**No Hay Vuelta Atrás**
—¡Feliz cumpleaños, Eva! Quiero regalarte tu sueño —anunció Denis con alegría, abrazándola.
—¿Cómo que regalarme un sueño? Un sueño es… algo que no puedes tocar —respondió Eva, sorprendida, mientras salían de la universidad después de clase.
—Pues yo te lo regalo igual —dijo él, muy serio—. Vamos a la residencia, dejamos los apuntes, te cambias y nos vamos al campo.
Bajaron del autobús en la parada «Club de Hípica». Entonces Eva lo entendió: le estaba regalando un paseo a caballo. ¡Cuántas veces le había contado que su mayor ilusión era montar! Desde pequeña soñaba con ello, aunque solo los había visto en el zoo y en películas. Ni ella misma sabía por qué le gustaban tanto. Una vez, con cinco años, le pidió a su padre:
—Papá, ¿compramos un caballo?
Él se rio y preguntó:
—¿Y dónde lo guardaríamos? Son enormes, necesitan hierba, espacio… Vivimos en un piso de dos habitaciones.
—En el balcón —contestó ella, como si fuera lo más normal.
Su padre le explicó pacientemente que un caballo no sobreviviría en un piso. Eva, compadecida, cedió:
—Vale, papá, no lo pondremos en el balcón. Pero… ¿y si le haces una cuadra debajo?
Esa ilusión infantil la acompañó siempre. Incluso ahora, en cuarto de carrera, seguía fascinada por los caballos.
Después del paseo, Eva estaba radiante.
—Gracias, Denis. ¡Ha sido increíble! Ahora sé que los sueños se cumplen.
Él también sonreía: había hecho feliz a la chica que amaba.
Era primavera. Al salir del club, Eva vio un bosque cerca y propuso dar un paseo. Entre los árboles, el suelo estaba blanco de campanillas de invierno.
—¡Mira, Denis! ¡Es mágico! De pequeña, con mis amigas, las recogíamos así. Huele a vida, a renacer…
Él corrió hacia ella con un ramo en las manos.
—Feliz cumpleaños y feliz primavera —dijo, sonriendo.
—Gracias. Hoy me has dado el mejor regalo: caballos y campanillas. Como volver a la infancia.
—Me alegra haberte sorprendido.
Llevaban más de un año juntos cuando, al terminar la carrera, Denis gastó sus ahorros y su beca para comprarle un anillo. Se casaron felices, con vestido blanco y traje elegante. La madrina fue su amiga Ágata, compañera de residencia y de clase.
Denis ascendió en su empresa, Eva dejó de trabajar al nacer su hijo, Nico. Diez años después, tenían piso propio, una vida tranquila. Ágata los visitaba a menudo, soltera y misteriosa:
—¿Cuándo te casarás? —preguntaba Eva.
—No lo sé, pero espero que pronto —respondía ella, evasiva.
Hasta que un día, sin aviso, Denis llegó hosco a casa y soltó:
—Me voy, Eva.
—¿Adónde? —preguntó ella, confundida.
—Con otra mujer.
—¿Bromeas? ¿Quién es?
—Ágata.
Eva se desplomó en una silla. No podía creerlo. Cuando Denis cerró la puerta tras de sí, supo que era real. Nico, jugando fuera, no escuchó nada. Al volver, le dijo:
—He visto a papá con una maleta. Dijo que se iba de viaje.
Eva asintió en silencio. Así pasaron diez años.
Una tarde, alguien llamó insistentemente a su puerta. Al abrir, se encontró con la última persona que quería ver: Ágata.
—¿Qué quieres? —gruñó Eva, intentando cerrar.
—¿Ni siquiera me invitas a pasar?
—¿Para qué? ¡Lárgate!
—Por favor, escúchame —su voz sonaba extraña, casi suplicante. Eva la dejó entrar.
—¿Quieres que también te haga café? —preguntó, sarcástica.
—Sería genial, pero sé que no lo harás.
Eva la observó: el tiempo no había sido amable con Ágata.
—Eva —dijo esta, mirándola fijo—, llévate a Denis de vuelta.
—¿Perdona? —Eva casi se atragantó.
—Te lo suplico —insistió Ágata—. Hasta te doy dinero si hace falta.
—¿Ahora quieres devolverme al marido que me robaste? ¿Estás enferma o él lo está?
—No, no. Él está bien.
—¿Entonces? ¿Te aburriste?
—Nunca lo amé —confesó—. Solo quería hacerte daño.
—¿Por qué?
—¡Porque a ti todo te salía bien! Eras más lista, más guapa… Yo solo era tu sombra. Denis ganaba bien, y quise “equilibrar” las cosas.
—¿Y ahora no gana?
—Bebe demasiado. No pudimos tener hijos… Pero no es por eso que te lo devuelvo. Es que… me he enamorado de otro. De verdad.
Eva soltó una risa fría.
—¿Y creíste que lo aceptaría? No quiero a un hombre usado. Nico y yo estamos bien solos.
—Pero lo amabas tanto…
—Sí. Y lo perdí por tu culpa. Os perdoné, pero no olvido. Ahora vete, y no vuelvas.
Ágata se marchó, cabizbaja. Eva se sentó y lloró. No por Denis, sino por su mentira: no tenía a nadie más que a Nico. Pero una cosa sabía con certeza: no había vuelta atrás. Y no quería tomarla.