¡No me derrumbé! La esposa perfecta
Mi amor me abandonó al saber que esperaba un bebé. Quizá no quise ver que su cariño no era tan profundo como creía. Ni él, ni sus padres, ni su hermana —mi gran amiga— quisieron conocer a su hija, nieta, sobrina. No reclamé nada. Cada cual eligió: él encontró otra compañera, yo di a luz sin un marido.
En su día, mi madre me advirtió: «Vete. Solo volverás si abortas». Ella me crió sola. No deseaba para mí ese destino. Tenía derecho. Pero jamás diré algo así a mi niña.
Seremos el apoyo mutuo. En nuestro hogar no habrá quejas por falta de dinero o ayuda masculina. Recién terminada la universidad, logré alojarme en una residencia estudiantil y conseguir un piso para familias. Con mi sueldo, compré muebles y utensilios. ¿Zumos o frutas para la embarazada? Con suerte, pan con leche. Hubo cansancio, lágrimas, noches en vela.
Pero rechacé la lástima. Sonreía. Sus amigos me visitaban. Hablaba bien de él, sin rencor. Necesitaba fuerzas para la vida que crecía en mi vientre. Una frase me marcó: *Nadie te debe nada*. Dura, pero cierta. ¿Por qué habrían de rescatarme si asumí la responsabilidad de dos vidas?
Valentina nació en diciembre. Recibimos el Año Nuevo juntas. Compañeros de clase venían, tocaban la guitarra, bebían té y se turnaban para lavar pañales. Vale ayudaba a su modo: comía, dormía y gorjeaba entre siestas. Decían que nuestra casa irradiaba alegría. Hasta que noté que uno venía más seguido y se quedaba hasta tarde.
Era amable, hábil y, por cierto, guapo. Javier, cuatro años menor. Puse candado a mi corazón, evité ilusionarme y disfruté cada instante juntos. Hasta que conocí a su madre. Ella pidió visitarnos y… al primer día me llamó «hija».
Ahora vivimos en otra residencia. Él ha reformado nuestra habitación. Dice que soy la esposa perfecta. Mi madre y yo nos reconciliamos; adora a su nieta. Los fines de semana vamos a Toledo, donde Vale se aferra a su otra abuela y pasan dos días inseparables.
Me estremece pensar: ¿habría logrado esto reteniendo a quien no me amaba? Tendría un marido indiferente, una suegra que me culpa, remordimientos y lágrimas nocturnas.
Dios me ha concedido mucho más de lo que jamás pedí.