—No olvides que vives en mi piso y aquí has pasado toda tu vida. —Vuelves a empezar. ¿Ahora me lo vas a reprochar hasta el día que me muera?

**Diario Personal**

«No lo olvides, vives en mi piso y aquí has pasado toda tu vida.»
«Vuelves a lo mismo. ¿Ahora me lo vas a echar en cara hasta que me muera?»

Teresa y Enrique llevaban diez años casados.

Teresa tenía una madre y un padrastro que la había criado desde los tres años.

Su hermano pequeño, Álvaro, tampoco era hijo biológico de su padrastro.

Solo su hermana pequeña, Natalia, era hija suya. Pero él nunca hizo distinciones entre ellos.

Cuando Teresa se casó y se fue a vivir con su marido, Natalia solo tenía ocho años.

Enrique se llevó bien desde el primer momento con el padrastro de su mujer. No era extraño, Nicolás Martínez podía hablar con cualquier niño del barrio como si fuera un igual. No le importaba si era un crío, un adolescente o un adulto.

Hablaba con naturalidad, encontraba temas en común.

De su suegra, Enrique tampoco podía decir nada malo, pero con Nicolás conectó al instante y empezó a llamarle «papá».

Su propio padre ya no estaba.

Su madre se había ido a vivir con su abuela porque enfermó. Se fue y nunca volvió. La casa se la dejó a su hijo.

Teresa y Enrique la reformaron entera. Nicolás les ayudó. La madre de Teresa refunfuñaba; no entendía cómo su hija podía mudarse de la ciudad a un pueblo.

Mamá, es un pueblo grande. Hasta hay edificios de cinco plantas en el centro.

Pero tú vives en una casa en las afueras, eso es el campo

Pasaron diez años. La familia creció con un hijo y una hija. Álvaro, el hermano de Teresa, decidió quedarse en la ciudad tras sus estudios, lejos de casa. Su hermana pequeña se casó. Como no tenían casa, empezaron a alquilar. El piso lo pagaban los padres de Natalia.

Que vivan con nosotros dijo Nicolás a su mujer.

No me opongo, pero tenemos que hablar.

¿De qué?

¿Por qué has cambiado de trabajo?

Ya lo hablamos. Los niños ya ganan su propio dinero. No puedo con dos trabajos, desde que enfermé todo es más difícil. Los gastos han bajado un poco.

Natalia necesita un piso.

Tiene marido.

No lo olvides, vives en mi piso y aquí has pasado toda tu vida.

Otra vez con lo mismo. ¿Ahora me lo vas a reprochar hasta que me muera?

¡Elige! ¡Hay que trabajar para pagarle un piso a nuestra hija!

¿Qué elección? ¿Trabajar o qué?

O te vas.

No puedo seguir así, lo sabes.

Pues pido el divorcio. Lárgate. Tienes una casa.

¿La casa? ¿La has visto? Mira en qué estado está después de tantos años.

No me interesa. Tú no quisiste venderla.

Nicolás Martínez recogió lo imprescindible en silencio.

Llévatelo todo o tiro el resto.

Hemos pasado casi toda una vida juntos, te jubilas el año que viene. Ya tengo sesenta y tres.

Tendrías que haberte buscado a una más joven. Fui una tonta al aceptar casarme contigo. No tenía opciones, ¿quién iba a quererme con dos hijos? Una carga.

¿Estás hablando de los niños? Me voy. El resto lo recojo en una semana. Aguanta

Mamá, ¿dónde está papá?

Sabes que no es tu padre de sangre.

¿Y qué más da? Él es mi padre, no tengo otro.

Nos hemos separado. Natalia y su marido se mudan a mi piso.

¿Qué? ¿Y dónde está papá?

En su pueblo.

¿Y Natalia ha aceptado echar a un padre enfermo allí? ¿Y tú cómo has podido?

¿Por qué te alteras tanto?

No es humano hacer algo así. ¿Lo sabe Álvaro?

No hace falta que lo sepa, está lejos. ¿Y vosotros a qué habéis venido?

Solo de visita, mañana nos vamos de vacaciones. Luego pasaremos por donde Álvaro, que está cerca.

¿Y qué queréis de mí? Necesito dinero para reformar, tu hermana y su marido se mudarán pronto, está embarazada. Así que no os daré nada. ¿Habéis traído a los niños? No tengo tiempo para cuidarlos.

No necesitamos nada. Tenemos dinero, los niños vienen con nosotros. No hemos venido por eso. ¿Cuándo pensabas decirnos lo del divorcio?

¿Para qué? Él solo es el padre de Natalia.

¿Cuando nos quería y nos mantenía era nuestro padre, y ahora es un extraño? No está bien, mamá

¡No eres quién para juzgarme! ¡Lo he dado todo por vosotros!

Enrique volvió a entrar en el piso. Había salido al principio de la conversación, cuando comprendió que Nicolás ya no estaba allí. Por suerte, logró llamarle. Nicolás no solía llevar el móvil, lo dejaba en casa, pero esta vez contestó.

Claro que no soy quién para juzgarte. Él sí lo dio todo por nosotros. El tiempo lo dirá.

Teresa, vámonos Enrique la tomó de la mano. Lo sé todo. Niños, a

Rate article
MagistrUm
—No olvides que vives en mi piso y aquí has pasado toda tu vida. —Vuelves a empezar. ¿Ahora me lo vas a reprochar hasta el día que me muera?