**Diario personal**
No es su madre de sangre, para esos cinco ¿Pero quién lo diría?
A Javier se le fue la mujer. No pudo recuperarse del último parto.
Aquí, da igual que te duela o no, pero cinco niños se quedaron sin ella. El mayor, Miguelito, tiene nueve años. A Luis le faltan dos para los ocho. Los gemelos, Álex y Leo, tienen cuatro. Y la más pequeña, apenas tres meses, Elena, la hija tan esperada
Nunca hay tiempo para el luto cuando los niños piden de comer. Pero, cuando por fin los acuesta, a medianoche se sienta en la cocina, fumando
Al principio, Javier hizo lo que pudo solo. Bueno, su cuñada vino un tiempo, le echó una mano. No tenían más familia. Quiso llevarse a Álex y Leo, decía que así sería más fácil. Luego vinieron dos de los servicios sociales.
Le ofrecieron mandar a todos los niños a un orfanato. Javier no tenía intención de entregar a nadie. ¿Cómo iba a dar a sus hijos a extraños? ¿Y después qué? Claro que era duro, pero ¿qué remedio? Poco a poco van creciendo, y al final lo harán.
A veces hasta revisaba los deberes de los mayores. Con Elena era el mayor quebradero de cabeza, claro. Pero Miguel y Luis ya le ayudaban en lo que podían.
Y la enfermera de cabecera, Carmen Martínez, venía a menudo, pendiente de todo. Una vez le prometió a Javier que le buscaría una cuidadora. Total, es difícil para un hombre con un bebé. Le dijo que era una chica buena, trabajadora. Ayudante en el hospital.
No tenía hijos propios, tampoco estaba casada. Pero había criado a hermanos, venía de una familia numerosa del pueblo de al lado. Y así llegó Lucía a su casa.
Bajita, fuerte, de cara redonda y una trenza anticuada hasta la cintura. Y callada. No decía ni una palabra de más. Pero todo cambió en la casa de Javier. La casa relucía, todo limpio y ordenado.
Remendó la ropa de los niños, la lavó a conciencia. Y aún le sobraba tiempo para cuidar a Elena, cocinar En el colegio y la guardería notaron el cambio enseguida. Los niños iban limpios, aseados, los botones ya no estaban cosidos con hilo negro en la camisa blanca, los codos sin rotos.
Una vez, Elena se puso mala, con fiebre. La médica dijo que se recuperaría, lo importante eran los cuidados. Y Lucía se pasó las noches en vela, sin acostarse ni una vez. La sacó adelante. Y sin que nadie se diera cuenta, se quedó en casa de Javier
Los pequeños ya la llamaban mamá, añoraban el cariño maternal. Y Lucía no escatimaba en ternura. Los elogiaba, les acariciaba la cabeza. Los abrazaba. Claro, son niños
Los mayores, Miguel y Luis, al principio se mostraban esquivos, no la llamaban de ninguna manera. Luego simplemente le decían Lucía. Ni cuidadora ni mamá, solo Lucía. Para recordar, supongo, que su verdadera madre había existido Y por edad, apenas les habría dado para ser su hermana mayor.
La familia de Lucía no estaba de acuerdo.
¿Para qué te cargas con ese lío? ¿No hay hombres suficientes en el pueblo?
Los hay contestó ella, pero me da pena Javier Y los niños ya se han encariñado, no voy a dejarlos ahora.
Y así vivieron. Quince años pasaron volando Los niños estudiaron, crecieron. Bueno, no todo fue perfecto, también hubo travesuras. Javier se enfadaba, hasta cogía el cinturón. Pero Lucía lo paraba, le decía que primero había que entender qué había pasado
A veces discutían, luego hacían las paces. Ya nadie en el pueblo la llamaba Lucía. Era doña Lucía, la respetaban. Miguel, para ese año, ya estaba casado, esperaban su primer hijo.
Vivían aparte, Miguel trabajaba en la cooperativa. No era un cualquiera, cada año le daban algún reconocimiento o un extra. Luis estaba terminando la carrera en la ciudad, Lucía estaba orgullosa de él, su hijo iba a ser ingeniero.
Todo lo hacían juntos: las travesuras de niños, y también defenderse cuando hacía falta. Elena ya iba a cuarto de la ESO, otro orgullo para Lucía. Cantaba y bailaba como nadie, ninguna fiesta estaba completa sin ella.
Y Javier, una vez más, pensaba qué bien le había elegido Carmen
Este verano, Lucía notó que algo no iba bien. Nunca se había puesto enferma, pero de pronto le daban mareos, náuseas
Echaba a Javier con su cigarro al porche, no soportaba el humo. Al principio pensó que pasaría, pero no. Al final fue al médico.
Regresó callada, ensimismada. A las preguntas de Javier solo respondió con un “no es nada, estoy bien”.
Pero esa noche, cuando todos dormían, llamó a Javier al porche.
Siéntate, padre, hay que hablar ¿Sabes lo que me ha dicho el médico? Que voy a tener un hijo Es tarde para hacer nada, hay que quedárselo Dijo, y se tapó la cara con las manos. Qué vergüenza
Javier se quedó atónito. Después de tantos años sin hijos, ¡y ahora!
¿Qué vergüenza, madre? Los mayores ya casi están fuera, ¿qué, nos quedaremos solos? Mira, la naturaleza sabe lo que hace. ¡Pues a prepararse!
¿Y qué les digo a los niños? Dirán que ya soy vieja para esto
¿Vieja tú? ¡Si tienes treinta y nueve!
Ay, no sé qué hacer, qué hacer Qué vergüenza
Bueno. Se lo diré yo. Mañana mismo, cuando estén todos.
Y lo hizo. En cuanto se sentaron a la mesa, lo soltó.
Mis queridos hijos, pronto tendréis otro hermano. O hermana. Eso es.
Lucía bajó la cabeza, como si buscara algo en el plato, se puso colorada hasta las lágrimas.
Miguel, que estaba de visita con su mujer por ser domingo, se echó a reír.
¡Genial, madre! ¡Fenomenal! ¡Así parís los dos juntos! ¡Los críos crecerán juntos!
Álex también se alegró:
¡Adelante, mamá! ¡Otro hermanito!
Pero Leo se quejó:
No Que sea niña. Ya hay muchos chicos, y solo una niña. La hemos malcriado
Elena solo le lanzó una mirada a Leo.
¿Malcriado tú? ¡Claro que sea niña, mamá! ¡Le haré moños, le compraremos vestidos bonitos! Se emocionó.
Vestidos ¿Te crees que es una muñeca? intervino Luis. A los niños hay que educarlos dijo con tono de maestro.
Los educaremos dijo Javier.
Pero Lucía seguía avergonzada, cubriéndose la tripa que crecía, ya fuera con un pañuelo o, en pleno calor, con un abrigo, como si tuviera frío.
Los meses pasaron sin más. Ya celebraron el primer hijo de Miguel, ¡un niño! Luis volvió a la universidad, se acabaron las vacaciones. Álex y Leo también se fueron, entraron en la escuela de agrónomos.
Y Elena empezó el curso. La casa quedó en silencio, vacía. Elena estaba en el instituto o con sus amigas. Hasta que un chico empezó a acompañarla de vuelta de los bailes del domingo.
Lucía no dormía, esperaba a Elena. Y de pronto, un dolor Tan agudo que se le nubló la vista.
Javier llamó débil, Javier, creo que ha empezado
Él se puso pálido, hasta le costó meter los pies en los zapatos.
Espera, madre, ahora mismo ¡Que llame a la ambulancia! le gritó a Elena. Ella lo entendió al momento y salió corri







