—¡Mamá, estás completamente loca! —La voz de Javier temblaba de indignación—. ¿Cómo pudiste creerle a esa sinvergüenza?
—¡No hables así de Elena! —lo interrumpió bruscamente Carmen Fernández—. ¡Para mí es como una hija!
—¿Una hija? —Javier soltó una risa nerviosa—. ¡Mamá, te ha robado! ¡Se llevó todos tus ahorros!
—¡No me robó nada! ¡Yo misma le di el dinero! —Carmen golpeó el puño sobre la mesa—. ¡Y no es asunto tuyo en qué gasto mi plata!
—¡Plata que en parte es mía, mamá! ¡La herencia de la abuela, tu pensión y lo que yo te ayudo! ¡Y ella lo tomó todo y desapareció!
Carmen se giró hacia la ventana. Afuera llovía, las gotas resbalaban por el cristal como lágrimas. Pero ella no lloraba. Las lágrimas se habían acabado ayer, cuando entendió que Elena la había engañado.
—No desapareció —dijo en voz baja—. Se fue a ver a su hermana en Sevilla. Dijo que volvería en un mes.
—¡Mamá, despierta! ¿Qué hermana? ¡Sabes bien que no tiene a nadie! ¡Es huérfana!
—Quizá apareció una hermana… quizá…
Javier se acercó y le tomó los hombros.
—Mamá, mírame. Elena Mendoza es una estafadora. Se hizo tu amiga solo para sacarte dinero. Ya lo ha hecho con docenas como tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Contraté a un detective. Mira.
Sacó una carpeta con documentos y fotos.
—Elena Mendoza, treinta y ocho años. Antecedentes por fraude. Se especializa en mujeres mayores solas. Aquí está con otras víctimas.
Carmen tomó la carpeta con manos temblorosas. En las fotos, Elena aparecía abrazada a varias mujeres. Todas de su edad, todas sonrientes, todas parecían felices.
—No puede ser verdad —susurró.
—Mamá, te sacó veinte mil euros. Dijo que su hija estaba enferma y necesitaba cirugía. ¡Pero no tiene hijos!
Carmen se dejó caer en una silla. Todo le daba vueltas.
—Pero… fuimos amigas todo un año… Me ayudaba, hacía las compras, me acompañaba al médico…
—Estaba ganando tu confianza, mamá. Y te atacó cuando menos lo esperabas.
Carmen recordó el primer día, en el centro de salud, en la cola del cardiólogo. Elena se sentó a su lado, empezaron a hablar. Le contó que también estaba sola, que su marido había muerto, que su hija vivía lejos. Igual que ella.
Luego, coincidían en el supermercado, en la farmacia. Elena siempre era amable, siempre dispuesta a ayudar. Poco a poco, se hicieron inseparables. Tomaban café juntas, compartían recuerdos.
—¿Recuerdas que te advertí? —siguió Javier—. Que tuvieras cuidado con gente nueva.
—Sí —asintió Carmen—. Pero tú siempre sospechas de todo. Crees que el mundo está lleno de malas personas.
—No todas, mamá. Pero algunas. Especialmente las que se convierten en tus mejores amigas en dos días.
Carmen cerró los ojos. Recordaba el día en que Elena llegó llorando. Le contó que su hija, Laura, estaba grave, que necesitaba una operación urgente. Que no tenía suficiente dinero.
—Carmen, no sé a quién más pedirle ayuda —lloriqueó Elena—. Eres la única persona que me importa.
Y Carmen le dio todo lo que tenía. Sin dudar. ¿Cómo no iba a ayudar a una amiga en apuros?
—Mamá, ¿por qué no me lo dijiste? —preguntó Javier—. Yo te habría detenido.
—Porque sabía que te opondrías. Nunca la soportaste.
—Noté que era falsa. Reía demasiado, adulaba demasiado. Los amigos de verdad no actúan así.
Carmen se levantó y fue al aparador. Allí, en un marco, había una foto: ella y Elena en el parque, sonriendo, abrazadas. Cogió el marco y lo estrelló contra el suelo. El cristal se hizo añicos.
—¡Mamá! —exclamó Javier, alarmado.
—¡Estúpida! —gritó Carmen—. ¿Cómo pude ser tan ingenua?
Empezó a llorar. Javier la abrazó.
—No te culpes. Es una profesional. Sabe cómo engañar.
—¿Pero por qué yo? ¿Por qué me eligió?
—Porque eres buena. Porque confías. Porque estabas sola.
Carmen se separó y lo miró a los ojos.
—Voy a denunciarla.
—Es tarde, mamá. Ya se fue. La policía no la encontrará.
—La encontrarán. Tiene que pagar.
Javier negó con la cabeza.
—Aunque la atrapen, no recuperarás el dinero. Ya lo habrá gastado.
—Al menos, otras no caigan en su trampa.
Carmen se secó las lágrimas y se enderezó. Había determinación en su mirada.
—Mañana mismo voy a comisaría. Presentaré la denuncia.
—Voy contigo.
—No hace falta. Lo haré sola.
Javier guardó los papeles.
—Mamá, ¿por qué no me llamaste estos días? ¡Estaba preocupado!
—Ventaja me daba. Sabía que me regañarías.
—No regaño. Me preocupo por ti.
—Lo sé. Perdóname, Javi.
Su hijo le dio un beso en la frente.
—Mamá, ¿por qué no te vienes a casa conmigo? No me gusta dejarte sola.
—No —respondió con firmeza—. Estoy acostumbrada a mi independencia.
—Pero después de esto…
—Precisamente por esto, necesito quedarme. Si huyo ahora, nunca me arrepentiré.
Javier quiso objetar, pero supo que tenía razón. Su madre siempre había sido fuerte.
—Vamos, pero pasaré a verte cada día.
—No hace falta. Con una vez a la semana basta.
—Mamá…
—Javi, puedo sola. De verdad.
Cuando Javier se fue, Carmen recogió los trozos del marco. Rompió la foto en pedazos y la tiró a la basura.
Luego se sentó en su sillón favorito, junto a la ventana, y reflexionó. ¿Cómo pudo ser tan tonta? ¿Cómo prefirió creerle a una extraña antes que a su propio hijo?
El teléfono sonó. Reconoció el número. Elena.
Miró la pantalla, indecisa. Al final, contestó.
—¡Carmen, hola! —exclamó Elena, eufórica—. ¡Cuánto te he echado de menos!
—Elena —respondió Carmen, fría.
—¡Tengo noticias! ¡Operaron a Laura! ¡Todo va bien!
—Me alegro —dijo sin emoción.
—Oye, ¿qué te pasa? Suenas rara.
—Nada. Estoy cansada.
—Bueno… ¿Sabes? ¡Vuelvo la semana que viene! ¡Nos vemos, te cuento todo!
—Elena —Carmen habló despacio—. Enséñame una foto de tu hija.
—¿Qué foto?
—Cualquiera. Quiero verla.
Silencio al otro lado.
—Carmen, ¿para qué?
—Curiosidad. Hablas tanto de ella…
—No tengo fotos aquí. Se me rompió el móvil.
—Ya.
—Oye, ¿qué pasa? ¿Por qué preguntas eso?
Carmen respiró hondo.
—Elena, lo sé todo.
—¿El qué?
—Que no tienes hija. Que eres una estafadora. Que me mentiste.
Más silencio. Luego, Elena rio nerviosa.
—Carmen, ¿estás bien? ¿Te subió la tensiónCarmen colgó el teléfono con un suspiro, miró por última vez el número bloqueado en la pantalla y decidió que, aunque el dinero nunca volvería, al menos su dignidad sí lo había hecho.