No naces bella, naces práctica.

Un martes cualquiera. Rocío me miraba como si hubiera descubierto América al revés.
—¡Leo, que no estás en tus cabales!— Golpeó la mesa con tanta fuerza que los pocillos temblaron.— Ese Sergio te toma por un felpudo. Hoy sí, mañana no, pasado cuando le conviene…

—No lo entiendes, Rocío— respondió Leonor, cansina, removiendo el café.— Sergio anda liado. Empresario, reuniones a punta de pala. Nos vemos cuando puede.

—¡Que le den morcilla a su empresa!— Mi amiga enrojeció de indignación.— ¡Treinta y seis años cumples, Leonor! ¿Hasta cuándo vas a ser el aeródromo de reserva?

Se encogió. Rocío siempre yendo de frente, sin paños calientes. Y razón no le faltaba. Pero qué púa más honda esa verdad.

—¿Qué alternativas tengo?— murmuró, mirando por el ventanal del bar.— Guapas hay para dar y regalar. Yo… soy corriente. Pero práctica. Sin broncas, sin exigencias, sin berrinches.

—¡Por el amor de Dios, escúchate!— Rocío le agarró la mano.— ¿”Práctica”? ¿Coso para limpiar barro? Carrera universitaria, trabajo de gestión, piso propio. Lista, leal, corazón de oro…

—Pero ni pizca de guapa— la interrumpió Leonor con risa agria.— Los hombres primero miran, bien lo sabes.

Rocío se desplomó en la silla, meneando la cabeza. Veinte años de amistad y aún desconfía de su valía. Como en la facultad: siempre tras bambalinas de chicas vistosas, siempre acomodándose, agradando, sin molestar.

—¿Te acuerdas de Álex de la uni?— preguntó Leonor de sopetón.

—Claro— Rocío se tensó. ¿A dónde iba esto?

—Me volvía loca por él. Tres años tras sus pasos, apuntes prestados, ayuda en trabajos. Ni me veía. Hasta que llegó ella… ¿Silvia Morena? Ahí sí empezó a rondarla.

—¡Eso fue en los tiempos de Maricastaña!— Rocío juntó las palmas.

—Para mí parece ayer— Leonor sonrió con tristeza.— Ahí aprendí la gran lección: las guapas lo tienen todo servido; las demás debemos ser útiles. Prácticas.

—Pero Álex acabó… ¿en qué? ¡Un enganchado al jerez sin oficio ni beneficio! Silvia se casó tres veces y tres divorcios ¿Dónde está ahora ella? ¿Dónde estás tú?

—Ellos viven— susurró Leonor.— Yo me adapto.

Sonó el móvil. Leonor miró la pantalla y se iluminó al instante.

—¿Sergio? Sí, libre estoy. Claro que voy. ¿En una hora? Vale, te espero.

Yo contemplé horrorizado cómo el rostro de mi amiga se transfiguraba: infantil alegría, dispuesta a correr a la primera.

—Leonor, no— susurré.— Dile que estás ocupada.

—Imposible— Ya recogía el bolso.— Tiene dos horas entre reuniones. Hace siglo que no coincidimos.

—¡Hace cinco días!

—Siglo— repitió terne y se alzó.

Yo me quedé mirando su silueta perderse entre la gente. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Cuándo se convirtió esta mujer brillante en apéndice de otros?

Antaño fue distinto. En la uni, aunque sin lucir tipo, era alma de la peña. Chistes, quedadas de senderismo, apuntes a quien lo pidiera. Los tíos la querían… no como mujer, sino como colega de brega. La llamaban “Leo, mi herma”. Y ella lo enorgullecía.

Al graduarse entró como analista en un banco serio, ascendió rápido. Piso comprado, coche. Sus padres ufanos: hija triunfadora. Pero el amor… jamás cuajó.

Su primer novio serio, con veintiocho. Adrián, compañero. Callado, formal, piedra de toque. Leonor feliz: un hombre que apreciaba su alma, no carnes.

Dos años juntos. Ella ya soñaba con vestido blanco. Hasta que Adrián conoció a la nueva becaria: jovencita, carita de ángel.

—Mira, Leo— tartamudeaba entonces—, tú eres increíble… pero con Gema siento algo diferente. Arrebato, vértigo…

—Conmigo paz, ¿no?— preguntó Leonor.— ¿Comodidad?

—Pues… sí— admitió él.— Quizá demasiada calma.

Ahí lo comprendió del todo: belleza da pasión; comodidad solo genera rutina. Y toda rutina acaba hastiando.

Tras Adrián vinieron otros ligues. Misma obra: hombre aparecía cuando iba mal— divorcio, despido, depresión. Leonor sanaba, cuidaba, apuntalaba. Al reponerse él, surgía alguna linda que se lo llevaba.

—Leo, tú me entiendes— soltó el último.— Contigo bien, falta eso… ¿sabes?… chispeo.

¡Vaya si entendía!

Y apareció Sergio. Empresario, divorciado, con hija adolescente. La casualidad los unió: ella le ayudó con una declaración impositiva.

—Gracias por el rescate— dijo él.— Eres una profesional. Y buena persona.

“Buena persona”, repitió Leonor mentalmente. Lo de siempre. Ni hembra, ni guapa: persona. Práctica, útil, cómoda persona.

Pero cuando Sergio propuso verse sin papeles, su corazón brincó. “¿Este sí me verá como mujer?”.

La primera cita fue encantadora. Sergio culto, caballeroso. Habló de su empresa, proyectos, hasta de
Hoy, mientras escribo estas palabras, mirando por la ventana la lluvia que limpia las calles de Madrid, pienso que Leonor al finamente se dio cuenta de que su valor no está en ser útil para otros, sino en ser plena para sí misma.

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MagistrUm
No naces bella, naces práctica.