— ¡No hace falta decir que todo esto es culpa mía! — La hermana de mi novio solloza. — ¡Jamás habría imaginado que algo así pudiera suceder! Y ahora no sé cómo seguir adelante, ni cómo gestionar todo esto sin perder la dignidad. La hermana de mi novio se casó hace unos años. Tras la boda, se decidió que los recién casados vivirían en casa de la madre del marido. Sus padres tienen un amplio piso de tres habitaciones y solo un hijo. — Yo me quedo una habitación y el resto es para vosotros — afirmó la suegra. — Todos somos personas educadas, así que creo que nos llevaremos bien. — Siempre podemos irnos si hace falta — le aseguró el marido a su esposa. — No veo nada malo en intentar convivir con mi madre. Si no funciona, siempre podemos mudarnos a un piso de alquiler… Eso fue justo lo que hicieron. Pero resultó que la convivencia era bastante complicada. Tanto la nuera como la suegra lo intentaron, pero cada día era peor. Las tensiones acumuladas estallaban a veces y las discusiones eran cada vez más frecuentes. — Dijiste que si no podíamos seguir juntos, nos iríamos — sollozaba su esposa. — ¿Y no lo estamos haciendo? — le respondía su marido con altivez. — Son cosas mínimas, no merece la pena hacer las maletas por esto. Justo un año después de la boda, ella se quedó embarazada y dio a luz a un niño sano. El nacimiento coincidió con que la suegra dejó su antiguo empleo y no encontraba otro, ya que nadie contrataba a una mujer cercana a la jubilación. Así que la nuera y la suegra pasaban las 24 horas juntas en casa, sin poder salir. Como resultado, el ambiente en casa empeoraba día tras día. El marido solo se encogía de hombros y escuchaba quejas, porque era el único que trabajaba. — No podemos dejar sola a mi madre ahora, no tiene recursos. No puedo abandonarla ni costear un alquiler y mantenerla a ella. Cuando encuentre trabajo, nos iremos. Pero la paciencia de la joven se agotó. Hizo las maletas, cogió a su hijo y se mudó con su madre. Al irse, le dijo a su marido que nunca pondría un pie en casa de su suegra de nuevo. Si le importaba su familia, debía idear una solución. La joven estaba segura de que su pareja la valoraba, que lucharía por recuperarla. Pero se equivocó mucho. Han pasado más de tres meses desde que se mudó y su marido ni siquiera ha intentado traerla de vuelta. Vive con su madre y solo habla con su mujer e hijo por videollamada al volver de trabajar, y va a visitarlos los fines de semana a casa de su suegra. El marido disfruta de la atención y los cuidados de dos mujeres a la vez. Además, su madre adora al nieto, que la mujer dejó con enfado, y él apenas se preocupa del niño. ¡Todo ventajas para el esposo! Y la suegra tampoco ha perdido nada. Pero la chica no es feliz en absoluto. Aunque sabe que su marido no actúa bien, le quiere mucho. — ¿Qué esperabas al irte? — le dice él — Si quieres, puedes volver. Seguramente ella tampoco pretende dejar ahora a su madre e irse de alquiler. La chica, de baja maternal, lógicamente no tiene recursos para ello. ¿Es este realmente el fin de la familia? ¿Crees que ella tiene alguna posibilidad de volver a casa de su suegra y salir airosa de todo esto sin perder la dignidad?

¡Está claro que todo esto es culpa mía! solloza la hermana de mi novio, con tanto drama que ni en las telenovelas la igualan. ¡Ni en sueños pensé que acabaría así! Y ahora no tengo ni idea de cómo salir de este lío sin que se me caiga la cara de vergüenza.

La hermana de mi novio se casó hace unos años, con toda la parafernalia y los kleenex del enlace.

Después de la boda, se decidió que los recién casados se instalarían en casa de la madre de él. Los padres solo tenían un hijo y vivían en un pisazo de tres habitaciones en pleno centro de Valladolid, con vistas al Pisuerga.

Yo me quedo con una habitación y el resto es para vosotros declaró la suegra, como quien reparte la baraja. Todos somos gente de bien, seguro que nos llevamos estupendamente.

Y si no, pues nos largamos, cariño aseguró el flamante marido a su mujer, desplegando ese optimismo tan castizo. No veo nada malo en probar suerte con mi madre bajo el mismo techo. Si la convivencia no cuaja, buscamos piso en alquiler y listos…

Eso hicieron. Aunque claro, una cosa es predicar y otra muy distinta convivir. Aquello fue una prueba de paciencia al estilo del Camino de Santiago: todos pusieron de su parte, pero la armonía brillaba por su ausencia. Lo que empezó siendo buen rollo se fue tiñendo de reproches dignos de tertulia de sobremesa. De vez en cuando, la tensión saltaba por los aires y los rifirrafes se convirtieron en el pan nuestro de cada día.

Dijiste que si esto se torcía, nos íbamos le lloriqueaba ella entre lágrimas.
Pero mujer, ¿no ves que son tonterías? contestaba él, más frío que un gazpacho en agosto. No es para tanto ¿te vas a ir por estas nimiedades?

Justo al año de la boda, va ella y se queda embarazada. Nace un chaval de los que hacen historia en la familia.

Y claro, la llegada del nieto coincidió con que la suegra acababa de dejar el curro y no encontraba otro porque en todas partes solo les faltaba poner un cartel: No contratamos a señoras cerca de la jubilación. Resultado: la nuera y la suegra, a cara de perro las 24 horas, sin nada mejor que hacer que medirse las pulgas mutuamente. El ambiente en la casa podía cortarse con un cuchillo de untar sobrasada.

El marido, mientras tanto, cruzado de brazos, escuchaba las quejas como quien oye llover, porque era el único que traía sueldo a casa.

Cariño, no podemos dejar a mi madre tirada, no tiene un duro y no es plan de abandonarla. Mira que si tuviera trabajo lo arreglábamos, pero ahora ni de coña podemos pagar un piso aparte y encima ayudarle a ella. En cuanto encuentre faena, nos vamos.

Pero la paciencia de nuestra protagonista tenía más fin que una serie turca. Una mañana, coge la ropa del nene, mete cuatro cosas en una maleta y se muda a casa de su madre, allá en el barrio de Salamanca. Al salir, le suelta al marido: que no piensa volver a poner un pie en el piso de su suegra. Si tanto quiere a su familia, que se apañe.

Ella estaba convencida de que él la echaría de menos y correría tras ella como en las baladas de Julio Iglesias. Pero nada de eso. Nanai de la China.

Han pasado más de tres meses desde la mudanza y el marido ni se inmutó. Él sigue en casa de su madre, hablando con su señora e hijo por videollamada después del trabajo, y los fines de semana les hace una visita rápida a casa de la suegra. ¡Todo comodidades!

Ahora, tiene la ventaja de que las dos mujeres compiten a ver quién le cuida mejor; la madre ata corto al hijo que la nuera le ha dejado cabreada y, para colmo, él no se preocupa por cuidar al crío. ¡Vamos, el tío ha salido ganando! Y la suegra, pues tampoco parece que eche nada en falta, desde luego.

¿Y la nuera? Pues está que trina. Ama a su marido, aunque sabe perfectamente que su actitud deja mucho que desear.

¿Qué esperabas, que te suplicara? le suelta él con una tranquilidad pasmosa. Cuando quieras, puedes volver.

Obviamente, ella tampoco tiene en mente pirarse del piso de su madre ni alquilar nada, porque estando con baja de maternidad y sin un euro, va lista.

¿Será este el final de la familia? ¿Tendrá siquiera una mínima posibilidad de volver a la casa de la suegra y salvar la dignidad? Aquí todo el mundo está esperando a que el otro dé el paso. Porque en esta familia, como en muchas otras de aquí, lo de perder la compostura es el pan nuestro de cada día, pero eso sí, siempre con cierta retranca castiza.

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MagistrUm
— ¡No hace falta decir que todo esto es culpa mía! — La hermana de mi novio solloza. — ¡Jamás habría imaginado que algo así pudiera suceder! Y ahora no sé cómo seguir adelante, ni cómo gestionar todo esto sin perder la dignidad. La hermana de mi novio se casó hace unos años. Tras la boda, se decidió que los recién casados vivirían en casa de la madre del marido. Sus padres tienen un amplio piso de tres habitaciones y solo un hijo. — Yo me quedo una habitación y el resto es para vosotros — afirmó la suegra. — Todos somos personas educadas, así que creo que nos llevaremos bien. — Siempre podemos irnos si hace falta — le aseguró el marido a su esposa. — No veo nada malo en intentar convivir con mi madre. Si no funciona, siempre podemos mudarnos a un piso de alquiler… Eso fue justo lo que hicieron. Pero resultó que la convivencia era bastante complicada. Tanto la nuera como la suegra lo intentaron, pero cada día era peor. Las tensiones acumuladas estallaban a veces y las discusiones eran cada vez más frecuentes. — Dijiste que si no podíamos seguir juntos, nos iríamos — sollozaba su esposa. — ¿Y no lo estamos haciendo? — le respondía su marido con altivez. — Son cosas mínimas, no merece la pena hacer las maletas por esto. Justo un año después de la boda, ella se quedó embarazada y dio a luz a un niño sano. El nacimiento coincidió con que la suegra dejó su antiguo empleo y no encontraba otro, ya que nadie contrataba a una mujer cercana a la jubilación. Así que la nuera y la suegra pasaban las 24 horas juntas en casa, sin poder salir. Como resultado, el ambiente en casa empeoraba día tras día. El marido solo se encogía de hombros y escuchaba quejas, porque era el único que trabajaba. — No podemos dejar sola a mi madre ahora, no tiene recursos. No puedo abandonarla ni costear un alquiler y mantenerla a ella. Cuando encuentre trabajo, nos iremos. Pero la paciencia de la joven se agotó. Hizo las maletas, cogió a su hijo y se mudó con su madre. Al irse, le dijo a su marido que nunca pondría un pie en casa de su suegra de nuevo. Si le importaba su familia, debía idear una solución. La joven estaba segura de que su pareja la valoraba, que lucharía por recuperarla. Pero se equivocó mucho. Han pasado más de tres meses desde que se mudó y su marido ni siquiera ha intentado traerla de vuelta. Vive con su madre y solo habla con su mujer e hijo por videollamada al volver de trabajar, y va a visitarlos los fines de semana a casa de su suegra. El marido disfruta de la atención y los cuidados de dos mujeres a la vez. Además, su madre adora al nieto, que la mujer dejó con enfado, y él apenas se preocupa del niño. ¡Todo ventajas para el esposo! Y la suegra tampoco ha perdido nada. Pero la chica no es feliz en absoluto. Aunque sabe que su marido no actúa bien, le quiere mucho. — ¿Qué esperabas al irte? — le dice él — Si quieres, puedes volver. Seguramente ella tampoco pretende dejar ahora a su madre e irse de alquiler. La chica, de baja maternal, lógicamente no tiene recursos para ello. ¿Es este realmente el fin de la familia? ¿Crees que ella tiene alguna posibilidad de volver a casa de su suegra y salir airosa de todo esto sin perder la dignidad?