¡No hay lugar para ella en mi vida, ni nunca lo habrá!

Para ella no hay lugar en mi vida, y nunca lo habrá. Hoy decidí expresar mis sentimientos. No espero compasión ni consejos; simplemente necesito liberar esta carga en mi alma. Sé por lo que he pasado, y a pesar del dolor y la traición, seguiré adelante con la cabeza en alto. Porque amé con sinceridad.

Con Marta, nos conocimos hace cuatro años en una feria en Madrid. Ella llegó solo por unos días, pero fue suficiente para que entre nosotros surgiera una chispa. Todo parecía sacado de una película: largas conversaciones, risas, miradas tiernas. A los dos meses decidió mudarse conmigo, dejando atrás su vida en Barcelona.

Ambos habíamos pasado por un divorcio, soportando la traición. Yo no mantenía contacto con mi exesposa y ella con su expareja. Marta me contaba cómo él había arruinado su vida, cómo manipulaba a su hija para que se pusiera en contra de ella. Ambos teníamos historias dolorosas, y parecía que por fin habíamos encontrado un amor estable y maduro.

Yo era feliz. Ella, sin embargo, no lo estaba.
La amaba de verdad. Nadie me había cuidado como ella lo hizo. Comenzamos a vivir juntos, planeando el futuro. El amor en la madurez es algo especial. Sabes lo que quieres, valoras cada momento y vives con conciencia.

Pero la vida me tenía preparado un golpe que nunca imaginé.

La traición.
A principios de julio, decidimos ir de vacaciones juntos por primera vez: hacia la costa, a Valencia. Mar, sol, largas caminatas por la playa… Estaba convencido de que todo marchaba maravillosamente.

Sin embargo, de repente descubrí que su exmarido y su hija, junto con su nieta de dos años, estaban de vacaciones cerca, en Almería.

Recuerdo que ella me decía que no tenían contacto, que su hija no quería saber nada de ella, que estaba cortada de su pasado. Pero un día, su teléfono sonó. Marta miró la pantalla y, de repente, se iluminó de alegría.

– Claro, venid. Estamos aquí en el hotel… – escuché su voz desde la otra habitación.

No entendía lo que pasaba. ¿Cómo era posible que se reencontraran?

A las pocas horas llegaban. Su hija ni me miró, toda su atención estaba centrada en su madre. Y Marta… brillaba. Nunca había visto a su nieta, y ahora, por fin, estaba en sus brazos.

Lloraba de felicidad, abrazando a la pequeña y dándole besos. No pude evitar sentirme como un intruso.

– Voy a dar un paseo – dije, dándoles tiempo a solas.

Cuando regresé, la vi conversando con su exmarido… con ternura, con una tristeza silenciosa.

Sentí que algo no estaba bien.

La fisura invisible.
Una vez que se fueron, regresamos a la habitación. Marta se fue a la cama de inmediato, sin desearme buenas noches. Era la primera vez que ocurría.

A la mañana siguiente, se veía extraña: nerviosa y pensativa.

– Solo tengo dolor de cabeza – me dijo.

Pero algo había cambiado.

Días después, propuso que regresáramos antes a casa. Reunió sus cosas con prisa y casi no habló durante el viaje.

Y luego… luego desapareció.

La desaparición.
Al día siguiente de regresar, se fue “por trabajo” a Barcelona. Y no volvió.

La llamaba, pero siempre encontraba excusas: “estoy en el metro”, “tengo una reunión”, “te llamo luego”. Pero no lo hacía.

No podía volver a marcar su número. Simplemente, no podía.

Durante una semana estuve tentado de llamarla, pero al final dejaba el teléfono sobre la cama, consciente de que escuchar otra mentira sería insoportable.

Lo comprendí sin necesidad de palabras.

La puerta cerrada.
Unas semanas después, me llamó. Su voz era baja, como llena de culpa.

– He cometido un error. Pensé que… me perdí… Perdóname.

Dijo algo más, pero ya no la escuchaba.

– Es tarde, Marta.

Y colgué.

No espero que su nuevo-exmarido cambie. Puede que en un año, dos o tres, ella vuelva a llamarme.

Pero ahora eso no importa.

En mi vida ya no hay lugar para ella.

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MagistrUm
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