NO PUEDO CREERLO

No puedo creerlo. Aún recuerdo, como veinte años atrás, cómo girábamos al compás de un vals. ¿Te viene a la mente nuestro último encuentro? Fue el baile de fin de curso del instituto. También bailamos aquel vals, y la alegría flotaba como perfume en el aire. Me perdía en la profundidad de tus ojos, de un azul que parecía el cielo de los años de la infancia. Esa noche quise confesarte lo que llevaba tiempo guardando: que pronto seríamos padres. Cuando lo dije, te enfureciste y, con voz cortante, me lanzaste:

Aún es muy pronto para pensar en eso. Espera tu tiempo.

Me sentí como quemada por una hoguera. Sabía que no era el momento, pero ¿qué podía hacer? El destino no ofrecía otra salida y nos separamos. El recuerdo de ti perduró largo tiempo; mi corazón quedó herido, hecho trizas. Sabía que jamás te arrepentirías, que no verías la luz del razonamiento. Tenías el carácter de piedra, y eso, paradójicamente, era lo que más me fascinaba.

Las compañeras del instituto me mantenían al tanto de tu vida. Supe que te habías casado, que tenías dos hijos ya adultos y que estabas divorciado. También supe que asistías a todas las reuniones de antiguos alumnos, siempre preguntando por mí, mientras tú mismo nunca habías vuelto a cruzar conmigo. Yo nunca había ido a esos encuentros; el temor me dominaba. Temía mirarte a los ojos y perderme en ellos, hundirme sin remedio. Ese miedo me acompañó durante una década.

Entonces apareció él. Me lancé al matrimonio sin sentir nada más que gratitud. Él lo comprendió y no me presionó. Adoptó a mi hija como si fuera su propia sangre. Le puse a la niña el nombre de Amor, porque ningún otro nombre me parecía apropiado; su cabellera, tan rizada, recuerda a la tuya. Mi esposo me ama; lo siento en cada célula. Sus gestos, sus palabras y hasta su mirada transmiten ternura. Cinco años después, descubrí que me había enamorado de él, de mi propio marido. Supo, sin decirlo, abrazar mi alma con una palabra y convertirse en mi ancla de salvación, hallando la llave que abría mi interior. Así, entré sin miedo en la casa de la comprensión y el cariño. Nadie podrá irrumpir en nuestro amor.

El amor todo lo salva, Val. Tú nunca me amaste; para ti solo fui una diversión juvenil. Así termina la historia que retumba en mi memoria.

¿Y tú, Val, cómo va la vida? pregunté, intentando romper el silencio.

Ay, Maravilla vivo como quien lleva el traje sin chaqueta. Todo desordenado, sin riendas. Los hijos andan por su cuenta, cada uno con sus preocupaciones. Yo estoy solo, y a menudo recuerdo tus pasos

Mirando atrás, mi marido y yo tenemos tres niños: una niña y dos gemelas de seis años. ¿Te acuerdas de tu mejor amigo, el tío José Ulloa?

¿Ulloa? Claro que sí. Fue mi único amigo, pero después del instituto cortó todo contacto. No respondía a mis llamadas, evitaba los encuentros no sé qué habrá sido de él.

Valentín, vayamos a la ventana. Mira el patio del colegio.

Valentín se asomó al ventanal y no pudo apartar la vista del paisaje que se extendía bajo sus ojos.

Lo entiendo, Maravilla. Ya lo entiendo Qué enredos del destino

En el patio del instituto, bajo la sombra de los viejos álamos, estaba José Ulloa sujetando de la mano a dos pequeñas. A su lado, una joven de unos veinte años, con los ojos tan azules como los tuyos.

¡Adiós, Valentín! Tengo que volver con mi familia dijo ella.

Maravilla, ¿por qué decidiste venir a la reunión este año? le preguntó él.

He dejado de temer, Valentín. Al verte, mi alma queda en silencio, pero el corazón habla.»

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NO PUEDO CREERLO