque lenguaraz no le faltaba.
Anda, anda, que todo el mundo es sustituible, yo me iré a misa, y otro vendrá aseguraba Ana María, aunque nadie la creía.
Entró doña Carmen, vecina regordeta y siempre sofocada por la temperatura:
Buenas tardes, qué calor tremenda, hijas resopló, Mi vecina, la abuela Pilar, quiere renovar la suscripción de ese dominical que tanto le gusta. Aprovecho ahora que mañana salimos al Mediterráneo, nada menos que a Mallorca… Ella no puede moverse y se le pasan los días leyendo revistas, así se le va la vida.
Uy, doña Carmen, qué valor volar tan lejos. Mallorca, qué envidia… ya subirás fotos, ¿no?
Carmen prometió bañador nuevo y selfies en las redes, y salió dando vueltas al pelo.
¿Pero cuánto cuesta irse en familia a Mallorca? farfulló Rocío con los ojos como platos.
Bueno, dinero tienen, que su marido cultiva más tierra que toda la provincia sentenció Ana María.
Marina estaba callada en su rincón con el ordenador, pero lo oía todo. Observaba, medía, pensaba.
Al rato entró Sergio, el guardia civil, con ese aire campechano de los de uniforme:
Buenas, me tiene que llegar un aviso, ¿me lo miráis? preguntó a Rocío, pero al ver a Marina se quedó tan parado que parecía buscar la procesión.
Aquí sí que hay bellezas en el correo, pero oye, qué pena de cara tan triste…
Ana María le susurró el motivo:
Marina acaba de perder a su novio no hace mucho…
Vaya… murmuró Sergio.
Tres semanas atrás, Marina quedó destrozada: su novio, Andrés, apareció muerto en los alrededores de Huete. Decían que era jugador de póker clandestino. Marina, ni idea. La guardia civil no encontró culpables, pero una noche la visitaron dos tipos del pueblo grande. Resulta que Andrés les debía una pasta.
Tu novio nos dejó colgados con un buen pico.
Pero ha fallecido… susurró Marina, temblando.
Sí, pero los números siguen vivos, bonita. Tendrás que saldar su deuda de 3.000 euros espetó el tal Javi, cara de pocos amigos.
¿Que de dónde saco ese dinero? ¿Del aire fresco?
Eso es tu problema ladró Javi, y tú, que trabajas en Correos, sabes quién tiene dinero aquí. Piensa. Nada de guardia civil, que te enteras de lo que es el susto.
Le dieron un juego de ganzúas y se largaron. Marina se quedó más helada que un polo en febrero, sangre golpeteando en las sienes.
A la noche siguiente, Marina decidió hacer lo impensable y se coló en la casa de Carmen, que estaba ya tostándose en Mallorca. Sin perro y con el portón alto, pero la urgencia puede más. Entró a la casa como quien roba tiempo al reloj, ganzúa en mano.
La adrenalina le golpeaba fuerte el corazón. Sintiéndose fuera de la ley, rebuscó en todos los rincones, mientras la luz de la farola hacía sombras de película en la pared.
Madre mía, ¿qué estoy haciendo? pensaba, sudando sin el sol de Mallorca Andrés, qué desastre has dejado, ahora yo tengo que empeñarme y pasar por esto…
Encontró solo 150 euros, una sortija y una pulsera de oro en el cajón, y el portátil de la familia sobre la mesa.
Volvió a casa y escondió el botín bajo unas mantas viejas, en el arcón de la abuela. Esa noche no pegó ojo: la cabeza como un bombo, el miedo un runrún constante. Al día siguiente fue a Correos peinada a medias, como quien arrastra la vida.
A mediodía, en la cafetería del pueblo, apareció Sergio frente a ella.
Buenas, ¿te asusté? Si es que tenemos el mismo horario… dijo él, con sonrisa pícara.
Buenas… respondió Marina, preguntándose si el uniforme olía a crimen.
Sí, contigo me iba a esperar prosiguió Sergio, guiñando un ojo.
Ella se calmó viendo que bromeaba, y así empezó para ellos una rutina de cafés y cenas, de paseos y confidencias. Acabaron juntos antes de que los rumores saltaran por la plaza:
Mira que ha sido rápida la Marina, le ha quitado el guardia a la Tania en un santiamén se quejaba la cotilla del pueblo.
Anda que no, si está claro que están enchochados, así es la vida.
La relación fue viento en popa, pero Marina no dormía tranquila: los matones vendrían en dos días a por el dinero. ¿Y si pillaban a Sergio allí metido por casualidad? Decidió sincerarse.
Sergio, te tengo que confesar algo… empezó temblando.
Yo también te quiero mucho… soltó él, bromeando.
No, es que no es eso…
Sergio la escuchó serio, los ojos de asombro mezclados con preocupación. No podía creer que la mujer que le había conquistado se hubiese metido en tal lío. Pero la entendió: la presión había sido tremenda.
Ay, Marina… estas cosas no se pueden callar. ¿Dónde has guardado todo?
Ella le entregó la bolsa. Él la tranquilizó, le prometió ayuda. Dos noches después, la amenaza cumplió y Javi apareció a la puerta, junto a su compinche.
No he encontrado el dinero, dadme más tiempo rogó Marina.
Javi, con poco humor, la agarró del brazo y le rompió la blusa. Pero antes de que pudiera proseguir, Sergio y el otro agente le metieron esposas a ambos. Todo quedó zanjado.
Ya está, tranquila, dijo Sergio, ellos van a tener tiempo para pensar en sus pecados.
Marina confesó todo en comisaría, la investigación cerró el círculo y resultó que los matones eran quienes mataron a Andrés. La familia de Carmen recuperó todo lo robado y la indiscreción quedó callada.
Sergio le pidió matrimonio a Marina y celebraron una boda sencilla, con amor suficiente para curar todas las heridas. Ahora crían a su hija Almudena en la vieja casa de la abuela, donde todo empezó, con más alegría y menos nervios que antaño.







