– No logro entenderte, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿qué culpa tiene esa pobre niña? ¿Qué más da si es de otra mujer? Tú la vas a criar y ella te llamará mamá. Así ha sido, pero tú debes ser más sabia, si amas a ese hombre, ama también a su hija.

No te entiendo, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿qué culpa tiene la pobre niña? ¿Qué más da que sea de otra mujer? Tú la vas a criar, ella te llamará mamá. Las cosas han salido así, pero tienes que ser más sabia, si amas a tu marido, ama también a su hija.

A Javier le llamaron de servicios sociales para que recogiera a su hija biológica, una hija que nunca supo que tenía

María, siéntate, por favor. Tengo que decirte algo importante susurró Javier, conteniendo el aliento.

Hoy me han llamado del centro de acogida. Mi hija está allí María soltó un grito ahogado de sorpresa y preguntó:

¿Qué hija? ¿De quién? ¿Estás de broma? no podía creerlo.

Javier bajó la cabeza.

No, Mari, no es broma. Hace unos seis años, cuando nosotros acabábamos de conocernos, yo salía con Lucía. Cuando nuestra relación se puso seria, la dejé.

Un año después, Lucía me encontró y me dijo que había tenido una niña, Carla.

No lo creí, pero fui a verla y, sin necesidad de pruebas, era evidente que era mía. No sé qué pasó con Lucía, solo me avisaron y me preguntaron si quería llevármela o no.

La primera reacción de María fue gritar:

¡No quiero a la hija de otra! pero la mirada de Javier la hizo decir otra cosa:

Bueno, vamos a verla primero, juntos respondió con cautela.

Javier se alegró de su respuesta y, tras pensarlo, decidieron ir al día siguiente. María observó a la niña sin encontrar parecido con su marido. Carla, de cinco años, era menuda y delgada.

Llevaba un oso de peluche gastado y, cuando le preguntaban algo, escondía la cara entre su pelo. La verdad, a María no le cayó bien, aunque le daba pena. Quizá si no tuviera nada que ver con Javier, su corazón se habría ablandado, pero los celos por otra mujer ahora recaían sobre la niña.

Resultó que a Carla se la quitaron a Lucía, que llevaba una vida desordenada: bebía, salía hasta altas horas y apenas se ocupaba de su hija. Aún así, reveló quién era el padre, y ya no había vuelta atrás.

María vio la determinación de Javier de llevarse a la niña e intentó disuadirlo, pero él perdió la paciencia:

Si no puedes tener hijos, al menos quédate callada. Yo no voy a dejar a mi hija en un orfanato. Si no te gusta, márchate, yo me ocuparé.

A María le dolió oír eso, pero, por mucho que lo mirara, tenía razón. Él quería ser padre y ella no podía darle eso.

De joven tuvo problemas de salud y los médicos le dijeron que nunca tendría hijos. Además, amaba a Javier y no quería perderlo.

Era trabajador, no bebía, traía el dinero a casa Un hombre así lo buscarían muchas, y ella no estaba segura de encontrar alguien mejor.

Cuando Javier llevó a Carla a casa, le advirtió a su mujer:

Si la maltratas, no esperes compasión.

María, a regañadientes, empezó a cuidar de la niña. La bañó, la vistió con un vestido y le hizo trenzas, como si así aliviara su conciencia.

Carla era callada. Si no la tocaban, no se movía, sentada en un rincón, susurrándole a su osito.

Parece salvaje se quejaba María a las vecinas. Ni siquiera reconoce a Javier, solo contesta sí o no. A veces pienso que quizá tiene algo en la cabeza, tan callada que da miedo.

Las vecinas asentían compungidas. Javier también cambió. Antes llegaba a casa y la abrazaba, ahora iba directo a Carla. Al principio la niña huía, pero luego se acostumbró y lo seguía a todas partes.

María ardía de celos, y Javier empezó a refunfuñar. Un día, mientras Carla jugaba en el patio, le dijo:

La tratas como a un mueble. No le sonríes, no le das cariño. Necesita una madre, no una extraña.

Entonces María estalló:

¿Qué madre ni qué nada? ¡No es mía y no pienso fingir! Me voy, a vivir con mi madre. Quedaos los dos solos.

Y se marchó, esperando que Javier corriera tras ella, pero no lo hizo. Pasó una semana, luego otra, y él no apareció. María lloraba, y su madre, aunque al principio la consoló, no podía permitir que su hija destruyera su familia.

No te entiendo, hija. ¿Qué culpa tiene la niña? Si es de otra, ¿qué más da? Tú la criarás, te llamará mamá. Ama a tu marido y, por él, ama también a su hija.

María entró en el patio. Javier arreglaba algo en el garaje, y Carla jugaba feliz con su osito. Él la vio y la miró con recelo. María se detuvo, temblorosa, y entonces Carla se levantó, tomó la mano de su padre y lo guió hacia ella.

Haced las paces dijo la niña, uniendo sus manos.

Perdonadme lloró María.

Javier la abrazó con un brazo y con el otro atrajo a Carla. María también la abrazó, sollozando. Permanecieron así un largo rato, hasta que Carla, harta, anunció:

¡Misha y yo tenemos hambre!

Javier y María se miraron y entraron juntos en la casa. Al fin, eran una familia.

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MagistrUm
– No logro entenderte, hija mía, al fin y al cabo eres mujer, ¿qué culpa tiene esa pobre niña? ¿Qué más da si es de otra mujer? Tú la vas a criar y ella te llamará mamá. Así ha sido, pero tú debes ser más sabia, si amas a ese hombre, ama también a su hija.